Este es un binomio difícil de relacionar. La relación matrimonial ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Se ha hecho más personal; la objetividad de la institución ha cedido terreno a favor de la subjetividad. La relación de pareja es una forma de realización personal. Pero tiene su lógica propia. De ahí su dificultad. ¿Cómo ser fiel al cónyuge siendo fiel a mi mismo? ¿Cómo unificar estas dos fidelidades que son, de suyo, distintas pero inseparables? Podemos describir tres clases de fidelidad, de consistencia y valor desigual:
Fidelidad resultado
La relación se mantiene con vocación de duración. Las razones por las que se mantiene, sin embargo, son prácticas. La relación da buenos resultados; compensa el esfuerzo. En la contabilidad del haber y el debe sale ganando el haber. Las dos personas encajan bien; se adaptan las psicologías; se distribuyen los roles de forma más o menos armónica de suerte que su funcionamiento no chirríe demasiado.
A la base está una fidelidad condicionada. Sigo contigo a condición de que me hagas feliz. Sigo contigo si respondes a lo que yo espero de ti, si me gratificas sexualmente, si tenemos hijos.
Estas condiciones, explícitas o implícitas, son límites que se ponen a la fidelidad y al compromiso de amor. En consecuencia, de hecho el amor conyugal es como un contrato, es decir, una conjunción de intereses. Prevalece la racionalidad. Desde el principio se cuenta ya con las condiciones de disolución del contrato.
Fidelidad fusión
Como la yedra pegada a la pared; como la media naranja que se une a la otra media. Cada uno pierde su identidad para construir una tercera. Como en el mito de los andróginos según Platón en el Banquete. Puede lograrse esta tipo de fidelidad en la medida en que renuncia cada uno a su personalidad voluntariamente. Puede lograrse en cuanto que una persona anula a la otra, la hace del todo dependiente. La fidelidad sería sumisión.
Es evidente que esta no es la fidelidad que se propone y se pide en la vida conyugal. Un matrimonio así puede durar toda la vida. Pero es todo, menos un matrimonio propiamente tal de personas adultas.
Fidelidad promesa
La fidelidad se hace palabra de promesa. Es la palabra dada y comprometida la que articula el tiempo, la que confiere porvenir a la relación. La palabra dado es una referencia que da solidad. Se mantiene la palabra dada, y la palabra dada mantiene la relación. Ser fiel es una decisión de la voluntad: es querer ser fiel. Pero requiere especiales y habilidades y destrezas en esta sociedad apresurada. No se produce automáticamente ni la realización personal y la fidelidad. Es especialmente difícil si cada uno tiene una fuerte dosis de narcisismo.
La fidelidad prometida y comprometida en el matrimonio tiende a ser incondicional; es una verdadera alianza de amor recíproco. Implica riesgo, quemar las naves; sacrificar otras posibilidades de futuro. La relación afecta a la propia identidad: uno llega a ser casado, y tal vez padre. Casarse es entrar a formar parte en la historia de otra persona y dejarle que entre en el mía. Unimos lo que tenemos. Y lo que somos. Construimos una historia de diálogo y comunicación. Así se logra escribir una historia común con dos colores distintos. Este tipo de fidelidad creciente logra conyugar la realización personal y el amor al cónyuge. No son dos dinamismos distintos. Lo que más satisface a cada uno es ver al otro contento y feliz. Hacerte feliz me hace feliz.
Matrimonios que luchan por ello son una buena noticia para todos.