Que las vacaciones sean un tiempo de perdón

16 de agosto de 2010
Algún tiempo después de cumplir los setenta, el famoso novelista australiano Morris West escribió su autobiografía, titulada “Un panorama desde la cresta de la montaña”. Con “cresta de la montaña” quería significar el ángulo de visión que los 70 años de vida le habían proporcionado.
 
Lo que West ofrece en su autobiografía es una perspectiva excepcionalmente madura sobre la vida.
 
Cuando logras cumplir setenta y cinco, dice West, tu vocabulario debería ser sencillo. Sólo necesitas guardar y articular una palabra: “¡Gracias”. La gratitud es la señal verdadera de genuina madurez, de salud espiritual. Que esto no te lleve nunca a engaño.
 
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Además, al mismo Morris West no le fue tan fácil de encontrar la gratitud. Su vida, como nos lo deja claro en su escrito autobiográfico, tuvo su buena dosis de heridas y rechazos, en gran parte provenientes de la Iglesia a la que él amaba profundamente. Así su historia personal resalta también que la gratitud se basa en el perdón, en dejar pasar las heridas, en no permitir que el pasado coloree amargamente el presente. Ser agradecido lleva consigo perdonar.
 
Todos tenemos heridas, heridas profundas. Nadie llega a la edad adulta, no digamos ya a la ancianidad, sin haberse sentido alguna vez profundamente herido.
 
Alicia Miller, la famosa sicóloga, nos lo explica así: Todos nosotros, desde que éramos bebés en la cuna hasta que tenemos suficiente autodominio como para escribir una autobiografía como la de Morris West, no nos sentimos lo bastante amados, ni lo bastante cuidados por los demás, ni suficientemente reconocidos, ni suficientemente valorados y honrados. Más todavía, todos sufrimos algún abuso y rechazo. Nadie se escapa de la injusticia de la vida.
 
EL NIÑO DOTADO
 
Ella llama a este fenómeno el drama del “niño dotado”, es decir, el drama de ser una persona extraordinaria, sensible, inteligente, profunda y agraciada, que en esta vida nunca es lo suficientemente amada, suficientemente reconocida, respetada u honrada, y que a veces es clara y definitivamente abusada y rechazada. No es de extrañar que sea más fácil volverse amargado que agradecido, paranoide que acogedor, enojado que amable.
 
Y ¿qué podemos hacer sobre esto, después de admitir, en primer lugar, que guardamos rencor contra la vida?
 
Miller sugiere que la tarea más importante en la crisis de los cuarenta y más adelante es la de apenarse y lamentarse. Necesitamos, dice, llorar hasta que los cimientos de nuestra vida tiemblen. En un cierto momento de nuestras vidas, la pregunta ya no es, “¿Me siento herido?”, sino más bien, “¿Cuál es exactamente mi herida y cómo puedo superarla?”.
 
Es como haber sufrido un accidente de coche (de carro) y llevar algunas cicatrices y secuelas desagradables. El accidente ocurrió, la cojera permanece siempre ahí; nada ni nadie puede dar marcha atrás al tiempo. Por tanto, nuestra opción real está entre la amargura y el perdón, entre el enojo o el llevarnos bien con la vida, entre pasar el resto de nuestra vida diciendo “si hubiera…” o pasarlo intentando gozar el aire y la vida, a pesar de nuestra cojera.
 
GUARDA EL SÁBADO
 
Una idea importante en el concepto del Sábado judío y cristiano es la noción de que, aun cuando la celebración, el descanso, el disfrute y la oración del Sábado son buenos principalmente por sí mismos, esos conceptos están también en función de algo práctico, a saber, el perdón. Se supone que tenemos que descansar regularmente, orar regularmente, celebrar regularmente y gozar de la vida regularmente, tanto porque eso es lo que haremos en el cielo, como porque, haciendo todo eso, podemos encontrar dentro de nosotros mismos el corazón que necesitamos para perdonar.
 
No es fortuito que, con frecuencia, las vacaciones no nos proporcionen realmente el fruto que deberían. Trabajamos y nos cansamos demasiado, y tenemos muchas ganas de que lleguen las vacaciones, tiempo para descansar, para relajarse con los amigos, para tomar unos tragos y para disfrutar del sol. Entonces nos tomamos vacaciones; y realmente disfrutamos muchísimo de ellas.
 
Pero, es triste; al cabo de días o semanas de nuestro regreso, nos encontramos tan cansados como estábamos antes de la vacación. ¿Qué pasó? ¿Por qué no funcionó nuestra vacación?
 
No funcionó porque no perdonamos a nadie. No soltamos ni dejamos escapar ningún rencor de nuestro corazón. La parte profunda más cansada y estresada de nosotros mismos no logró realmente tomarse vacación, no logró dar rienda suelta a los problemas y relajarse, y no se encontró a sí misma animada al calor del vino y los amigos. Esa parte íntima se mantuvo fría, preocupada, inquieta, estresada, sobreexplotada.
 
Hay un cansancio que no se puede curar sólo con un buen sueño, con una buena vacación o con un tiempo adecuado en compañía de los amigos adecuados y con el vino adecuado. Se trata del cansancio más profundo dentro de nosotros. Es el cansancio que escuece en lo más hondo del corazón a causa de la herida; que es frío porque no se le ha mostrado amor; que es duro porque se le ha sajado con crueldad y que arde con resentimiento a causa del abandono y del rechazo que ha experimentado. Esto es una mala espina; el cansancio profundo que no se cura con una vacación, sino solamente con el perdón.
 
En la vida hay un solo imperativo: Antes de morir, tenemos que perdonar a los que nos han ofendido; tenemos que perdonarnos a nosotros mismos por no ser mínimamente mejores que los que nos ofendieron; tenemos que perdonar a la vida misma por algunas pasadas que nos jugó y, en gran parte, tenemos que perdonar a Dios por el hecho de que la vida es injusta… Hay que perdonar, para no llegar a la muerte con un corazón amargado y enojado.
 
La gratitud es el fruto de ese esfuerzo.