¿Qué les queda por probar a los jóvenes?

14 de octubre de 2008

       La radiografía de la juventud española que ofrecen los estudios  sociológicos más recientes presenta curiosas paradojas.Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Por una parte, nunca han tenido tantas posibilidades formativas,  lternativas de diversión, capacidad económica o menores restricciones a la libertad.
      Las encuestas señalan el sorprendente hecho de que algunos  jóvenes manifiestan que tienen “demasiada libertad”. Por otra parte, la desorientación, la falta de motivación y un distanciamiento escéptico respecto a las grandes causas, las preguntas  existenciales o el bien común, parecen indicar que esa libertad “de” no acaba de convertirse –para muchos de ellos- en una libertad “para” como diría Erich Fromm.

         Cuando se les pregunta si son felices, las contestaciones muestran también una curiosa disparidad: la mayoría manifiesta estar bastante muy satisfecho con su vida pero, al mismo tiempo, cuando se describen a sí mismos ofrecen un panorama, más bien poco estimulante. Según señala Javier Elzo: “en los estudios  llevados a cabo desde 1999 hasta la actualidad, entre el 81% y el  89% de los jóvenes se dicen felices (muy o bastante). Pero: En los datos de 2005 los jóvenes señalan que los rasgos que más les caracterizan son ser “consumistas”, “pensando sólo en el  presente”, “egoístas” y “con poco sentido del deber y del  sacrificio”. Por contra parece que los rasgos que menos mencionan son “maduros”, “generosos”, “tolerantes”, “trabajadores”, “solidarios” y “leales en la amistad”.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.       Para los jóvenes actuales, es difícil encontrar la verdad (muchos dudan que exista) por eso prefieren descubrir lo verdadero, es decir, aquello que haya pasado por el criterio de verificación de la propia experiencia. Sólo dan por bueno lo que ellos mismos hayan comprobado que enriquece su vida. Por eso, en la actualidad, desde una perspectiva cristiana, el problema de la evangelización de los jóvenes presenta al menos dos desafíos. El primero viene de la sociedad, que sólo ofrece un horizonte de sentido centrado en el disfrute de un bienestar cada vez más elevado vivido en clave individualista.

       El clima social hace muy difícil descubrir la dimensión trascendente de la vida y comprender que el verdadero acierto en la realización de la existencia consiste en entregarse al amor y a la justicia, en lugar de vivir centrado en uno mismo y las propias necesidades. El segundo reto, se encuentra en el interior mismo de la comunidad eclesial: ¿dónde pueden experimentar los jóvenes “en directo” la verdad, alegría, fecundidad y belleza del Evangelio? ¿Cómo podrán descubrir el “tesoro” que vale más que la vida si se encuentra, tantas veces formulado en unas categorías teóricas e instituciones prácticas tan alejadas de la sensibilidad juvenil?

Tenía razón Mario Benedetti cuando se preguntaba:

“¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿Sólo grafitti? ¿Rock? ¿Escepticismo?
También les queda no decir amén,
no dejar que les maten el amor,
recuperar el habla y la utopía,
ser jóvenes sin prisa y con memoria,
situarse en una historia que es la suya,
no convertirse en viejos prematuros.Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿Cocaína? ¿Cerveza? ¿Barras bravas?
Les queda respirar, abrir los ojos,
descubrir las raíces del horror,
inventar la paz así sea a ponchazos,
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos,
y con el sentimiento y con la muerte,
esa loca de atar y desatar.
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿Vértigo? ¿Asaltos? ¿Discotecas?
También les queda discutir con Dios,
tanto si existe como si no existe,
tender manos que ayudan,
abrir puertas entre el corazón propio y el ajeno.
Sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente”.

      A los jóvenes nuestra sociedad les da “a probar” muchas cosas que, por lo general suelen ser llamativas, espectaculares, baratas, gratificantes y cómodas. Pero como saben psicólogos,  educadores y maestros de la espiritualidad: en la vida humana todo lo bueno es caro (entendiendo por tal no lo que precisa dinero, sino lo que reclama esfuerzo, profundidad, entrega y riesgo).