¿QUÉ NECESITAN LOS JÓVENES DE LA IGLESIA?
Lo importante es que despertemos en ellos antes que nada un sentimiento de seguridad personal, que prestemos atención a sus talentos, que les brindemos confianza, que los ganemos como amigos. Entonces acudirán con las preguntas que les plantea la vida, y de ese material se tejerá nuestro temario de enseñanza. Esta es la fuente más profunda de la que brota el interés.
Se trata de dar testimonio. Jesús no enseñó a sus discípulos de otra forma. ¿Cómo lo hizo? Les dio participación en su vida y en su trabajo. Ellos tuvieron el privilegio de poder plantearle preguntas en las horas de retiro y tranquilidad. Él les enseñó para hacer de ellos apóstoles a los que pudiese enviar al mundo entero. Les enseñó a ver las dificultades y a vincularse a los necesitados. Este vínculo especial despierta la inventiva. Si amo a alguien que sufre o que es tratado injustamente, se despertará en mí la inventiva. Entonces tengo que prestarle mi ayuda.
Cuando los jóvenes asumen tareas, necesitan ayuda y apoyo… Si alguien ha decidido llegar a ser jefe de grupo, debe buscarse un maestro de quien pueda aprender todo lo pertinente a ese servicio, que le ayude a salir adelante en las dificultades y que, sobre todo, lo acompañe en las relaciones, en el desarrollo personal, así como en todo lo bueno y todo lo difícil que un responsable de grupo experimenta en el plano personal. Son capacidades y requisitos externos que hacen posible la comprensión.
C. M. Martini, Coloquios nocturnos en Jerusalén, pp. 91-94.
Y ME CANSO DE ESTA IGLESIA…
Cada día me cuesta más pertenecer a esta Iglesia. Sí. Habéis leído bien. A esta Iglesia. Me cuesta porque no la entiendo por mucho que lo intento. No entiendo cómo se puede autodenominar seguidora de Cristo. No entiendo cómo se puede autoproclamar portadora de la verdad. ¿De qué verdad? ¿Acaso tenemos la única verdad? ¿Acaso el que no cree en el mensaje no es tan válido o incluso mejor? ¿No hay miles y miles de verdades que pueden dar la vuelta al mundo? Que pretencioso es fingir ignorar el resto; que soberbio es pretender que nuestra experiencia de un Dios vivo y un Cristo resucitado sean las únicas válidas; que poco cristiano es compadecer al que no descubre «uestra verdad».
Pero volviendo a lo que me empujó a escribir estas notas desordenadas e inconexas… me duele, me duele en el alma, muchas veces, pertenecer a esta Iglesia. Siento si ofendo a alguien. Aunque… a nadie parece importarle si a mí me ofende el Papa cuando se pasea por los poblados cameruneses cuestionando el uso de preservativos, y no sólo cuestionando, sino desaconsejándolo ya que es «contrario a la moral de la persona por que implica una conducta sexual inmoral» O decir que «la abstención de relaciones sexuales indebidas y la fidelidad mutua entre los cónyuges, constituyen la única conducta segura generalizable frente al peligro del sida. Las recomendaciones de los expertos en salud pública coinciden en esto con la doctrina moral de la Iglesia» (comunicado de los Obispos Españoles) me parece un insulto.
Puntualicemos. ¿Relaciones sexuales indebidas? ¿Conducta sexual inmoral? ¿De qué van? ¡Paremos el carro! ¿Para quién? ¿Por qué? ¿Es que si no tiene la finalidad exclusiva de la procreación no es moral? Dios nos ha dado muchos dones para que los utilicemos, para que amemos con ellos… y nuestro cuerpo es uno de ellos. Y respecto a lo de indebido… creo que la jerarquía eclesial no tiene potestad alguna para poner ese calificativo a nada, y menos a una opción personal. Identificar sexo con pecado, o el placer con el vicio no nos hace mejores personas, ni mejores cristianos. Nos lleva a una espiral de odios, conspiraciones, ataduras que está muy lejos del proyecto de vida y de cambio que Jesús nos mostró; que nos quita a cada minuto, nuestra libertad.
