Alguno de mis autores favoritos son agnósticos, hombres y mujeres que enfrentan la vida con honestidad y coraje sin fe en un Dios personal. Son mayormente estoicos, personas que ha hecho las paces con el hecho de que Dios pudiera no existir y que quizás la muerte sea el fin de todo para nosotros. Veo esto, por ejemplo, en el último James Hillman, un hombre que admiro profundamente y quien tiene mucho que enseñar a los creyentes sobre el significado de escuchar y honrar el alma humana.
Pero aquí hay algo que no admiro en este estoicismo agnóstico: mientras que enfrentan con valentía lo que supondría para nosotros el que Dios no existiera y la muerte acabara nuestra existencia personal, ellos no se plantean la pregunta si Dios existiera y con la muerte no acabara nuestra existencia personal con la misma valentía. ¿Y si Dios existe y los postulados de nuestra fe son verdaderos? También deben enfrentar esta cuestión.
Yo creo que Dio existe, no porque nunca haya tenido dudas, o porque haya crecido en la fe por personas cuyas vidas los hizo profundos testigos de su verdad, o porque perennemente la vasta mayoría de la gente que vive en este planeta crea en Dios. Yo creo que existe un Dios personal por más razones de las que coy capaz de nombrar: la bondad de los santos; el enganche que hay en mi propio corazón que nunca me ha dejado marchar; la conexión de la fe con mi propia experiencia, el coraje de los mártires religiosos a través de la historia; la asombrosa profundidad e las enseñanzas de Jesús; los profundos apreciaciones contenidas en las otras religiones, la experiencia mística de incontables personas; nuestro sentido de la conexión con la comunión de los santos con los seres queridos que han fallecido; la convergencia del anecdótico testimonio de cientos de individuos que han muerto clínicamente y han vuelto a la vida; las cosas que sabemos por intuición y que van más allá de toda lógica racional; el constante resurgimiento de la resurrección en nuestras vidas; el triunfo esencial de la verdad y la bondad a través de la historia; el hecho de que la esperanza nunca muerte, el inquebrantable imperativo que sentimos dentro de nosotros mismos de reconciliarnos con otros antes de morir; la infinita hondura del corazón humano; y si, incluso la habilidad de ateos y agnósticos para intuir que de alguna manera todo tiene sentido apuntando a la existencia de un Dios personal.
Creo que Dios existe porque la fe obra; al menos en la medida en que nosotros la trabajamos. La existencia de Dios se demuestra verdadera en la medida en que la tomamos en serio y vivimos nuestras vidas frente a ella. En pocas palabras, estamos felices y en paz en la medida exacta en que nos arriesgamos, explícita o implícitamente, a vivir una vida de fe. Las personas más felices que conozco son también las personas más generosas, desinteresadas, alegres y honorables que conozco. Eso no es un accidente.
Leon Bloy afirmó una vez que sólo hay una tristeza verdadera en la vida, la de no ser santo. Vemos eso en los evangelios en la historia del joven rico que rechaza la invitación de Jesús a vivir su fe más profundamente. Se va triste. Por supuesto, ser santo y estar triste nunca es todo o nada, ambos tienen grados. Pero hay una constante: estamos felices o tristes en proporción directa a nuestra fidelidad o infidelidad a lo que es uno, verdadero, bueno y hermoso. Lo sé existencialmente: Estoy feliz y en paz en la medida en que tomo en serio mi fe y la vivo con fidelidad; cuanto más fiel soy, más en paz estoy, y viceversa.
Inherente a todo esto también hay una cierta "ley del karma", es decir, el universo nos devuelve moralmente exactamente lo que le damos. Como lo dijo Jesús, la medida que mides es la medida con la que se te medirá. Lo que exhalamos es lo que vamos a inhalar. Si exhalo egoísmo, egoísmo es lo que inhalaré; si exhalo amargura, eso es lo que encontraré a cada paso; por el contrario, si exhalo amor, gracia y perdón, me serán devueltos en la medida exacta en que los exhale. Nuestras vidas y nuestro universo tienen una estructura profunda, innata e innegociable de amor y justicia escrita en ellas, y que sólo puede ser asegurada por una mente viva, personal y divina y un corazón de amor.
Nada de esto, por supuesto, prueba la existencia de Dios con el tipo de prueba que encontramos en la ciencia o las matemáticas; pero a Dios no se le encuentra al final de una prueba empírica, una ecuación matemática, o un silogismo filosófico. A Dios se le encuentra, explícita o implícitamente, viviendo una vida buena, honesta, misericordiosa, desinteresada, moral, y esto puede suceder dentro o fuera de la religión.
El benedictino belga, Benoit Standaert, afirma que la sabiduría son tres cosas, y una cuarta. La sabiduría es un respeto por el conocimiento; la sabiduría es un respeto por la honestidad y la estética; y la sabiduría es un respeto por el misterio. Pero hay un cuarto – la sabiduría es un respeto por Alguien.