Hace algunos años, asistí a una conferencia religiosa en la que uno de los conferenciates, una persona ampliamente conocida y respetada por su trabajo entre los pobres, hizo el siguiente comentario: "No soy un teólogo, de manera que no sé cómo funciona este pensamiento teológico, sin embargo, aquí está la base desde la que estoy operando: yo trabajo con los pobres. En parte hago esto por filantropía, por compasión natural, sin embargo, y en última instancia, mi motivación es Cristo. Trabajo con los pobres, porque soy cristiano. Sin embargo, pueden pasar dos o tres años en la calle y nunca mencionar el nombre de Cristo, porque creo que Dios es lo suficientemente maduro como para no exigir ser siempre el centro de nuestra atención consciente".
¡Dios no exige ser siempre el centro de nuestra atención consciente! ¿Es eso cierto? Es evidente que la afirmación requiere algunas precisiones y matices. Por un lado, al escuchar esto podemos experimentar en nuestro interior una cierta liberación, dado que la mayoría de las veces Dios no es, de hecho, el centro ó nuestra atención consciente y, de este lado de la eternidad, probablemente nunca lo será. Sin embargo, por otro lado, este consuelo que sentimos al oír esto va desafía fuertemente el reto que nos viene de las Escrituras, de nuestras iglesia y de escritores espirituales que nos advierten en contra de perdernos entre ambiciones, proyectos, angustias, placeres, y las distracciones de este mundo; de dejar que nuestro enfoque en esta vida eclipse un horizonte más amplio, Dios y la eternidad. Innumerables escritores espirituales nos advierten que es peligroso estar tan inmerso en este mundo que perdamos de vista lo del más allá. Jesús también nos advierte de este peligro.
Pero todos conocemos un montón de gente que parecen muy inmersos en esta vida, en sus matrimonios, sus familias, sus trabajos, en el entretenimiento, los deportes, y en sus preocupaciones cotidianas que no parece en lo absoluto que tengan a Dios como centro de su atención consciente en una parte significativa de su vida diaria. De hecho, a veces estas personas ni siquiera van a la iglesia y con frecuencia tienen muy poco, en sus vidas, de lo que podríamos llamar oración formal ó privada.
Sin embargo, y esta es la aparente anomalía-, son gente buena, gente cuya vida irradia un básico (y algunas veces un alto grado de generosidad) de honestidad, generosidad, y una sana preocupación por los demás. Además suelen ser personar fuertes e ingeniosas, de ese tipo de gente con los que quisieras compartir la mesa, incluso cuando parecen que viven y mueren simplemente como hijos devotos de esta tierra, no siendo muy dados a la abstracción o la religión. Una buena reunión de familia, una victoria del equipo de casa, una buena comida o una bebida con un amigo, y un día dedicado al trabajo saludable, son suficiente contemplación. Su conciencia se centra en las cosas de este mundo, sus alegrías y sus tristezas. Para que cualquier noción explícita de Dios entre en sus vidas tendría que producirse un cambio de conciencia. Para este tipo de gente, gente buena en su mayoría, la conciencia ordinaria es agnóstica en su mayor parte.
¿Es esto tan malo realmente? ¿Estrecha esto peligrosamente nuestro horizonte? ¿En qué medida este enfoque unilateral en las cosas de esta vida ahoga a la palabra de Dios ó simplemente la presenta como algo superficial y ajeno? ¿Nos estaremos yendo al infierno en masa porque no podemos darle a Dios más de nuestra atención consciente y porque no podemos ser más explícitamente religiosos?
¡Por sus frutos los conoceréis! Dijo Jesús y este debe ser nuestro criterio aquí: Si la gente está viviendo con honestidad, generosidad, bondad, cordialidad, salud, presencia, inteligencia y el ingenio que da vida, ¿cómo pueden estar en desarmonía con Dios? Por otra parte, tenemos que preguntarnos a nosotros mismos: si hemos nacido en este mundo sometidos a una poderosa gravitación innata hacia las cosas de este mundo, si nuestra conciencia natural (predeterminada) quiere fijarse más en la materia que en el espíritu, y esto parece ser el caso para la mayoría de la gente, ¿cómo entonces podemos entender la mente de nuestro Creador? ¿Qué inteligencia divina se manifiesta en el instinto natural de entregarnos a la vida, incluso cuando tenemos una fe que nos da una visión de lo que está más allá de este mundo?
Tal vez Dios es lo suficientemente maduro para no pedir, o querer nuestra atención consciente la mayor parte del tiempo. Tal vez Dios quiere que disfrutemos de nuestra estancia aquí, para disfrutar de la experiencia del amor y la amistad, la familia y los amigos, del comer y del beber, y de (al menos de vez en cuando) ver a nuestros equipos favoritos ganar un campeonato. Tal vez Dios quiere que nosotros, como dice el famoso-Yogi Berra, en ocasiones ¡sólo nos sentemos y disfrutemos del juego! Tal vez Dios es como un viejo abuelo que bendice; tal vez oramos de una forma rudimentaria cuando sanamente disfrutamos del don de esta vida, y tal vez haya formas menos conscientes en que podemos estar conscientes de Dios.
Al igual que la mujer a quien cito arriba, yo tampoco sé cómo se concibe todo desde la teología, sin embargo hay que decirlo.