¿QUE ES EL MINISTERIO SACERDOTAL?

28 de agosto de 2007

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.La reflexión teológica sobre el ministerio ordenado, sobre el sacerdocio, es hoy más iluminadora de lo que nos puede parecer a primera vista. Sitúa el sacerdocio en su relación adecuada con los laicos: es un ministerio de servicio, pero también es un sacramento en medio de la comunidad.

En buena metodología no se debe responder a una pregunta sin sa­ber quiénes son los destinatarios. Y refiriéndonos a nuestro caso, la respuesta no se formulará de igual manera si los destinatarios son teólogos dedicados al estudio y a la docencia, o sacerdotes de­dicados a la pastoral, o cristianos laicos con alguna inquietud eclesial. En este momento nos dirigimos a los laicos interesados por te­ner una comprensión ajustada del ministerio ordenado.

Conviene recordar que el ministerio or­denado cuenta con una densa complejidad: di presbítero le es esencial la relación con la comunidad eclesial, pero no es sólo relación con la comunidad; le es esencial la relación con el Presbiterio y el Obispo, pero no se re­duce a mera relación jerárquica. Son ele­mentos diversos los que dan la fisonomía au­téntica del ministro ordenado; y la conclu­sión a la que se llega es convincente: quedarse en uno o en varios elementos, pero sin abarcar a todos, e intentar explicar el mi­nisterio sólo desde ellos es un claro reduccionismo distorsionante. Subrayar un elemento del ministerio ordenado de forma absoluta excluyendo u olvidando la presencia de los demás deforma el planteamiento de la figu­ra del sacerdote. Conviene advertir que la tendencia a centrarse en un aspecto del mi­nisterio ordenado y definirlo desde él es bas­tante común, también entre los laicos.

Al intentar responder a la pregunta «¿Cómo entienden boy los teólogos el minis­terio ordenado?», intentaremos ofrecer un planteamiento que recoja los distintos ele­mentos esenciales del ministerio ordenado según la aportación de la teología actual.

Se trata de presentar el sacerdocio minis­terial a los laicos. Tenemos que reconocer la insistencia con la que se viene repitiendo que es urgente presentar a los fieles cristianos lo que es el sacerdocio ministerial, pero la res­puesta tarda en llegar. ¿Dónde aparece esta necesidad? No basta la Formación Permanente de los presbíteros que les asegure una puesta a punto de lo que es ser sacerdote; se necesita, también, en la comunidad cristiana una For­mación Permanente de lo que es el sacerdo­cio ministerial. Esta formación es del todo necesaria para que no se anquilosen las for­mas de ver al sacerdote y para garantizar las exigencias que el laico tiene en relación con el presbítero. No todo lo que el laico exi­ge del sacerdote cuenta con una fundamentación teológica. Hoy es del todo necesario que la comunidad tenga una valoración real del sacerdocio ministerial.

La promoción del laicado, que es una ta­rea urgente, no debe hacerse desde un espí­ritu reivindicativo ni competitivo frente al sa­cerdote. La auténtica promoción del laico de­be incluir para su identidad la relación con el ministerio ordenado. A este punto respondió una de las preguntas del cuestionario que la revista «Surge» envió el año 1988 y cuyas 20 respuestas se publicaron en un número monográfico bajo el título: Curas y laicos, re­lación integrante.

La mutua relación entre los sacerdotes y los laicos está pidiendo una adecuada prepa­ración del laico en lo que es el ministerio or­denado, y del presbítero en lo que es el laico en la Iglesia.

Cuando hablamos del ministerio ordena­do, nosotros nos referimos al presbítero, a los curas. En el ministerio ordenado entra, también, el diaconado, que tiene unas carac­terísticas propias. Para entendernos mejor, nos situamos en la relación curas y laicos.

Con estos presupuestos pasamos a seña­lar los elementos que los teólogos consideran esenciales en la figura del sacerdote.

La presencia del sacerdocio común

Es bastante frecuente contemplar que la promoción del laico y la de los ministerios laicales suelen entrañar un enfrentamiento, a veces más que implícito, con el ministerio ordenado. Conviene recordar que la promo­ción del laicado descansa en el sacerdocio co­mún como en su dato más radical; y, en este caso, el enfrentamiento se presenta como si se pensara que a más sacerdocio común me­nos sacerdocio ministerial y, a su vez, a más sacerdocio ministerial menos sacerdocio co­mún.

El defecto puede provenir de las dos par­tes: de un planteamiento del sacerdocio mi­nisterial que no tiene en cuenta al sacerdocio común, y de la toma de conciencia del sacer­docio común que puede llevar al laico a bus­car la independencia del sacerdocio ministe­rial basándose en su condición de laico for­mado.

