A mí me preocupa que los sacerdotes llamen la atención hablando de materias discutibles. Por supuesto, tienen derecho a ejercer su libertad de expresión y a pronunciarse sobre todo lo que les venga en gana. Pero es preferible que hablen de lo que entienden, no sólo porque así acertarán sino también porque es lo que esperan de ellos los fieles.
Cuando un sacerdote entra en polémica sobre cuestiones discutibles -la configuración autonómica de España o el valor histórico de una lengua, por nombrar problemas que han merecido últimamente la atención de algunos clérigos-, arriesga su líderazgo espiritual. Me parece que los sacerdotes cumplen mejor su misión pronunciándose sobre lo que entra en el ámbito de su ministerio.
Yo conozco a varios sacerdotes que viven perfectamente con los pies en el suelo y con ellos hablo de lo divino y de lo humano. Pero cuando están en sacerdotes se constituyen en líderes para muchos y esos muchos esperan oírles hablar de lo suyo.
Por lo demás, es bueno que los sacerdotes sean personas accesibles, abiertas y sintonizadas con su tiempo. Bien formados intelectualmente y luego informados de lo que pasa, para que sientan los problemas de sus vecinos y puedan orientarles espiritual y moralmente en las nuevas cuestiones que alumbra la vida colectiva.