Ninguna comunidad debería descuidar sus muertes. Mircea Eliade escribió esas palabras, y son un aviso: Si no celebramos convenientemente la vida de alguien que nos ha dejado, cometemos una injusticia con esa persona y nos privamos de alguno de los dones que nos dejó en herencia.
Teniendo esto en cuenta, quiero subrayar la pérdida que nosotros, la comunidad cristiana de cualquier denominación, sufrimos con la muerte de Rachel Held Evans, que murió, a la edad de 37 años, el 4 de mayo.
¿Quién fue Rachel Held Evans? Ella desafía la simple definición, mucho más que decir que era una joven escritora religiosa que escribió con una profundidad y equilibrio impropio a sus años, mientras contaba sus luchas para pasar de la fe profunda, sincera e infantil en que fue educada, a llegar por fin a una fe cuestionante pero más madura, que ahora quería afrontar todas las duras cuestiones dentro de la fe, religión e iglesia. Y en este viaje, estuvo acosada con la oposición desde dentro (es duro averiguar valientemente tus propias raíces) y desde fuera (a las iglesias generalmente no les gusta ser presionadas por duras cuestiones, especialmente las provenientes de sus propios jóvenes). Pero el viaje que hizo y articula (con rara honradez e ingenio) es un viaje que, en cierto modo, todos nosotros, jóvenes y viejos, tenemos que hacer para llegar a una fe que pueda resistir las duras cuestiones procedentes de nuestro mundo y las aún más duras procedentes de nuestro interior.
Carl Rogers dijo una vez reconocidamente: “Lo que es más personal es también más universal”. El viaje que Rachel Held Evans traza desde su propia vida es hoy en conjunto -pienso yo- el universal, esto es, la ingenua fe de nuestra niñez encuentra inevitablemente desafíos, cuestiones y ridiculez en la edad adulta, y eso demanda de nosotros una respuesta más allá de la escuela dominical y el catecismo de nuestra juventud. No el menor entre estas cuestiones y desafíos es el de la iglesia, de justificante pertenencia a uno, dada la tendencia de nuestras iglesias a la infidelidad, intransigencia, actitudes críticas, resistencia a afrontar la duda y perenne tentación de casar los Evangelios con su ideología política favorecida.
Rachel Held Evans luchó para hacer el viaje desde la ingenuidad de la niñez, con toda su inocencia y magia, donde uno puede creer en Santa Claus y el Conejito de Pascua y tomar literalmente las historias bíblicas, a lo que Paul Ricouer llama “segunda ingenuidad”, donde, a través de un doloroso intercambio entre la duda y la fe, uno ha sido capaz de trabajar a través de la reclutadora alteración que viene con la edad adulta con el fin de fundamentar la inocencia y la magia (y la fe) de la niñez, en una base que ya haya tomado seriamente la duda y el desencanto que nos bloquea ante la edad adulta.
El filósofo irlandés John Moriarty, cuya historia religiosa corre una suerte semejante a la de Rachel, acuña una interesante expresión para describir lo que le sucedió a él. En cierto momento de su viaje religioso -nos dice él- “caí fuera de mi historia”. El catolicismo romano en el que había sido educado ya no fue por más tiempo la historia fuera de la cual pudiera vivir su vida. Al fin, después de ordenar algunas duras cuestiones y darse cuenta de que la fe de su juventud era, al final, su “lengua materna”, encontró su camino de vuelta a su historia religiosa.
La historia de Rachel Held Evans es parecida. Educada en Southern USA Bible Belt (Cinturón de la Biblia del Sur de los Estados Unidos) en una vigorosa Cristiandad Evangélica, ella también, como afrontó las cuestiones de su propia edad adulta, se cayó de su historia y, como Moriarty, al fin encontró su camino de vuelta en ella, al menos en esencia.
Al final, encontró su camino de vuelta a una fe madura (que ahora puede manejar la duda), encontró una iglesia (episcopaliana) en cuyo culto pudo tomar parte y, efectivamente, encontró su camino de vuelta a su lengua materna. La iglesia y la fe de su juventud -escribe ella- permanecen en su vida como un viejo amigo. … Donde, si bien ya no más juntos al antiguo modo, aún acabáis revisando Facebook cada día para ver lo que está pasando en su vida.
Puede ser que muchos católicos romanos y protestantes de la línea principal -sospecho yo- no estén muy familiarizados con Rachel Held Evans ni hayan leído sus obras. Ella escribió cuatro libros superventas: Inspired, Searching for Sunday, A Year of Biblical Womanhood y Faith Unraveled. El objeto de esta columna es, por tanto, bastante sencillo: “¡Leedla!” Incluso más importante, plantad sus libros en el camino de cualquiera que esté luchando con la fe o la iglesia: seres queridos, niños, esposos, miembros de familia, amigos, compañeros.
Rachel Held Evans surgió de una tradición eclesial evangélica y de un acercamiento particular al discipulado cristiano que generalmente fluye de ahí. Ella y yo procedemos de muy diferentes mundos eclesiales. Pero, como sacerdote católico romano, sólidamente comprometido con la tradición en la que fui educado, y como teólogo y escritor espiritual durante más de 40 años, leyendo a esta joven mujer, no he encontrado una sola línea con la que estar en desacuerdo. Ella es confiado alimento para el alma. Ella es también una persona especial que perdimos demasiado pronto.