Personas motivadas

Toda acción humana, explícita o implícitamente, conlleva una intención, tiende hacia un fin. La intención o finalidad es lo último en alcanzar pero está desde el principio en la voluntad de la persona, motivándola para la acción y animándola en el proceso de la ejecución o puesta en práctica de los medios para alcanzar el fin.

Pensemos en el joven que inicia sus estudios universitarios con la intención de llegar a ser un buen y responsable profesional. Consideremos al matrimonio que inicia la construcción de su casa colaborando en un proyecto de viviendas de la parroquia. Sin una intención clara y decidida no se comienza una serie de actividades que nos llevarán a la meta deseada ni se persevera en el empeño.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.En el pasado se hablaba más de “recta intención”, hoy se habla más de “motivación”. Ambos términos responden al “para que” de la acción humana. Representan el conjunto de valores que nos empujan internamente a la acción. Las motivaciones son como fuerzas internas impelentes, convicciones dinámicas, determinaciones eficaces de la voluntad. A la persona con motivaciones la calificamos de persona “motivada”, en cambio hablamos de personas “desmotivadas” cuando carecen de sea animación interior.

Las motivaciones, en cuanto implican una intención y unas acciones libremente elegidas y practicadas, tienen una dimensión moral, una cualificación ética y pueden ser calificadas de buenas o malas. Hagamos algunas preguntas ejemplarizantes: ¿Por qué y para qué elijo una u otro carrera? ¿Por qué invierto en esta parte del país y no en otra, en este tipo de inversión y no en otro? ¿Qué perseguimos con la aprobación de determinadas leyes? ¿Qué intención tengo a la hora de tomar una decisión importante en vida?, etc.

Si alguien considera que formularse estas o semejantes preguntas sobre la intención de nuestras decisiones y acciones es tiempo perdido, cavilaciones improductivas o reminiscencias de un moralismo superado, es que está siendo arrastrado por la cultura dominantes del inmediatismo, de la eficacia a toda costa, aun a costa de la moral, de la superficialidad que se adapta a la práctica ambiental y no profundiza en el significado y calidad humana de lo que hace o deja de hacer.

También se da el caso de personas que dicen sentirse fuertemente motivadas por nobles valores humanos y cristianos como la solidaridad, la equidad social, la fe y la caridad, el servicio a los demás etc. pero luego en la vida real, esas motivaciones no tienen fuerza para poner en marcha los mecanismos de la persona hacia el fin deseado, carecen de eficiencia operativa, se muestran inconsistentes ante las dificultades.

La razón está en que los valores pueden darse a dos niveles o planos que indicen muy diversamente en la acción. Uno es el plano teórico. Reconozco que tal realidad es valiosa en sí misma pero a mí no me afecta. Sólo cuando el valor pasa al plano afectivo, cuando apasiona entrañablemente, cuando es “un bien-valor” querido de corazón, sólo entonces se convierte en una motivación que lleva a la acción y a perseverar en ella.
Hoy día necesitamos personas de profundas, dinámicas, consistentes y buenas motivaciones.