Dentro de la teología del sacerdocio bay dos puntos que cada vez se plantean con más fuerza. En primer lugar está el hecho de que el sacerdocio ministerial no puede no atender al sacerdocio común, porque es su razón de ser. Pero esta atención no se reduce a considerar al sacerdocio común como mero objeto de sus cuidados, sino que es algo más. El sacerdocio común, al ser el dato prio­ritario, radical de la Iglesia, está pidiendo al sacerdocio ministerial que se sitúe dentro de él y que sepa servirlo desde una profunda valoración. La realidad del sacerdocio común marca la comprensión del sacerdocio minis­terial. Sentimos que toda esta realidad teoló­gica tan rica y fecunda, ya que el reconoci­miento del sacerdocio común está siendo un gran bien para el mismo sacerdocio ministe­rial, no se plasme con más profusión en los documentos.

Y el segundo punto subrayado por la teología del sacerdocio es la necesidad que tie­ne el sacerdocio común del sacerdocio minis­terial. Al sacerdocio común le es totalmente necesario el sacerdocio ministerial. A veces se piensa que lo propio del sacerdote es rea­lizar unos servicios materiales que pueden estar cubiertos por seglares capacitados y generosos.

Pero este planteamiento no es correcto. No se trata de encargarse de unos servicios materiales que los curas realizan. Por mucho que promovamos la participación del laica­do, por mucho que promocionemos los mi­nisterios laicales, nunca llegarán todos ¡untos a cubrir el papel -el significado- que tiene el sacerdote en la comunidad. Y la explica­ción es muy sencilla: está claro para la teolo­gía que el sacerdocio común necesita la me­diación de Cristo; y el sacerdocio ministerial es sacramento de la mediación de Cristo pa­ra el sacerdocio común. Lo desarrollaremos en el apartado siguiente.

Comunidad cristiana y presbiterado

A nadie se le escapa la importancia que tiene la relación entre el presbítero y la co­munidad cristiana. Y la teología profundiza en esta relación para entender la identidad del presbítero y también la identidad de la comunidad. No es comprensible la identidad del sacerdote sin la comunidad -aún admi­tiendo distintas formas de comunidad-, ni tampoco es comprensible la identidad de la comunidad cristiana sin el ministerio orde­nado.

Para comprender la posición del sacerdo­te en la comunidad conviene tener muy pre­sente lo que es la comunidad cristiana y cuá­les son sus características. Desde una pers­pectiva teológica se puede afirmar que lo más contrario a una comunidad cristiana es convocarse a sí misma, darse a sí misma su palabra, autogestionarse abasteciéndose a sí misma. Más bien la comunidad cristiana, que no encuentra en ella misma su origen y su unidad, depende del Otro, del Señor, que es quien la convoca, le da su Palabra, la abas­tece. La comunidad cristiana necesita de la mediación del Señor. No hay comunidad de Cristo sin su mediación.

Y desde esta perspectiva se comprende lo que es más nuclear del sacerdocio ministe­rial: actuar en nombre de Cristo, Cabeza y Pastor. Lo traducimos. El ministerio del sacer­dote tiene este cometido: significar, hacer presente, manifestar a la comunidad la pre­sencia de la Persona y la actividad de Cristo Mediador. Por eso, una comunidad cristiana lleva en el ministerio sacerdotal el signo de su apertura a Cristo, de que es convocada y llamada por el Señor.

Pero hay otro dato para comprender la posición del presbítero en la comunidad: que actúa en nombre de la comunidad eclesial. La comunidad no puede encerrarse en sí misma, no se entiende sin la relación con la fe apostólica, sin la relación con las restantes comunidades cristianas, cercanas y lejanas. Por muy bien que se lleven los miembros de una comunidad, si están rotas aquellas rela­ciones, no hay comunidad de Cristo.

Y el ministerio del sacerdote, por su rela­ción con el presbiterio y con el Orden episco­pal, es el que remite y refiere a los miem­bros de la comunidad a la Iglesia local, a la Iglesia universal y a la fe apostólica.

Hay un punto conclusivo: la posición real del presbítero entre los hermanos. Es ver­dad que existe una marcada sensibilidad por borrar toda diferencia entre las perso­nas, y como consecuencia se acentúan la igualdad básica de todos y la fraternidad universal en Jesús. Y puestos en nuestro ca­so, al sacerdote se le quiere ver como un hermano entre los hermanos. Este dato de la fraternidad, dato radical en el cristiano por la filiación en Jesús, debe estar presente en el sacerdote. Pero también es verdad que el presbítero es un hermano ante los herma­nos representando a Cristo. Estar ante los hermanos no significa estar sobre los her­manos, más bien significa estar a los pies de los hermanos. El presbítero se identifica con Cristo a los pies de los hermanos, que es una forma de estar ante, propia del ministe­rio presbiteral. Esta responsabilidad no siempre es fácil de asumir.

