Pascua se refiere a muchas cosas. Celebramos el poder de Dios para vencer a la muerte, al pecado y a la injusticia, pero también celebramos las voces y heridas de los que murieron en Viernes Santo.
Para ilustrar esto, me gustaría describir una de esas voces, la de una joven anónima que fue brutalmente violada y asesinada por los militares de El Salvador en 1981, en un lugar llamado con toda propiedad “La Cruz”. La historia fue reportada por el periodista Mark Danner.
Este periodista describe cómo, después de esta masacre especial, algunos soldados relataron cómo una de sus víctimas les obsesionó y cómo les resultaba imposible borrarla de sus mentes mucho tiempo después de su asesinato.
Habían saqueado un pueblecito y violado a muchas de las mujeres. Una de éstas era una joven, cristiana evangélica, violada muchas veces en una sola tarde, y posteriormente torturada. Sin embargo, a pesar de todo esto, esta joven, adhiriéndose a su fe en Cristo, cantaba cantos religiosos durante su tortura. He aquí cómo lo describe uno de los soldados:
“Siguió también cantando incluso después de que le dispararan en el pecho. Yacía allí en La Cruz con la sangre fluyendo de su pecho, pero seguía cantando – un poco más suave que antes, pero todavía cantando. Y los soldados, estupefactos, la observaban y le apuntaban. Entonces, cansados ya de este juego inquietante, le dispararon de nuevo. Y ella cantaba todavía. Pero el asombro de los soldados comenzó a convertirse en miedo – hasta que finalmente desenvainaron sus machetes, la degollaron y… por fin acabó el canto” (La Masacre de El Mozote, N.Y. Vintage Books, 1994, pp.78-79)
Gil Bailie, que cuenta esta historia en su libro monumental sobre la cruz y la no violencia, se fija no sólo en la extraordinaria semejanza entre la muerte de esta joven y la de Jesús, sino también en el hecho de que en los dos casos resurrección significa que sus voces siguen vivas todavía, cuando todo con respecto a sus muertes indica que sus voces tendrían que haber muerto.
En el caso de Jesús, nadie hubiera predicho, presenciando como testigo su muerte humillante en una solitaria colina, con sus seguidores ausentes, que ésta sería la muerte más recordada de la historia. Lo mismo ocurre con esta joven decapitada y torturada. Su violación y asesinato ocurrió en un lugar muy remoto y todos aquellos que quizás hubieran querido inmortalizar su historia fueron también asesinados.
Sin embargo su voz sobrevive y sin duda seguirá creciendo en importancia, mucho tiempo después que los que la violaron y asesinaron sean olvidados. Como lo demuestran tanto Jesucristo como esta joven valiente, la impotencia y el anonimato, ligados a un corazón que es capaz de cantar las palabras: “¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen!” mientras es violada y humillada, al fin se convierten en lo opuesto: en poder y en inmortalidad.
Una muerte de este tipo no sólo marca moralmente la conciencia de los autores asesinos y de sus simpatizantes, sino que también deja algo que nunca se puede olvidar, un eco permanente que nunca nadie silenciará. Dios resucita y revitaliza también, después del Viernes Santo, la voz de quien murió.
Un crítico literario, que recensionó el libro de Danner en el periódico New York Times, nos dice cómo, después de leer esta historia, siguió “aguzando el oído” para oír el sonido de esa canción.
La tarea de la Pascua de Resurrección es reavivar el credo dentro de nosotros mismos. Los primeros cristianos, inmediatamente después de experimentar la resurrección de Jesús, espontáneamente sellaron un credo en sólo tres palabras: “¡Jesús es Señor!” Eso, de hecho, lo dice todo. Cuando afirmamos que Jesús ha resucitado de entre los muertos y que es Señor de este mundo, estamos igualmente afirmando todas las demás verdades de nuestra fe.
Esencialmente, decimos:
- que Dios está todavía finalmente a cargo de este universo, a pesar de cualquier indicación en contra;
- que, a pesar de la brutalidad y de la violación, al fin, la violencia, la injusticia y el pecado serán silenciados y vencidos;
- que la bondad y la amabilidad, como se manifiestan en Jesús, son lo que en el fondo subyace en la raíz de toda realidad;
- que esta joven cristiana, tan brutalmente violada, ha resucitado ahora y vive, gozosamente, en el corazón de Dios;
- y que su muerte, como la de Jesús, es redentora precisamente porque, como él, ella también, frente a la impotencia ante la peor brutalidad que el mundo pudo perpetrar, todavía fue capaz de decir: “Perdónales, porque no saben lo que hacen”.
Celebrar la Pascua de Resurrección es afirmar que todo esto es verdad. Pero eso exige también mucho de nosotros:
Exige, como tan acertadamente escribió el crítico literario del New York Times, que agucemos el oído para oír el sonido de aquella canción de la joven moribunda, que nos esforcemos por guardarla a ella y a su canción vivas en nuestro corazón. Ella vive todavía en el corazón de Dios, pero nosotros tenemos que guardarla también en el nuestro.
¿Por qué? No por razones sentimentales, ni simplemente porque su historia es excepcional. No. Tenemos que guardarla viva en nuestros corazones porque su canto es la levadura de la resurrección y ésa, únicamente ésa, puede resucitarnos también a nosotros para ser también excepcionales.
Una de las tareas de la Pascua de Resurrección es aguzar nuestros oídos para poder oír las voces del Viernes Santo.
Columna tomada del archivo. Publicada originalmente el 16/03/2006