«Queridos hermanos:
Os veo un tanto deprimidos por el declive del cristianismo en el Occidente desarrollado y el progresivo envejecimiento de vuestras Iglesias. Algo de este desaliento se percibe en vuestras publicaciones, acciones y asambleas, que deberían estar empapadas de la alegría del Resucitado. ¡Estad siempre alegres en el Señor! Comprendo vuestros sentimientos, porque yo también quería con locura a mis comunidades; pero creo que habéis perdido la perspectiva de las cosas. Dios es más grande que nosotros y es capaz de hacer brotar la vida y la energía de nuestra debilidad. Habita en el corazón de todos los seres humanos, aunque ellos no hayan caído aún en la cuenta.
Veo que no estáis acostumbrados como yo a vivir la fe en la intemperie, en minoría, sin presupuestos, teniendo que dar cada día razón de vuestra esperanza. Quizá esa falta de práctica había anquilosado o dado por segura una experiencia que siempre será frágil y que tiene algo de riesgo, apuesta, asombro, fuego, regalo… Veo que los nuevos tiempos os han pillado desentrenados, pero no penséis en absoluto que estáis abandonados de la mano de Dios.
No os escudéis en vuestra pobreza para no poner toda la carne en el asador a la hora de vivir y anunciar a Jesucristo –Dios se encuentra a gusto en ella–, ni justifiquéis vuestra pereza, vuestro conformismo o vuestro miedo, a la hora de afrontar la imprescindible renovación de la Iglesia, apelando a vuestra fidelidad. Preocupaos, más bien, de buscar nuevos caminos para impulsar la justicia en el mundo y la evangelización, sin esperar que todo el mundo los vaya a ver bien. La creatividad es el don que más debemos implorar al Espíritu.
Sin duda, los problemas podrán aumentar, y vuestra capacidad para afrontarlos podrá bloquearse en algún momento; pero a vosotros, como a mí, os basta con esta convicción: ¡Nada nos separará del amor de Dios! (Rm 8,35-39)».
Pedro José GÓMEZ SERRANO
Sal Terrae 96 (2008) 709-721