La sacramentalidad del ministerio ordenado

Con lo que venimos diciendo se aprecia que para la comprensión del sacerdote hay un dato al que no estamos muy acostumbra­dos, que es el de significar a Cristo Mediador. Reconocemos que subrayar la sacramentali­dad del ministerio es dar un paso cualitativo en la valoración del presbiterado. Todos so­mos testigos de haber querido definir al presbítero sólo por las funciones que realiza -era la exigencia de una mentalidad practi-cista—, pero el resultado está siendo pobre. La teología ofrece hoy una revalorización de la sacramentalidad del presbiterado, y lo ha­ce desde una doble perspectiva: ahondando en el origen sacramental del presbiterado y subrayando la índole sacramental del minis­terio presbiteral.

Lo que el presbítero es en la comunidad no es invención nuestra, ni tampoco está a merced de exigencias fuertes o de benignas rebajas. Para saber lo que es el presbítero hay que contar con la existencia del sacra­mento del orden. Del sacramento nace la identidad específica del presbítero; y el mi­nisterio sacerdotal resulta ser antes que nada un «don de Dios» para la comunidad.

Por otro lado, el acento que la teología está poniendo actualmente en la índole sa­cramental del ministerio presbiteral es muy fuerte. De esta forma se está ofreciendo una profunda comprensión del ministerio del sa­cerdote, que no se reduce a unas tareas o funciones que realiza, sino que se caracteri­za, sobre todo, por el significado de su ac­ción, que es re-presentar a Cristo Mediador.

Se puede decir que actualmente la sacra­mentalidad emerge como elemento funda­mental de la identidad del presbítero. Es el factor que explica el ministerio presbiteral en su raíz y dentro de la comunidad cristia­na; la relacionalidad propia del presbítero con Cristo, con la comunidad, con el obispo y con el presbiterio; y la realidad de su perso­na consagrada.

Sintonizar con esta longitud de onda no es fácil, y se entiende que cueste adquirir es­ta nueva visión del sacerdote superando la comprensión del ministerio como mera fun­ción. Es el precio de estar viviendo una men­talidad practicista en la que la eficacia, el compromiso, lo concreto, la función, impo­nen su ley.

El ministerio presbiteral y sus funciones

Está claro que el ministerio es la razón de ser del presbiterado y entra de lleno en su identidad. Y dentro del ministerio, en el significado profundo que venimos recalcan­do, deben entenderse sus funciones. Sabe­mos que el presbítero es ministro de la Pala­bra, ministro de los sacramentos y preside la comunidad, que está «en el mundo». Quere­mos subrayarlo porque la comunidad existe en el mundo; y precisamente en el dinamis­mo de una comunidad en el mundo es donde debe situarse la actividad del presbítero. Desde esta coordenada se deduce que la ra­zón del presbítero es la comunidad en mi­sión; y esta comunidad en misión tiene una traducción evidente: la evangelización, que es función de toda la comunidad cristiana. Y el sacerdote está al servicio de la evangeli­zación en la comunidad, con la comunidad y desde la comunidad.

La relacionalidad del presbítero

Terminamos señalando algo que es muy fundamental en el ser del sacerdote: su rela­cionalidad. Este aspecto es fácil de descubrir en el presbítero porque es lo que más resalta en una persona que tiene el ministerio, el servicio, como su razón de ser. Pero convie­ne recordar que la relacionalidad del sacer­dote no se reduce -aunque sea mucho- a ser persona de relaciones, con capacidad ejercitada de diálogo y de comunicación, si­no que tiene la cualificación que le proviene de la sacramentalidad. Más que persona que tiene relaciones, el sacerdote, porque actúa «en nombre de Cristo, Cabeza y Pastor» y «en nombre de la Iglesia» es persona en re­lación: con Cristo, con la comunidad, con el obispo y con el presbiterio; su ser de sacer­dote es ser en relación. Esta realidad cualifi­ca sus relaciones.

Comprendemos que este mero enunciado no suple el desarrollo de lo que es la rela­ción del presbítero con Cristo, con el presbi­terio y con el obispo (la relación con la co­munidad ya se ha descrito más ampliamen­te); pero el espacio manda y debemos resignarnos con lo expuesto. No podemos ce­rrar esta breve reflexión sin citar la reciente exhortación apostólica Pastores dabo vobis de Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes. Su lectura es obligada.