PERMANECER ANTE DIOS EN CONTEMPLATIVA ESPERA

12 de octubre de 2005

\"\"En Taizé, algunas tardes estivales, bajo el cielo tachonado de estrellas, desde nuestras ventanas abiertas oímos a los jóvenes. Y quedamos sorprendidos de lo numerosos que son. Buscan; y oran. Y nos decimos: sus aspiraciones a la paz y a la confianza son, como esas estrellas, pequeñas luces en medio de la noche.
Vivimos en un momento en el que muchos se preguntan: ¿qué es la fe? La fe es una simplicísima confianza en Dios, un arranque de confianza, indispensable e incesantemente asumido a lo largo de la vida. Pueden, sí, asaltarnos las dudas.

Pero no deben asustarnos. Tratemos ante todo de escuchar a Cristo, que susurra en nuestros corazones: "¿Dudas? No temas, el Espíritu Santo está siempre contigo". No faltan quienes han hecho este sorprendente descubrimiento: el amor de Dios puede brotar también en el corazón a través de la duda.
En el Evangelio, una de las primeras palabras de Jesús es ésta: "¡Bienaventurados los pobres en el espíritu!". Bienaventurados, sí, quienes van en busca de la simplicidad de su corazón y de su vida. Un corazón simple o sencillo no busca sino vivir el momento presente, acoger cada día como un día de Dios.

LA BONDAD DE CORAZÓN
Son muchos los jóvenes que no dejan de experimentar en su interior una sed de paz, de comunión, de vida gozosa. Aparecen incluso atentos a los insondables sufrimientos de seres inocentes. No ignoran, concretamente, el incremento de la pobreza en el mundo. No son solamente los responsables de los pueblos los que construyen el futuro. El más humilde entre los humildes puede contribuir también al reinado de la paz y de la confianza.

Podemos, sí, vernos débiles; pero Dios nos hace portadores de reconciliación cuando fomentamos el encuentro y de esperanza en medio de la tribulación. Se nos llama a hacer accesible y cercana, con nuestra vida, la compasión de Dios por el ser humano. Si los jóvenes se tornan con su vida en transmisores de paz, ciertamente lograrán hacer luz allí donde se hagan presentes.
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La preocupación o el miedo ante el sufrimiento pueden convertirse en un camino hacia el gozo. Cuando con sabor evangélico brota en nosotros, ese gozo llega a convertirse en soplo de vida. No, no somos nosotros la fuente de tal gozo; se trata de un don de Dios. Y está incesantemente reavivado por la providencial y amorosa mirada de Dios sobre nuestra vida. Lejos de pecar de ingenua, la bondad de corazón comporta vigilancia. Y puede llevar a asumir riesgos. No da lugar al menosprecio del otro. Presta incluso atención a los más desvaídos. A través de la mirada, en el tono mismo de voz, viene a expresar que todo ser humano necesita ser amado.

Sí, Dios nos permite caminar portando, en el fondo del alma, una chispa de bondad que sólo pide poder convertirse en llamarada. Pero ¿cómo caminar hacia las fuentes de la bondad, del gozo, incluso de la confianza? Abandonarse en Dios es encontrar la senda. Remontándonos incluso a la más remota historia, hallamos multitud de creyentes que experimentaron cómo, en la oración, Dios otorga luz y vida interior. He aquí cómo oraba un creyente anterior a Cristo: "Mi alma te anhela y te busca de noche, Señor; mi espíritu te busca en lo más íntimo y más hondo de mi ser". El deseo de comunión con Dios está inscrito desde siempre en el corazón humano. El misterio de dicha comunión afecta a la profundidad misma del ser humano. Podemos, pues, decir a Cristo: "Señor, ¿a quien vamos a acudir sino a ti? Tu tienes palabras que devuelven la vida a nuestras almas". Permanecer ante Dios en una contemplativa espera no excede nuestra dimensión y capacidad humanas. En esa oración, viene como a descorrerse el velo sobre lo inexpresable de la fe, y lo indecible o inefable lleva entonces a la adoración.

EL DIOS QUE NUNCA SE ALEJA
Dios se hace, incluso, presente al desaparecer el fervor y al desvanecerse las resonancias sensibles. Jamás nos vemos privados de su compasión. No, no es Dios el alejado de nosotros; somos, tal vez, nosotros los ausentes. Una mirada contemplativa se acoge a los signos del Evangelio en los acontecimientos más simples. Discierne la presencia de Cristo incluso en el más abandonado de los hombres. Descubre en el universo las irradiantes bellezas de la creación.

¿Qué espera Dios de mí?, se preguntan no pocos. Leyendo el Evangelio, se llega a comprenderlo: Dios nos pide en cada situación que seamos un reflejo de su presencia; nos invita a brindar una vida bella ante aquellos que Él nos ha confiado.
Todo el que busque responder a una llamada de Dios a lo largo de su vida, puede hacer suya esta oración: "Espíritu Santo, aun cuando nadie pareciera hecho para dar un sí para siempre, Tú vienes a encender en mí un foco de luz. Ilumina toda duda y vacilación en esos momentos en que el sí y el no aparecen como encontradizos. Espíritu Santo, Tú me permites acercarme con mis limitaciones: Si hay en mí una buena dosis de fragilidad, ven con tu presencia y tu gracia a transformarla".    ■

Traducido del italiano por M. Díez Presa, cmf.