Hace dos semanas estando en Nueva Escocia, dando un retiro para obispos y sacerdotes del Éste de Canadá. Un sacerdote me envió una nota con una pregunta que le daba vergüenza hacer públicamente. ¿Significa este documento sobre la admisión de homosexuales al sacerdocio que no voy a ser acogido nunca más? ¿Significa que la gente me considerará un sacerdote se segunda clase? He escuchado esta misma pregunta, formulada de una forma u otra, a sacerdotes a lo ancho de todo el mundo. El documento del Vaticano sobre la homosexualidad y el sacerdocio es foco de una preocupación intensa, y por ello debemos prestar atención a lo que exactamente dice.
Hay dos principios desde los que partir: primero, debemos darle una interpretación tan fiel como nos sea posible. No se trata tanto de tener una mirada positiva sobre el documento sino de tratar de percibir cuáles son las intenciones verdaderas de los autores del mismo. Los medios de comunicación están llenos de prejuicios y este documento será denunciado como otro ataque a los gays. Esta denuncia también ocurre dentro de la iglesia. La Congregación para la doctrina de la fe, a menudo, han emitido tendenciosas interpretaciones sobre la obra de teólogos. Los teólogos, en repuesta, dan una interpretación, posiblemente, más negativa a los documentos emanados desde el Vaticano. ¡Nada bueno puede venir desde Roma! Como iglesia debemos encontrar otra manera de escucharnos, prestando atención a lo que es realmente se dice. El sentido de la justicia y la honestidad requieren esto.
Segundo, una vocación es una llamada de Dios. Es verdad que, tal y como el documento dice, es un don "recibido a través de la iglesia, en la iglesia y para el servicio de la iglesia", pero Dios es el que llama. Al haber trabajado con obispos y sacerdotes, diocesanos y religiosos, en todo el mundo, no tengo duda de que el Dios llama también a homosexuales al sacerdocio, y están entre los sacerdotes más dedicados que he conocido. Así que ningún sacerdote que esté convencido de su vocación debe sentir que este documento lo clasifica como un sacerdote de segunda categoría. Y podríamos presumir que Dios continuará llamando, tanto homosexuales como heterosexuales, al sacerdocio porque la iglesia necesita los dones de ambos.
La iglesia tiene el derecho y el deber de ejercitar un cuidadoso discernimiento en la admisión de candidatos al sacerdocio. Cuando el mismo documento dice que este ha sido hecho "urgido por la situación actual", presumiblemente está pensando en la crisis de los abusos sexuales que ha hecho temblar la iglesia de occidente. De esta manera podemos hacernos dos preguntas: ¿provee este documento los buenos criterios para percibir quién tiene vocación? ¿y ayudará abordar la crisis de los abusos sexuales?
El documento insiste en que un candidato para el sacerdocio debe llegar a una “madurez afectiva” que "permitirá que se relacione apropiadamente con hombres y mujeres y contraer un sentido verdadero de la paternidad espiritual para la comunidad eclesial que le será confiada". Dejemos la cuestión de la "Paternidad espiritual" al margen por el momento y concentrémonos en la madurez afectiva. ¿Qué representa esto?
El documento dice que la iglesia "no puede admitir al seminario o a las órdenes sagradas a aquellos que son activamente homosexuales, tener tendencias homosexuales profundamente arraigadas, o apoyar la supuesta cultura gay". El primer criterio es sencillo. Lo mismo podía decirse de aquellos que son activamente heterosexuales. Lo segundo necesita de una aclaración.
¿Qué es tener una "tendencia homosexual profundamente arraigada"? El ejemplo dado en el documento es el de alguien que sufre una fase temporal de la atracción homosexual, y asevera que el candidato debe haber superado esta tendencia hace al menos tres años de recibir el diaconado. Eso no incluiría, pues, teniendo en cuenta este documento, los seminaristas que están reflexionando sobre su vocación. También podía ser interpretado como el tener una orientación homosexual permanente. Pero esto no puede ser correcto debido a que, tal y como he dicho, hay muchos sacerdotes excelentes que son gays y que tienen una vocación proveniente evidentemente de Dios. Se comprende mejor esto cuando se refiere a alguien cuya orientación sexual es tan fundamental para su identidad – percibida de una manera obsesiva y dominando su imaginación. Esto plantearía dudas efectivas respecto a si podría vivir felizmente como un sacerdote célibe. Pero cualquier heterosexual que enfoque de esta manera su sexualidad, tendría problemas también. Lo que importa es pues la madurez sexual en lugar de la orientación.
A continuación está el asunto de la "el apoyo a
Finalmente está la cuestión de la "Paternidad espiritual". Éste es un concepto con el que no estoy de acuerdo. ¿Solamente los heterosexuales pueden ofrecer esto? Ésto es lo el obispo para las fuerzas armadas estadounidenses dijo recientemente: "No queremos que piensen que, tal y como nuestra cultura afirma, no hay ninguna diferencia ya sea uno homosexual o heterosexual. Pensamos que para nuestra vocación hay una diferencia, ustedes esperan tener un clero masculino que establezca un modelo a imitar en su masculinidad." No puedo creer que sea esto lo que plantea el documento. Si el papel del sacerdote fuera ser un modelo de la masculinidad, entonces sería relevante para menos de la mitad de los feligreses y uno podía argumentar que las mujeres también deben ser ordenadas como modelos de feminidad a imitar. Presumo que la "Paternidad espiritual" está por encima de todo esto, siendo ejercitada a través del cuidado de las personas y el predicación de una palabra que dé vida, pero en ningún caso esto tiene cualquier relación con la orientación sexual.
Es muy urgente que formemos sacerdotes que sean "afectivamente maduros", y capaces de relacionarse correctamente con hombres y mujeres. Este documento trata de identificar los criterios que ayudarán para percibir esa madurez y señala signos que son, sin lugar a dudas, importantes. Estos criterios tienen que ser aplicados igualmente a todos candidatos, sin considerar su orientación sexual.Nuestra sociedad, a menudo, da la impresión de que heterosexuales y homosexuales son dos especies distintas de ser humano. Pero el corazón humano es complejo y los patrones del deseo cambian y evolucionan. He conocido a sacerdotes que pensaban que eran gays cuando tenían 30 años y más adelante descubren que nunca lo fueron, y viceversa. Si estamos para formar sacerdotes que vivan su celibato fructíferamente entonces deben estar a gusto consigo mismos, en toda su complejidad emocional, sin ser inducidos a pensar que éste es el punto principal de su identidad. Ése es Cristo. "Aún no aparece lo que seremos, pero cuando aparezca seremos como él, porque lo veremos tal cual es." (1Juan 3, 2 ).
Nuestra sociedad está obsesionada por las relaciones sexuales y la iglesia debe ofrecer el modelo de una aceptación sana de la sexualidad, nunca compulsiva. El catecismo de Concilio de Trento enseñó que los sacerdotes debían hablar de relaciones sexuales "con la moderación en vez de con compulsividad". Debemos estar más atentos a quienes nuestros seminaristas se sienten inclinados a odiar que a los que aman. El racismo, la misoginia y la homofobia serían señales de que alguien no podría ser un buen modelo de Cristo para todos.
Timothy Radcliffe OP,
ex superior general de los Dominicos
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