A la Pascua le pasa como a la Primavera:
que tiene señalado un día en el calendario,
pero viene, llega, cuando quiera:
unas veces antes y otras después.
La Pascua, como las semillas y las flores, empieza a despertar
poco a poco,
lenta, calladamente,
constante, imparablemente, contagiosa…
hasta que revienta en un brote, en una yema, en una flor.
No se puede decir concretamente «hoy es».
Ha podido empezar un domingo de Ramos
y un Martes Santo
y hasta el Viernes Santo
y puede hacer eclosión un 15 de mayo o un 29 de febrero.
Pero es PASCUA cuando alguien reconoce su sequedad,
que su vida está árida, agostada, sin agua,
y empieza a desear con ansia que Dios derrame
un agua pura, fresca, abundante, fecundadora.
Es PASCUA cuando uno repasa su historia personal, recogiendo de ella
su belleza, sus mejores sentimientos, su mensaje más profundo…
Y se atreve y necesita -¡por fin!- cantar una canción; muchas canciones.
Es PASCUA cuando la pareja de enamorados se fía del amor que sienten
y se atreve a dar el paso del compromiso
aunque falten mil detalles por atar y las dificultades que sean por superar.
Es PASCUA cuando a alguien se le escapa una lágrima, o dos,
al verse incapaz de expresar sus sentimientos, su mundo interior
porque es señal de un corazón de carne empeñado en latir dándose.
Es PASCUA cuando uno descubre que tiene un «cuerpo 10":
lleno de manos
de ojos
de buenas ideas y proyectos,
con muchísimos nombres (nuestro cuerpo es «comunidad»)
Pero con un solo corazón y una sola alma.
Le gusta su cuerpo 10 no porque sea perfecto, sino porque es el suyo, y porque es el de Cristo.
Es PASCUA cuando alguien se atreve a decir:
¡Hola, Dios, nunca te había hablado!
¡Hola, Dios, a ver si nos vemos más despacio!
¡Hola Dios, ya tenía ganas de tener un rato largo contigo!
Es PASCUA cuando alguien se mira el corazón y siente que no ama bastante,
se mira el corazón y necesita pedir perón o acabar con los malos royos,
se mira a sí mismo y dice que ya está bien de mirarse a sí mismo,
que está sembrando muy poco.
Es PASCUA cuando uno se entera de que no es hijo único,
que no tiene sólo hermanos biológicos,
que tiene familia numerosa, incontable, con la que limpiar
y conservar la gran casa del mundo, todos los días de la semana.
Es PASCUA cuando un hermano, con el corazón frío o caliente,
dormido o inquieto,
se emociona al verse digno y capaz de repartir a Cristo.
Es PASCUA cuando uno cae en la cuenta de que puede amar -al menos-
a una persona más,
un poquito más,
cuando uno se siente más libre para ser lo que es,
para regalar una sonrisa,
para pedir un abrazo o un beso.
Es PASCUA cuando alguien comprende que pedir ayuda no es rebajarse,
y que no se es más fuerte prescindiendo de Dios.
Es PASCUA cuando uno intuye que, en medio de todas las guerras, de todas las luchas cotidianas,
de todas las dificultades… la PAZ no es una quimera
y que Dios puede darle un corazón pacificado y sereno.
Es PASCUA cuando uno deja de agobiarse por esa piedra tan grande que le tapona por dentro
y comprende que ahí ya no hay nada, ni nadie… y que merece la pena
ir a buscar vida en otro sitio, en Galilea, done están los nuestros, donde todo nos espera.
Es PASCUA cuando se empiezan a conjugar algunos verbos «irregulares» como:
partir, repartir y partirse,
entregar y entregarse,
ponerse en manos de los otros,
abrir las propias para acoger, enlazar y hacer ALIANZA.
Es PASCUA cuando nos hemos decidido
a mirar de frente las cruces,
a tocar las heridas con ternura,
a plantar cara a los que destruyen y crucifican.
Una vez que ha empezado la Pascua ESTÁ TODO POR HACER:
quedan 50 días -es decir, todos los días-
para cuidar lo que ha empezado a nacer,
para edificar con los materiales que hemos encontrado,
para caminar de la mano de Cristo vivo,
para seguirle escuchando y descubriendo vivo.
La PASCUA no es «lo que ha pasado» sino un encargo: ¡ID!
O también: ¡ID A LOS HERMANOS y DECIDLES…!
Todo esto lo he dicho porque «en el principio existió la vida…»
Y al final de todo, ¡también!
Enrique Martínez, CMF