Cuando veo las ofertas de las universidades por todo el mundo o los progresos en ciencia, la tecnología, lo mucho que ahora se viaja o la cultura tan admirable que mucha gente de mi generación tiene…
…me da por pensar cómo un mundo tan avanzado, unas personas tan formadas e interesantes pueden no estar acertando en su forma de vida, o cómo es posible que cada vez tengamos mas la sensación de que todo esto no es más que “un sálvese quien pueda, no merece la pena tomarse las cosas a pecho, los ideales ya no existen y las utopías son un gran recuerdo de épocas románticas”.
Es fácil encontrarse con personas que antes de los treinta años dirigen una empresa, crean una o son responsables de proyecto emprendedores que afectan a mucha gente y en los que se coloca mucho dinero.
Nadie duda de que son capaces de hacerlo, ni ellos mismos. Lo hacen y suelen hacerlo muy bien, hasta el punto de que la empresa no puede vivir sin ellos, les paga grande sumas y no les permite casi ni tener vacaciones.
Pero pasa muy a menudo, que esa misma gente no se ve capaz de… tener pareja, familia, hijos, responsabilidades personales… Eso es muy complicado, no se sienten aptos, no saben hacerlo. Y si lo hacen no suelen ser proyectos que les iluminen como grandes retos, tampoco nadie los envidia por ello ni se les felicita ni se les remunera. Si acaso se les compadece en silencio.
Pensando en cuál es el motivo de esta dicotomía tan grande y tan chocante se me ocurren dos o tres cuestiones:
¿Para qué somos educados? Desde pequeños se nos inculca, aunque no se dice así, que lo importante son las notas no los amigos, ni nuestros padres ni siquiera nosotros mismos, solo se nos pregunta qué tal en el cole y como fueron las notas.
¿Qué entendemos que es triunfar? La respuesta ahora es clara, triunfar es tener dinero, ser conocido y reconocido por ello.
En realidad lo que está en juego es la separación demasiado radical entre personas y profesiones, entre relaciones y proyectos laborales. Y la verdad más simple es que no hay tiempo para todo.
El tiempo es un factor clave, y tenemos que elegir cuánto tiempo le dedicamos a las personas, incluido uno mismo y cuanto a la producción y a ocupaciones remuneradas en general. Evidentemente, de todo tendrá que haber en nuestras vidas. La clave es qué es lo prioritario.
Podríamos educar para pensar en personas y no en profesionales, en el servicio y no en el trabajo, en la felicidad y no en la realización profesional… Podríamos luchar por ello. Podemos vivirlo. Y, quizás, si cambiamos las prioridades, dejaremos de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor…