Razones para Celebrar la Navidad

A mucha gente el pensar en Navidad le produce fatiga. No es el aspecto religioso el que causa el cansancio, sino los rituales que lo rodean y que giran en el vacío: las tiendas decoradas en exceso, las compras obligatorias, las luces, los “Santas”, los arbolitos y los villancicos, que comienzan a resonar  en nuestros centros comerciales ya a comienzos de noviembre.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Así pues, nos preguntamos: ¿Qué tiene que ver todo esto, o parte de ello, con el nacimiento de Jesús? ¿No se ha convertido el Adviento, que se supone es un tiempo de preparación para la Fiesta, una mala experiencia agotadora que nos lleva al día de Navidad, saturados ya de todo lo que se suponía íbamos a realizar? ¿Acaso no honraríamos más a Jesús  si, en vez de derrochar el dinero en cosas y alimentos típicos de Navidad, lo gastáramos en favor de los pobres? ¿Acaso no son útiles nuestras celebraciones navideñas para eliminar nuestra conciencia sobre el nacimiento de Jesús, más que para resaltarla? Preguntas inquietantes y  válidas.

Admitamos que nuestras celebraciones navideñas comienzan realmente demasiado pronto, funcionan demasiado comercialmente, se fijan demasiado poco en algo religioso y no toman en cuenta suficientemente a los pobres. Con demasiada frecuencia también sirven para anular la conciencia religiosa, más que para fomentarla o destacarla. Y de esta forma  es fácil ser cínicos sobre la Navidad, ya que ella engloba demasiados excesos.

Sin embargo, concedido esto, tenemos que tener cuidado de no tirar  al niño junto con el agua del baño –y esto es más que un juego de palabras, en este caso. Porque algo se haga mal, no quiere decir que se tenga que cancelar. Lo que se requiere, creo yo, no es la eliminación del oropel, las luces, los actos sociales, las fiestas, la comida y la bebida que ambientan la Navidad, sino un mejor uso de todo ello. Hay efectivamente buenas razones para suprimir los rituales con los que ambientamos la Navidad, pero hay razones todavía mejores y más potentes para conservarlos.

¿Qué razones aducimos?  ¿Que por qué continuar con tantos rituales,  cuando, casi  invariablemente, degeneran en exceso y fatiga? Porque tenemos una necesidad congénita  de celebrar, pura y sencilla. Como seres humanos tenemos una sana necesidad, genéticamente-codificada, que es verdadero don de Dios; la necesidad, algunas veces, de programar fiestas, de tener carnavales, de celebrar un elaborado Sábado, de aparcar nuestra prudencia durante unas horas y vivir la vida como si no hubiera ninguna razón  para ser tacaños  o para mostrar frialdad a nuestros vecinos. Navidad es Sábado (día de descanso y regocijo), el supremo SÁBADO.

Hay momentos y épocas en la vida, y éstas debieran ser regulares y cíclicas, que se reservan precisamente para el goce y el disfrute, para la familia, para los amigos, para el color, para el oropel, y para exquisita  comida y suave bebida. Incluso hay que aceptar también, de vez en cuando, un momento para el relajo, para algún exceso prudente. Jesús aprobó y articuló esto  cuando sus discípulos se escandalizaron por el exceso de una mujer que besó sus pies y los ungió con perfume.

Todas las culturas, aun las que son pobres económicamente, organizan fiestas en las que, explícita o implícitamente, toman en serio las palabras de Jesús: A los pobres los tendréis siempre con vosotros, pero hoy es día para celebrar. Navidad es precisamente ese tiempo, destinado para la fiesta.

John Shea, en su libro sobre Navidad, “Starlight” -Luz de la Estrella-, ahora clásico ya, nos cuenta la historia de una familia que un año decidió celebrar una Navidad “alternativa”. No plantaron el arbolito, ni colgaron  ninguna bombillita, ni escucharon ni cantaron villancicos y ni siquiera intercambiaron regalos. Se reunieron para una sencilla, tranquila comida el día de Navidad, y eso fue todo. Cuando los amigos les preguntaron cómo les había ido, un miembro de la familia replicó que “bueno, fue agradable”. Otro miembro, hablando quizás con más sinceridad, afirmó que la celebración había sido “un abismo existencial”.

Sentimos dentro de nosotros mismos una presión, recibida de Dios, que nos empuja a celebrar, e infunde en nosotros una percepción incontenible de que no estamos destinados a la pobreza, a la tristeza y a relaciones con los demás escrupulosamente medidas, sino que en el fondo estamos destinados a la fiesta, a la danza, al lugar de luces y música y al lugar donde no contemos tacañamente nuestros centavos, ni modelemos nuestros corazones basados en que tenemos que sobrevivir y pagar las hipotecas. Con la ayuda de la celebración de la fiesta y del carnaval, aun con sus excesos, aprendemos eso.