En el mundo de hoy, se está poniendo más difícil confiar en algo o alguien, por alguna buena razón. Hay poco que sea estable, seguro en que apoyarse, digno de confianza. Vivimos en un mundo donde todo está en cambio, es cambio, donde por todas partes vemos recelo, valores abandonados, credos desbaratados, gente trasladándose de donde solía estar, información contradictoria, y falta de honradez y mentira como social y moralmente aceptables. Queda poca confianza en nuestro mundo.
¿A qué nos llama esto? Nos llama a muchas cosas, pero quizás nada más importante que la fidelidad, ser honrados y perseverantes en quienes somos y en lo que representamos. He aquí una ilustración.
Uno de nuestros Misioneros Oblatos cuenta esta historia. Fue enviado a ejercer el ministerio en un grupo de pequeñas comunidades indígenas en el norte de Canadá. La gente era muy buena con él pero no pasó mucho tiempo hasta que se dio cuenta de algo. Básicamente, cada vez que señalaba una cita, la persona no comparecía. Al principio, lo atribuyó a error de comunicación, pero al fin se dio cuenta de que el medio usado era demasiado consistente para que esto fuera un accidente, y así que se acercó a un anciano de la comunidad a pedir consejo. “Cada vez que hago una cita con alguien” -dijo al anciano- “se quedan sin venir”. El anciano sonrió, a sabiendas de eso, y respondió: “¡Por supuesto, no se presentarán; lo último que necesitan es tener a un forastero como tú organizándoles sus vidas!”. Entonces el misionero preguntó: “¿Qué hago?”. El anciano respondió: “¡Bueno, no hagas una cita, simplemente preséntate y habla con ellos! Ellos serán amables contigo. Aunque, más importante, esto es lo que necesitas hacer: Quédate aquí durante largo tiempo y entonces confiarán en ti. Quieren comprobar si tú eres un misionero o un turista. ¿Por qué deberían confiar en ti? Han sido traicionados y engañados por la mayoría de los que han venido por aquí. Quédate durante largo tiempo y entonces confiarán en ti”.
Quédate durante largo tiempo y entonces confiarán en ti. ¿Qué significa quedarse durante largo tiempo? Podemos estar dando vueltas y no necesariamente inspirar confianza, así como podemos marcharnos a otros lugares y aún inspirar confianza. En su esencia, quedarse durante tiempo, siendo fiel, tiene menos que ver con no marcharse nunca de una lugar determinado que lo que tiene que ver con quedarse siendo digno de confianza, con permanecer fiel a quienes somos, al credo que profesamos, a los compromisos y promesas que hemos hecho y a lo que es más verdadero en nosotros, de modo que nuestras vidas privadas no desmientan nuestra persona pública.
El don de la fidelidad es el don de una vida vivida honradamente. Nuestra honradez privada es una bendición para la comunidad entera, de igual modo que nuestra falta de honradez privada es un daño para comunidad entera. “Si estás aquí fielmente” -escribe Parker Palmer- “reportas gran bendición”. Por el contrario -escribe Rumi- “si no estás aquí fielmente, produces gran daño”. En el grado en que somos consecuentes con el credo que profesamos, la familia, los amigos y las comunidades con las que nos hemos comprometido, y con los más profundos imperativos morales de nuestra alma privada, en ese grado estamos fielmente con otros, y en ese grado “nos quedamos con ellos durante largo tiempo”. Lo contrario es también verdad: en el grado en que no somos consecuentes con el credo que profesamos, con las promesas que hemos hecho a otros, y con la honradez innata en nuestra propia alma, estamos siendo infieles, yéndonos lejos de otros, siendo turistas, no misioneros.
En su epístola a los gálatas, san Pablo nos dice lo que significa estar unos con otros, vivir unos con otros, más allá de la distancia geográfica y otras contingencias de la vida que nos separan. Estamos con todos, fielmente, como hermanos y hermanas, cuando vivimos en caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, mansedumbre, perseverancia y castidad. Cuando vivimos en estas cosas, entonces “permanecemos unos con otros” y no nos marchamos lejos, sin importar cualquier distancia geográfica entre nosotros. Por el contrario, cuando vivimos fuera de estas cosas, no “permanecemos unos con otros”, aun cuando no haya ninguna distancia geográfica entre nosotros. El hogar, como siempre nos han dicho los poetas, es un lugar dentro del corazón, no un lugar en un mapa. Y el hogar, como nos dice san Pablo, es vivir en el Espíritu.
Y es esto -creo yo- lo que al fin define la fidelidad y la esperanza, separa un misionero moral de un turista moral, e indica quién permanece y quién se marcha lejos.
Para que todos nosotros seamos fieles, nos necesitamos uno a otro. Eso implica a más de un pueblo, implica a todos nosotros. La fidelidad de una persona hace más fácil la fidelidad de todos, como también la infidelidad de una persona hace más difícil la fidelidad de todos. Así, en un mundo que es tan altamente individualista y desconcertadamente pasajero, cuando se puede sentir como que todos se marchan lejos de ti para siempre, quizás el regalo mayor que podemos darnos unos a otros es el don de nuestra propia fidelidad, permanecer durante largo tiempo.