Recientemente, un estudiante que hace décadas había sido alumno mío me hizo este comentario: “Han pasado más de veinte años desde que asistí a tus clases, y he olvidado casi todo lo que enseñaste. Lo que sí recuerdo de tu clase es que suponías que nosotros siempre trataríamos de no hacer a Dios parecer estúpido”.
Espero que sea verdad. Espero que sea algo que la gente saque de mis clases y escritos, porque creo que la primera tarea de cualquier apologética cristiana es rescatar a Dios de la estupidez, arbitrariedad, estrechez, legalismo, rigidez, tribalismo y todo lo demás que es malo pero se asocia con Dios. Una sana teología de Dios debe suscribir todas nuestras apologéticas y prácticas pastorales. Cualquier cosa que hacemos en nombre de Dios debería reflejar a Dios.
No es casualidad que el ateísmo, el anticlericalismo y las muchas diatribas dirigidas hoy contra la iglesia y la religión puedan apuntar siempre a alguna mala teología o práctica de la iglesia en la que basar su escepticismo e ira. El ateísmo es siempre un parásito que se alimenta de la mala religión. Así también es gran parte de la negatividad hacia las iglesias, que es tan común hoy. Una actitud contra la iglesia se alimenta de la mala religión, y así nosotros, que creemos en Dios y en la iglesia, deberíamos estar examinándonos más que defendiéndonos.
Por otra parte, más importante que el criticismo de los ateos son las muchas personas a quienes sus iglesias han hecho daño. Un ingente número de personas hoy ya no va a la iglesia ni tiene una relación muy estrecha con sus iglesias, porque lo que han encontrado en sus iglesias no habla bien de Dios.
Digo esto en simpatía. No es fácil expresar a Dios adecuadamente; mucho menos, hacerlo bien. Pero debemos intentarlo, y así todas nuestras prácticas sacramentales y pastorales necesitan reflejar una sana teología de Dios, esto es, reflejar al Dios a quien Jesús encarnó y reveló. ¿Qué reveló Jesús sobre Dios?
Primero, que Dios no tiene favoritos y que debe haber total igualdad entre las razas, entre ricos y pobres, entre esclavos y libres y entre varón y mujer. Ninguna persona, raza, género ni nación es más favorecida que otras por Dios. Nadie es primero. Todos son privilegiados.
Después, Jesús enseñó que Dios es especialmente compasivo y comprensivo para con los débiles y los pecadores. Jesús escandalizó a sus contemporáneos religiosos al sentarse con pecadores públicos sin pedirles previamente que se arrepintieran. Acogía a todos con maneras que frecuentemente ofendían la religiosidad propia del tiempo y a veces iba contra la sensibilidad religiosa de sus contemporáneos, como deducimos de su conversación con la mujer samaritana o cuando cura a la hija de una mujer sirio-fenicia. Además, nos pide ser compasivos de la misma manera, e inmediatamente detalla lo que eso significa al decirnos que Dios ama a los pecadores y a los santos exactamente de la misma manera. Dios no tiene amor preferencial por los virtuosos.
Nos choca también el hecho de que Jesús nunca se defiende cuando es atacado. Además, es crítico con los que, a pesar de su sinceridad, tratan de bloquear el acceso a él. Acepta morir antes que defenderse. Nunca responde al odio con el odio, y muere amando y perdonando a los que le están matando.
Jesús también aclara que no necesariamente los que profesan explícitamente a Dios y la religión son sus verdaderos seguidores, sino más bien los que, independientemente de su fe explícita o asistencia a la iglesia, hacen la voluntad de Dios en la tierra.
Por fin, y principalmente, Jesús aclara que su mensaje es, antes que nada, buena noticia para los pobres, que cualquier predicación en su nombre que no sea buena noticia para los pobres no es su evangelio.
Necesitamos guardar estas cosas en la mente aun cuando reconocemos la validez e importancia de los debates que sigan entre y en nuestras iglesias sobre quién y qué contribuye al verdadero discipulado y al verdadero sacramento. Es importante preguntar qué se requiere para un verdadero sacramento y qué condiciones se requieren para un válido y lícito ministro de un sacramento. Es importante también preguntar quién debería ser admitido a la Eucaristía y es importante dar a conocer ciertas normas que deben seguirse en la preparación para el bautismo, la Eucaristía y el matrimonio.
Surgen difíciles cuestiones pastorales en torno a estos problemas, entre otros; y esto no está sugiriendo que deberían ser siempre resueltos de un modo que reflejen lo más inmediata y simplistamente la voluntad universal de salvación por parte de Dios y su infinita comprensión y misericordia. Se admite que a veces el beneficio a largo plazo de vivir una dura verdad puede anular la necesidad de corto alcance de apartar más rápidamente el dolor y la angustia. Pero, aun así, una teología de Dios que refleje su compasión y su misericordia debería reflejarse siempre en toda decisión pastoral que hacemos. De otra manera, hacemos a Dios parecer estúpido, arbitrario, tribal, cruel y antitético a la práctica de la iglesia.
Marilynne Robinson dice que el Cristianismo es una gran narrativa que ser suscrita por cualquier cuento menor y que debería prohibir en particular su subordinación a la estrechez, el legalismo y la falta de compasión.