Primer aniversario de la muerte del hermano Roger

16 de agosto de 2006

La inesperada noticia del fallecimiento del hermano Roger a los 90 años sacudió como una bofetada el 16 de agosto la Jornada Mundial de la Juventud que en estos días se celebra en Colonia. A miles de jóvenes cristianos de todo el mundo les sobrevino de pronto una profunda sensación de orfandad por la muerte del hombre que levantó sin querelo y de la nada la comunidad de oración más grande del mundo.
© Ateliers & Presses de Taizé, Communauté de Taizé, 71250 Taizé, France Les espantaba imaginar el cuerpo frágil e inofensivo de Roger traspasado en plena oración por las puñaladas de una perturbada, ante los ojos de la muchedumbre de jóvenes a la que entregó su vida. La mujer, una rumana que responde al nombre de Luminita, aseguraba a la policía que no quiso matarle y que tan sólo quería llamar su atención.

Sin más publicidad que la del boca a boca y en torno a su magnetismo personal, Roger Schutz (Provence, 1915) levantó en una aldea de Francia una comunidad abierta a miembros de todas las iglesias cristianas. Hijo de un pastor protestante suizo, Roger nunca hizo distingos entre jóvenes de distintas religiones. Luteranos, calvinistas, evangélicos, ortodoxos o católicos acudían a él atraídos por su fortísima personalidad con la conciencia de que siempre es mucho más lo que une a los hombres que lo que los separa.
Seis décadas después de su creación, Taizé acoge cada año a miles de personas de todos los credos en busca de una experiencia mística y de una espiritualidad sin fronteras. Por allí han pasado 14 obispos luteranos suecos, patriarcas ortodoxos y hasta tres arzobispos de Canterbury. En 1986 lo hizo Juan Pablo II, amigo de Roger desde los años 60, quien proclamó con gran plasticidad: «Se pasa por Taizé como junto a una fuente. El viajero se detiene, se refresca y continúa su camino».
Cuando le preguntaban sobre los orígenes de Taizé, Roger siempre recordaba a su abuela, una mujer protestante que en los peores días de la I Guerra Mundial iba cada tarde a rezar a una iglesia católica como símbolo de unidad en una Europa dividida por la guerra.
La imagen se quedó en la retina de aquel niño que unos años más tarde, recién ordenado pastor, hizo un viaje en bici por la Francia de 1940 pensando en cómo ayudar a las víctimas de la guerra. Una noche llegó a una aldea de la Borgoña situada junto a la línea que dividía la Francia de Vichy de la ocupada por Hitler. La aldea se llamaba Taizé.
En aquel pueblecito de frontera —metáfora de las heridas de Europa y al mismo tiempo de cómo restañarlas—, Roger se instaló con su hermana en una casa abandonada hasta la que la guerra fue vomitando judíos, refugiados políticos y desertores nazis. A todos les daba un plato de sopa y les acogía sin tener en cuenta su credo ni su nacionalidad en aquella casa ruinosa y sin agua corriente. Roger solía irse a rezar al bosque para que los refugiados judíos o agnósticos no se sintieran incómodos u obligados a acompañarle.
Lo que había empezado como una casa de acogida pronto se fue convirtiendo en algo muy diferente con la llegada de personas que hallaron su vocación en aquella forma de vida. Terminada la guerra, los nueve primeros hermanos de Taizé pronunciaban sus votos en la pequeña iglesia románica del pueblo. Acababa de nacer una especie de orden monástica tan sugerente como atípica. La única fundada jamás por un protestante y la única formada por fieles de distintas iglesias.
Taizé no posee oficinas ni bienes materiales. No acepta de nadie regalos ni herencias. Cada hermano dona al morir sus pertenencias a los más pobres, nunca a Taizé. La comunidad vive de las labores agrícolas y de los trabajos de artesanía que hacen los monjes en talleres de barro, pintura, cristal o esmalte.
Los hermanos —hoy alrededor de 100 procedentes de 25 naciones— destruyen minuciosamente al final de cada año todos sus documentos. En palabras del propio Roger, «para no caer en la tentación de celebrar un día nuestra propia Historia».

Amigo de Juan XXIII

Los hermanos de Taizé pronto extendieron su forma de vida a comunidades en lugares castigados por la miseria como los suburbios de Brasil, Senegal y Corea. Juan XXIII —que en su etapa de nuncio en París había visitado Taizé—_tuvo el insólito gesto de invitar al protestante Roger al Concilio Vaticano II y dijo del movimiento que había construido «una pequeña primavera». Desde 1982 miles de personas se congregan cada año en una ciudad europea —en el año 2000 fue Barcelona, el año pasado Lisboa— convocadas por el hermano Roger y acuden cada primevera a celebrar la Pascua con los hermanos de la comunidad.

La obra de Taizé ha cambiado el espíritu de este pueblecito pero no su faz. Los peregrinos son alojados en sencillos barracones de madera situados al pie de una frondosa colina. La iglesia carece de bancos u ornamentos y la gente se sienta a rezar tres veces al día sobre un acogedor suelo enmoquetado.

De Mandela a Vaclav Havel, pasando por Schröder o Jordi Pujol, dirigentes políticos y religiosos de todo el mundo expresaban ayer su dolor por el fallecimiento. Apóstol de la unidad de los pueblos y las religiones, Roger logró ayer el extraño milagro de conciliar en torno a su recuerdo a personajes tan enfrentados como Sarkozy y Dominique de Villepin, que emitieron sendos comunicados lamentando su pérdida.
Para la Historia quedará la última imagen pública de aquel anciano encorvado e impedido que se empeñó el pasado mes de abril en asistir a los funerales por el papa Juan Pablo II, que había visitado Taizé y había expresado su admiración por la labor de Taizé. En aquella ocasión, el hermano Roger —que nunca renegó de su protestantismo— recibió la comunión de manos del todavía cardenal Ratzinger. Muchos dijeron entonces con simpleza que había acabado convirtiéndose al catolicismo sin entender la sencilla grandeza de su gesto: que un pastor protestante rindiera homenaje a un Papa al que no debía obediencia comulgando en la mismísima plaza de San Pedro.
Roger Schutz, fundador de la comunidad ecuménica de Taizé, nació en Provence (Suiza) en 1915 y falleció en Taizé el 16 de agosto de 2005.

El Mundo – Obituarios