Pasó el tiempo de los apasionados ateísmos. Pasó también el tiempo de las apasionadas defensas de Dios. Hoy se habla poco de Dios. El número de los no-creyentes sigue creciendo en los países hasta ahora llamados cristianos. Interesa poco a las nuevas generaciones el discurso sobre Dios. Padres y educadores lo evitan. Dios no es objeto primario de atención. El interés se centra en las instituciones o sistemas religiosos. Nos interesa el Islam, el Budismo, el Cristianismo con todas sus variantes. Interesa qué piensa la Iglesia, cómo se posiciona.
Los líderes religiosos en sus declaraciones oficiales recurren ciertamente a Dios, a lo divino. El impacto que sus discursos produce es menor. Todo lo que dicen suena a sabido, pero no han logran hacer resucitar la “pasión por Dios”.
¿Hay en la humanidad un general enamoramiento por Dios? ¿Está la humanidad profundamente, hondamente preocupada por Dios? ¿Se caracterizan las religiones por una apasionada búsqueda de Dios?
Hoy “la experiencia de lo divino” está más diluida. Hace unos años nos sorprendieron con todo un movimiento religioso, acompañado de un fuerte marketing, que ha dejado una huella profunda en generaciones edad media: “el new age”, la conspiración de Acuario, el dios-energía, o fuerza revolucionaria, la espiritualidad. Se busca más la espiritualidad o la religión desestructurada, que al mismo Dios. Interesan enormemente las actitudes religiosas que se encuentran en el ser humano; lo divino en las relaciones, en la inmersión en la naturaleza, en la búsqueda del propio fondo.
Por otra parte, resurgen entre nosotros las experiencias religiosas religadas a los lugares de culto, a los santuarios, a las romerías, a las vírgenes y los santos. Se da una reconciliación con el pasado religioso. Pero, en medio de toda esta vuelta de la religión, ¿dónde está Dios? ¿Dónde se manifiesta Dios?
Se habla de Dios con una naturalidad que pasma. Dios es por algunos transmitido en directo. Dios parece lo más obvio, lo menos problemático, lo menos misterioso.
Yo descubro una especie de indiferentismo religioso en la misma religión. Interesa más la celebración religiosa, que el Misterio que está detrás de la celebración. Quienes comparten la celebración están entretenidos en lo que hacen. Representan bien, dignamente el papel representativo. Es algo semejante a la representación teatral. Tenemos ahora generaciones muy teatreras. Estamos en la sociedad de la simulación. Y hasta lo religioso entra dentro de ello.
Pero, ¿dónde queda Dios? ¿En qué medida nos preocupa más el Dios del Islam que el mismo Islam, o la experiencia religiosa última del budismo o del hinduismo más que los mismos budismo e hinduismo?
Está bien que defendamos la relevancia social y pública de Dios, y por eso, estamos tan preocupados del diálogo interreligioso y de la apertura de la sociedad a todas las religiones, a través de la libertad religiosa. Pero, también es verdad que tenemos que cultivar la relación más íntima con Dios, desde el misterio de la interpersonalidad.
¿Hablar hoy de Dios? ¿Y de Dios en sí mismo y no de nosotros mismos? Ni tampoco de cómo imaginamos o vivenciamos a Dios. De lo que se trata es de ver cómo Dios nos trata, se relaciona con nosotros, precisamente en este tiempo, en esta circunstancia en que nos encontramos.
Del Blog «Ecología del Espíritu»