La paz mayor es la de la conciencia, la paz interior, la que se adueña del alma y deja gustar las delicias de la presencia del amor divino, con efectos de íntima consolación, por la certeza del bien hacer, fruto de la coincidencia con el querer de Dios.
Es difícil explicar la experiencia de paz que se instala en el hondón del alma cuando Dios la deja sentir en el más profundo centro. San Juan de la Cruz, cuya fiesta celebramos hoy, describe uno de esos momentos en los que Dios hace gustar su paso: “En una noche oscura/ con ansias en amores inflamada/ oh dichosa ventura, salí sin ser notada/ estando ya mi casa sosegada”.
La paz se experimenta como sosiego, calma, serenidad, certeza, confianza, abandono, anchura interior, y cabe que llegue a instalarse como gozo, consolación, alegría, amor, beso en el alma, experiencia mística, regalo del cielo.
La paz, como el bien, es difusiva. Los que la experimentan se convierten en testigos y en mensajeros de paz. Jesús, el príncipe de la paz, saluda a los suyos: “Paz a vosotros”. Francisco de Asís toma como lema: “Paz y bien”. ¡Déjame que yo también te desee la paz! Y recemos por la paz de las naciones.