Tampoco parece importarle a nadie que me sienta ofendida por el trato que se da a los homosexuales. Me ofende como ser humano que soy, que ve discriminados y vejados a otros seres humanos por su orientación sexual. Lo disfrazan de enfermedad, de perversión… aludiendo a extrañas, poco sólidas- y desde luego ridículas- «bases científicas» que no se sostienen ni con alfileres. Me ofende que no solo la jerarquía, sino parte de esa Iglesia que se cree seguidora del Evangelio, predique que la homosexualidad es un fallo humano, una desviación. A lo mejor el fallo humano son ellos, con su prepotencia, con sus mentes cerradas, con su falta de empatía y de tolerancia, con su falta de respeto hacia los demás, con su falta de amor. El mensaje de Cristo no va por ese camino. Creo que no hay nada más lejano a él que todas estas cosas. Pero claro, es que debe ser que a la Iglesia no le importa demasiado ese mensaje de Cristo y está más preocupada en otras cosas como la familia tradicional o cuestiones como el matrimonio gay. Y me exaspera, me enfada, me entristece ver que esto no cambia. Y que no parece que vaya a cambiar en mucho tiempo.
Tampoco importa que me sienta ofendida por el trato que se nos da a las mujeres en la Iglesia católica. Fábricas de tener hijos, amas de casa sumisas… da igual… siempre en segundo plano, siempre bondadosas, pueriles, inmaculadas… siempre víboras, portadoras del pecado, de la perversión… nunca humanas como ellos. Nunca personas, seres de carne y hueso, de vida y de corazón. Seres humanos con problemas, con deseos, con pasiones, con derechos, con miserias… como ellos. Las últimas en la Iglesia, la manzana podrida que hay que limpiar. Y él nos mostró que somos lo contrario, las primeras en ser testigos de su resurrección, las que lucharon por él hasta el final cuando los hombres huyeron; ni mejores ni peores, iguales. ¿Y con qué derecho la jerarquía de la iglesia nos relega a un segundo, tercer, último lugar? ¿Cómo pueden tener el coraje de decir que somos indignas para «cosas sagradas»- como el sacerdocio? ¿Cómo se atreven a subyugar a los oprimidos? ¿Cómo osan darle la vuelta de esta forma al mensaje liberador del Evangelio? Escupen en sus páginas y después las transforman, inventando doctrina que ha de ser cumplida, inventando falacias que sangran a los oídos de aquellos a quienes deberían sanar…
Y por esto, y mucho más, me cuesta pertenecer a esta Iglesia. Porque parece que no hacemos nada por cambiarlo; si tan en contra estamos acabemos con ello. No hay que esperar a que alguien, con afán proteccionista, vaya introduciendo pequeños cambios (para que nos callemos…); hay que actuar, hay que demostrar quienes somos. Hay que demostrar que no estamos dispuestos/as a seguir con estas prácticas, con estas discriminaciones. ¿Por qué necesitamos una jerarquía? Yo soy seguidora de Cristo, quiero hacer de él el centro de mi vida. Quiero llevar el Evangelio, practicarlo y vivir por él. Pero NO a costa de seguir en una Iglesia así; NO a costa de una estructura que atenta contra el mismo Evangelio. NO a costa de una estructura que oprime, que coarta la libertad, que apaga el fuego que llevamos dentro, lo extingue poco a poco, NO a costa de una estructura, de una jerarquía.
Y me jode (sí, escribo jode porque realmente me afecta, me exaspera y me lleva a plantearme muchas cosas): ¿por qué habría de dejar yo al grupo de seguidores de Cristo? Que lo dejen ellos, el Papa y sus secuaces…
Teresa S