Quiero seguir siendo sacerdote porque, después de casi 40 años, la rutina y la costumbre me han impedido disfrutar de la “dignidad” de serlo, y no quiero acostumbrarme al misterio que represento.
Quiero seguir siendo sacerdote porque siento con intensidad el dolor de la esterilidad, de no tener sucesores, pero tengo la esperanza de que el Espíritu inspire nuevas maneras de llevar adelante este ministerio eclesial en este invierno demográfico y vocacional de Europa.
Quiero seguir siendo sacerdote porque hay mucho don de Dios en mí que todavía no he reconocido ni agradecido y necesito tiempo para hacerlo.
Quiero seguir siendo sacerdote porque necesito tiempo para disfrutar las maravillas que Dios sigue haciendo en la historia de la salvación de las personas que encuentro en el camino de mi vida, especialmente de aquellas que consagran su vida entera a la búsqueda de Dios.
Quiero seguir siendo sacerdote porque, a pesar de los miles de veces que he presidido la celebración de la Eucaristía, apenas he empezado a captar y disfrutar este sacramento de amor.
Quiero seguir siendo sacerdote porque me estremezco ante la Palabra de Dios y tengo la impresión de que aún no me he enterado de lo esencial del evangelio.
Quiero seguir siendo sacerdote porque el misterio de Dios me sigue cautivando y desconcertando, sigue siendo un Dios escondido y desconocido para mí, que me llena de pasión y también de dudas.
Quiero seguir siendo sacerdote porque ser testigo de la alianza de amor matrimonial y escuchar las historias de amor conyugal alimenta mi fe en el amor.
Quiero seguir siendo sacerdote para seguir alentando y disfrutando de la belleza y del poder del amor matrimonial y contando las maravillas que el Padre sigue haciendo a través de la entrega de los padres, capaces de dar futuro a la vida mediante los hijos biológicos, los adoptados, la donación de órganos, la donación de sangre…
Quiero seguir siendo sacerdote para ser profeta del matrimonio como “sacramento de amor” que significa, actualiza y comunica el amor íntimo y fiel con que Cristo ama a su Iglesia, es decir, a nosotros.
Quiero seguir siendo sacerdote célibe para experimentar en mí mismo que el celibato se vive como una aventura de amor y de entrega a las personas de carne y hueso con el fin de encarnar el “como yo os he amado”.
Quiero seguir siendo sacerdote porque me quedan muchas emociones que sentir, mucha ternura que expresar.
Quiero seguir siendo sacerdote porque me quedan aún muchos miedos que vencer dentro de mí, que han recortado la belleza de la expansión del don que el Espíritu ha derramado en mi corazón de hombre.
Quiero seguir siendo sacerdote con la comunidad y en la comunidad cristiana, toda ella ministerial y carismática, para que no me olvide ni nos olvidemos de que nuestras raíces son apostólicas y que representamos a aquel Jesús que nos amó hasta el extremo y se sigue haciendo visible en las relaciones y gestos de amor de sus discípulos.
Quiero seguir siendo sacerdote porque ser discípulo de Jesús, el Mesías, y testigo de su resurrección de entre los muertos, es la mejor razón que he encontrado para vivir la vida con pasión, con lucidez y verdad.
Quiero seguir siendo sacerdote aun sabiendo y sufriendo en carne propia que para muchas personas de esta sociedad soy un “apestado”, que sin conocer lo que juntamente con otros ofrezco lo rechazan por el mero hecho de que está asociado a un sacerdote.
Quiero seguir siendo sacerdote porque, aunque muchos me identifiquen como enemigo de la ciencia y del progreso, busco con entusiasmo la verdad del hombre, en la vida, en la filosofía, en las ciencias humanas, en la teología, y sigo abierto a las preguntas radicales del sentido y a los apasionantes descubrimientos de la ciencia.