Reconstruir palabras, para devolverles el significado perdido por el mucho hablar de ahora. Todo está tan suficientemente visto, que nada –casi nada- puede hoy sorprender a nadie. En cambio, es de pocos sentarse entre peldaño y peldaño de lágrima y lágrima; de pocos es buscar la proa de subir o bajar en esos Ojos en que se enreda la existencia. Ya no asombra nada. Nadie casi invoca. Es banal la noticia, banal el acontecimiento a distancia. Por eso intento que cada vez sean nuevas las palabras que os entrego para compartir con vosotros mis vivencias. Aunque ese modo de decir me agota y me debilita. Quisiera gastarme muy deprisa.
Rezar, recemos todos… que seguramente por querer hacer “cosas y cosas” nos olvidamos de nuestra más profunda pobreza, y la desatendemos, y no le damos importancia, y no tenemos tiempo para vivir a solas con el silencio del rezo que contempla a Dios vivo haciendo Él la vida de cada uno, conduciendo Él la Historia. Seres indefensos que queremos olvidarnos que lo somos haciendo cosas y cosas, y más cosas.
Sentí entonces el espanto de ser un ideal para vosotros, un sinónimo de valor, de decir “sí” siempre. Pensé en ese Francis que soy para vosotros, y tuve miedo. Y tuve miedo, porque yo no me veía ni me conocía de ese modo; porque no era yo ese hombre. Y tuve miedo de perderos; miedo de no ser yo el de vuestros pensamientos cotidianos. Porque yo soy tan de carne, tan sin meritos, tan distinto de ese que suscitaba admiraciones. Me veía a mi mismo con mis notas bajas; hombre normal, tan de barro quebradizo como el que más. Tuve miedo y vergüenza de haberos podido engañar alguna vez para que hoy pensarais así. Soy un trozo “vuestro”, no “del cielo” o de otro material inasequible.