Ratoncillos en la parroquia

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
    « HABÍA una vez un párroco que andaba desesperado. En su parroquia habían comenzado a pulular una serie de incómodos ratoncillos que aparecían en cualquier lugar en los momentos más inoportunos… El pobre párroco no sabía que hacer. Había probado a poner pequeñas cantidades de raticidas convencionales que compró en la droguería del barrio. Pero todos sus esfuerzos habían resultado inútiles. Los ratoncillos surgían en cualquier momento y a cualquier hora.

    Las mujeres que acudían a la parroquia comenzaron a sufrir tantos sobresaltos encadenados que la asistencia parroquial descendió a niveles insospechados. Abatido y sin soluciones humanas, el sacerdote acudió al obispo para contarle la terrible desgracia que asolaba a su parroquia. El obispo, con una sonrisa paternal, le sugirió que acudiera a una empresa especializada en desratización. Sin duda que los profesionales tendrían solución para aquel pequeño problema… Y el párroco marchó con la convicción de haber hallado la respuesta al problema que amenazaba con desertizar pastoralmente su parroquia.

    Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Pero al cabo de cuatro semanas volvió a presentarse ante su obispo con el rostro abatido y ojeras de no dormir. Con voz compungida, relató al señor obispo que la mejor empresa de la ciudad había fracasado en el intento. Los ratoncillos seguían allí, en su parroquia, enseñoreándose de todo y fluyendo desde los rincones más insospechados. Fue entonces cuando el señor obispo, bajando la voz como quién revela un secreto, sugirió al apesadumbrado sacerdote un remedio infalible:

    «Mire, una tarde de estas iré personalmente a su parroquia. Pondremos pequeñas raciones de queso, dejaremos que salgan los ratoncillos de sus rincones… y, cuando los tengamos frente a nosotros, los «confirmaré» a todos ellos. Ya verá usted como no vuelven a pisar la parroquia. De esta forma, se verá definitivamente libre de la plaga de ratones».

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