Las cifras son escalofriantes. A pesar de luchas y guerras históricas y de que desde hace más de un siglo el derecho internacional, enriquecido por decenas de acuerdos y declaraciones mundiales, ha prohibido toda forma de esclavitud y de tráfico de seres humanos, actualmente se siguen contando millones y millones de víctimas de este dramático fenómeno. No por casualidad el comercio de seres humanos está considerado como la segunda actividad criminal más rentable a nivel global, tras el tráfico de armas.
Y mientras se siguen firmando declaraciones de principio, “a diario —observa el cardenal Peter Kodwo Appiach Turkson, presidente del Consejo pontificio Justicia y Paz— hombres, mujeres y menores viven en condiciones asimilables a la esclavitud. Son comprados y vendidos como mercadería. Su dignidad intrínseca se pisotea por criminales sin escrúpulos que se enriquecen comerciando con sus semejantes o explotándolos”.
La denuncia del purpurado se oyó durante la conferencia internacional sobre el tráfico de seres humanos que —organizada por el dicasterio vaticano en colaboración con la oficina para las políticas migratorias, de la Conferencia episcopal católica de Inglaterra y Gales— ha tenido lugar en Roma el martes 8 de mayo.
Objetivo de los trabajos, subrayar la importante contribución que la Iglesia puede ofrecer a la comunidad internacional en la lucha contra esta tremenda plaga, gracias a la red constituida por más de mil millones de católicos en el mundo.
Explicando el sentido de la atención de la Iglesia hacia el fenómeno, el cardenal Turkson evidenció sobre todo el hecho de que “las leyes nacionales y los acuerdos internacionales, aún siendo necesarios, por sí solos no pueden derrotar estos males que afligen a la humanidad. La promoción de los derechos fundamentales de la persona, de cada persona, es una tarea que exige en primer lugar la conversión de los corazones. Podríamos decir, parafraseando lo escrito por Benedicto XVI sobre el desarrollo, que la protección de los derechos humanos es imposible sin hombres rectos, que vivan fuertemente en sus conciencias la llamada del bien común”. Ello significa que los esfuerzos orientados a la protección de las víctimas y a la persecución de los responsables del tráfico deben completarse con “una aproximación holística en la cual se reconozca, como componente preeminente, una educación auténtica de la población, especialmente de los grupos más vulnerables”.
El cardenal presidente de Iustitia et Pax no olvida tampoco situar en el centro de atención a cuantos sufren en primera persona por este infame tráfico: las víctimas. No basta con liberarlas de la condición de explotación a la que están sometidas —expresó—, sino que también hay que acompañarlas en el camino de rehabilitación y reintegración.
Otro tema que el purpurado presentó ante los participantes es el ambiente donde maduran estos comportamientos delictivos. “Ampliando la perspectiva —dijo al respecto— es necesario que toda persona de buena voluntad se comprometa a construir un orden social internacional más justo, a fin de que la pobreza y el subdesarrollo dejen de ser terreno fértil donde los traficantes pueden dar con víctimas potenciales”.
Tal es el terreno en el que la labor de la Iglesia puede ser fructífera. “Gracias a su presencia en cada lugar del mundo y a su servicio a cada persona —subrayó— la Iglesia está comprometida en la prevención y en la atención pastoral de las víctimas de la trata en diversos frentes, desde el universal al local, desde el institucional al que se verifica 'en el terreno'. Profundamente convencida de la igual dignidad de toda persona, no cesa de emplearse en que esta dignidad intrínseca se reconozca y garantice en toda circunstancia, para que ya no exista ni esclavo ni libre, sino todos uno en Jesucristo”.
El mensaje final del purpurado se orienta a evitar el desaliento ante el sufrimiento de una parte de la humanidad tan extensa. Más bien —recalcó— “hay que recordar que, además de quienes buscan enriquecerse explotando las vidas de los otros, existe otra humanidad hecha de hombres y mujeres, ciudadanos y líderes, que cada día, con papeles y competencias distintas, consagran sus vidas a la lucha contra el flagelo de la trata de seres humanos”. Y junto a estas personas es necesario permanecer para derrotar una de las plagas más duras de la humanidad contemporánea.