¿Quiénes son nuestros verdaderos compañeros de fe?

7 de mayo de 2024
Quiénes son nuestros verdaderos compañeros de fe

Imagen de ricke

Trabajo y me muevo dentro de los círculos eclesiásticos y encuentro que la mayoría de las personas que están allí son honestas, comprometidas y, en su mayor parte, irradian su fe positivamente. La mayoría de los fieles no son hipócritas. Sin embargo, lo que me parece perturbador en los círculos eclesiásticos es que muchos de nosotros podemos ser amargados, mezquinos y criticones a la hora de defender los valores que más apreciamos.

Fue Henri Nouwen el primero en destacarlo, comentando con tristeza que muchas de las personas amargadas e ideológicamente motivadas que conocía, las había conocido dentro de círculos eclesiales y espacios de pastoral. En los círculos eclesiásticos, a veces parece que casi todo el mundo está enfadado por algo. Además, dentro de los círculos eclesiásticos, es demasiado fácil racionalizar eso en aras de la profecía, como una pasión justa por la verdad y la moralidad.

El algoritmo funciona así: porque estoy verdaderamente preocupado por una cuestión moral, eclesial o de justicia importante, puedo excusar cierto grado de ira, alarmismo y juicio negativo, porque puedo pensar que mi opinión, dogmática o moral, es tan importante que justifica mi mezquindad, es decir, que tengo derecho a ser severo y duro porque se trata de una verdad muy importante.

Y así justificamos un espíritu mezquino revistiéndolo de un manto profético, creyendo que somos guerreros de Dios, de la verdad y de la moral cuando, en realidad, estamos luchando de igual manera con nuestras propias heridas, inseguridades y miedos. De ahí que a menudo miremos a los demás, incluso a iglesias enteras formadas por personas sinceras que intentan vivir el Evangelio, y en lugar de ver a hermanos y hermanas que luchan, como nosotros, por seguir a Jesús, veamos a «gente equivocada», «relativistas peligrosos», «paganos de la nueva era», » farsantes religiosos» y, en nuestros momentos más generosos, «pobres almas descarriadas». Pero pocas veces nos fijamos en lo que este tipo de juicio está diciendo sobre a cerca de nosotros, sobre la salud de nuestra propia alma y sobre nuestro seguimiento de Jesús.

No me malinterpreten: la verdad no es relativa, las cuestiones morales son importantes, y la verdad correcta y la moral adecuada, como todos los reinos, están bajo asedio permanente y deben ser defendidas. No todos los juicios morales son iguales, y tampoco lo son todas las instituciones.

Pero la verdad de eso no anula todo lo demás ni nos da una excusa para justificar un espíritu ruin. Debemos defender la verdad, defender a quienes no pueden defenderse a sí mismos y ser fieles a las tradiciones de nuestras iglesias. Sin embargo, la verdad y la moral correctas no nos convierten por sí mismas en discípulos de Jesús. ¿Qué es lo que lo hace?

Lo que nos hace auténticos discípulos de Jesús es vivir dentro de su Espíritu, el Espíritu Santo, y esto no es algo abstracto y vago. Si buscáramos una fórmula única para determinar quién es cristiano y quién no, podríamos recurrir al capítulo 5 de la Epístola a los Gálatas. En ella, San Pablo nos dice que podemos vivir según el espíritu de la carne o según el del Espíritu Santo.

Vivimos según el espíritu de la carne cuando vivimos en la amargura, el juicio a nuestro prójimo, el sectarismo y la ausencia de perdón. Cuando estas cosas caracterizan nuestras vidas, no debemos engañarnos y pensar que estamos viviendo dentro del Espíritu Santo.

Por el contrario, vivimos dentro del Espíritu Santo cuando nuestras vidas se caracterizan por la caridad, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la templanza, la constancia, la fe, la mansedumbre y la castidad. Si nuestras vidas no se caracterizan por esto, no deberíamos abrigar la falsa ilusión de que estamos dentro del Espíritu de Dios, independientemente de la pasión que sintamos por la verdad, el dogma o la justicia.

Esto puede ser algo cruel de decir, y tal vez más cruel no decirlo, pero a veces veo más caridad, alegría, paz, paciencia, bondad y dulzura entre las personas que son unitarias o de la Nueva Era (personas que a veces son juzgadas por otras Iglesias como superficiales y que no defienden absolutamente nada) de lo que veo entre aquellos de nosotros que defendemos tan firmemente ciertas cuestiones eclesiales y morales que nos volvemos mal intencionados y poco caritativos a pesar de nuestras convicciones. Cuando tengo que elegir a quién me gustaría tener como vecino o, más profundamente, con quién querría pasar la eternidad, a veces me siento en conflicto. ¿Quién es mi verdadero compañero de fe? ¿El fanático mezquino en guerra por Jesús o la misión, o el alma bondadosa que es tachada de insípida o «new age«? A fin de cuentas, ¿quién vive más dentro del Espíritu Santo?

Creo que debemos ser más autocríticos con nuestra indignación, nuestros juicios severos, nuestro espíritu miserable, nuestro exclusivismo y nuestro desdén por otros caminos espirituales y morales. Como dijo una vez T.S. Eliot: La última tentación que es la mayor traición es hacer lo correcto por la razón equivocada. Podemos tener la verdad y la moral recta de nuestra parte, pero nuestra indignación y nuestros juicios severos hacia quienes no comparten nuestra verdad y nuestra moral pueden hacer que nos quedemos fuera de la casa del Padre, como el hermano mayor del hijo pródigo, resentidos tanto por la misericordia de Dios como por quienes, aparentemente sin méritos, la están recibiendo.

Artículo Original en Ingles