Cada viernes de Cuaresma, la Iglesia nos invita de manera especial a contemplar los padecimientos de Jesús durante los días de su Pasión. La Liturgia de este día nos ofrece las imágenes proféticas de los sufrimientos del justo, acechado por aquellos a los que incomoda su vida honesta.
Si el término “pasión” se utiliza para referirnos a los acontecimientos dolorosos que vivió Jesús en los últimos días de su vida terrena, asociados a esos mismos momentos terribles, se pueden contemplar también, no sin estremecimiento, los martirios que siguen padeciendo tantos cristianos en razón de su fe.
Más allá de la valoración artística y técnica, más allá del juicio moral favorable o adverso, que algunos han declarado acerca de los protagonistas de la película “Silencio”, sobrecoge la radicalidad y el testimonio de fe de las comunidades cristianas contemporáneas a los primeros mártires de Japón. Pero sabemos que la persecución no solo aconteció en tiempos lejanos; en nuestros días llegan noticias permanentes de deportaciones, encarcelamientos, vejaciones, y hasta martirios por profesar la fe cristiana.
Hay, además, otras formas más sutiles de infligir persecución, padecimientos, torturas, desde la segregación y discriminación laboral, en las relaciones sociales, con los vetos ideológicos, por razón religiosa. Con ello también se provocan situaciones límite.
Si fortalece la fe del testimonio de los cristianos perseguidos, debería también inyectar o trasfundir radicalidad evangélica en quienes vivimos nuestra pertenencia cristiana con libertad y con posibilidad pública y social de celebrarla.
Hace bien contemplar el rostro del Señor. Santa Teresa, maestra espiritual, nos enseña a fijar los ojos en Él, en sus padecimientos. Ella es testigo privilegiado del bien que le hizo mirar la imagen de un Cristo muy llagado y de cómo esa mirada cambió su vida. Si las llagas del Señor, representadas en las diferentes formas icónicas, producen efectos tan transformadores, ¡qué no deberían producirnos los padecimientos de tantos contemporáneos que prolongan la Pasión de Cristo!
Sorprende que en el lenguaje se utilice la misma palabra para decir de lo que más destruye a las personas, el seguimiento de sus pasiones, y lo que más plenifica, el darse enteramente, a costa incluso de la propia vida, de manera apasionada, por amor a Dios y a los hermanos. Que por la contemplación de la Pasión de Cristo se nos conceda el dominio de nuestras pasiones, y el don de vivir totalmente entregados y solidarios con los que más sufren.