Mis queridos amigos:
Hace sólo tres días que he recibido vuestra carta. Me apresuro a contestaros, porque imagino que estaréis inquietos y preocupados por la cuestión de nuestro común amigo. Él también me escribió. Recibí su carta a los pocos días de hablar con vosotros por teléfono.
La suya era una carta muy sincera, auténtica, cordial y llena de apertura. En ella me abría su corazón de par en par. Pude alcanzar muy bien su estado de ánimo y su situación. Lejos de alterarme, esa carta me hizo percibir toda la amistad y la confianza que tiene en mí. Fue para mí como una bocanada de aire fresco en nuestra relación de amistad, aunque la temática fuera dura.
Ya le respondí hace más de una semana. Traté de hacerle presente mi cercanía, cualquiera que fuese la decisión que adoptase al respecto. Le decía que me importaba él. Su persona. Pero, precisamente por eso, le insistía en que tomase una decisión correcta, de la que no tuviese que arrepentirse después, aumentando sus sentimientos de frustración.
En consecuencia, le invitaba a que no se encerrara en sí mismo, sino que, con quien quisiera, se dejara acompañar en estos momentos. Sólo con discernimiento -y no sólo por sentimientos- me parecía bueno que abordase su situación. Creo que no le faltan compañeros de ruta, que podían acompañarle. Y, entre otros, vosotros. Pienso que la amistad y la cercanía que le unen a vosotros puede ser un buen motor para la ayuda mutua.
Yo creo que la decisión ha de tomarla él. Es su vida la que está en juego. Nosotros podemos vivir con él, pero no por él. Lo que sí podemos hacer es acogerle y ayudarle en la labor del discernimiento, en la medida en que él lo requiera de nosotros. Él sabe que nos tiene a su lado. Que estamos de su parte de manera incondicional. Eso es lo importante. Después, a medida que nos vaya compartiendo, si así lo desea, la misma amistad nos irá sugiriendo la mejor manera de aconsejarle, apoyarle y ayudarle. Creo que es la mayor parte del servicio que podemos prestarle. Lo otro sería rezar para que el Señor le ilumine y le dé fuerza para que pueda tomar la decisión más acorde con el evangelio y más responsable para él y para los demás.
De todas formas, a nosotros nos queda una tarea: la de tener nuestro hogar encendido para él. Es nuestro amigo y nuestro hermano. Y nosotros lo somos también de él. Dios ha cruzado nuestros caminos para que vivamos en solidaridad y pertenencia. Es su regalo para nosotros. Es un regalo inmenso, aunque unas veces nos toque sufrir y otras gozar juntos. Pero… ¡nos pertenecemos! Vamos a tener nuestro hogar caldeado y adornado para él.
Lo que pasa es que el hogar no son las paredes de la casa, sino la relación. Vamos a esforzarnos en que la relación ayude a nuestro común amigo. Vamos a cultivarla como una pequeña flor que hay que cuidar. ¡Todos los días! Vamos a tratar de ser más auténticos en nuestra vida sacerdotal y en nuestra vida de pareja. Vamos a asumir nuestra responsabilidad en la relación para que sea acogedora para nuestro común amigo.
Os insisto en esto, porque sé que, últimamente, no iban muy bien las cosas entre vosotros. La incomunicación no era infrecuente. Cada uno de vosotros guardaba sus sentimientos y sus juicios respecto al otro. Sencillamente: acumulaba la basura. Dice una pareja amiga mía que la basura no hay que acumularla. Olerá muy mal el hogar, si se guarda. Nuestro amigo necesita un hogar, no un muladar. Necesita que vosotros os queráis y que con vuestro amor le manifiestéis el hogar que queréis ser para él como pequeña iglesia. Ese amor que procede de Dios y que se manifiesta en la comunicación diaria y los mil y un detalles de la vida cotidiana. También necesita de mi autenticidad sacerdotal. Necesita de relación de comunicación y de unidad con vosotros. Él necesita ver una iglesia que sea comunidad de vida y amor. Nosotros tenemos que hacérsela presente. Y seríamos hipócritas, si nuestras palabras no concordaran con lo que nos empeñamos en vivir.
Así, pues, la situación de nuestro común amigo nos implica a nosotros. No puede dejarnos indiferentes. Ni tampoco procurarnos únicamente una preocupación por él. Si queremos ayudarle, tenemos que preocuparnos también de nosotros mismos en nuestra relación y en relación a él. La situación de él nos ha de interpelar a nosotros. Tratemos de ser más auténticos. Tratemos de ser en profundidad lo que somos.
Ya os dejo. Un fuerte abrazo para todos.