Reconfortantes pensamientos sobre un tema duro

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Hace algunos años, una amiga mía estaba enfrentándose con el nacimiento de su primer hijo.  Aunque  estaba contenta porque estaba a punto de ser madre, me confesó abiertamente sus temores acerca del proceso real de nacimiento, el dolor, el peligro, lo desconocido.  Sin embargo se consolaba con este pensamiento: Cientos de millones de mujeres han pasado por esto y de alguna u otra manera lo han manejado. Seguramente, si tantas mujeres han hecho esto y lo están haciendo – yo también lo puedo manejarlo.

A veces tomo esas palabras y las aplico a la perspectiva de la muerte. La muerte es el tema más desalentador, inquietante, y duro que hay para todos nosotros, a pesar de nuestra falsa valentía. Cuando decimos que no tenemos miedo a la muerte, la mayoría estamos silbando en la oscuridad y, aún allí, la melodía nos sale con más facilidad cuando nuestra propia muerte sigue siendo algo abstracto, algo que está en un futuro indefinido e infinito.  Mis manera de pensar en este artículo, sin duda, van en esta línea, la de silbar en la oscuridad.  Sin embargo, ¿por qué no?  Seguramente el  silbar en la oscuridad es mejor que pura negación.

Por eso es que me gusta el método de mi amiga para fortalecer su coraje frente a la necesidad de enfrentar el dolor y lo desconocido: ¡Cientos de millones de mujeres han llevado esto adelante, así que yo debo ser capaz de llevarlo también!  Y en el caso de la muerte, las cifras son aún más consoladoras, billones y billones de personas ha  pasado por ella, y todos, incluyéndome a mi mismo, vamos a tener que pasar. Dentro de cien años, todos los que estamos leyendo estas palabras habremos tenido que enfrentar nuestra propia muerte.

Así que a veces yo veo a la muerte de esta manera: billones y billones de personas han pasado por esto, hombres, mujeres, niños, incluso bebés.  Algunos eran viejos, algunos eran jóvenes, algunos estaban preparados, otros no; algunos la acogieron, otros la acogieran con una amarga resistencia, algunos murieron de causas naturales, otros por  violencia, y algunos murieron rodeados de amor y  de sus seres queridos, otros murieron solos sin ningún amor humano que les rodeara, algunos murieron pacíficamente, otros murieron gritando de miedo, algunos murieron a una edad muy avanzada, otros murieron en la flor de su juventud ó incluso antes, algunos sufrieron demencia durante años, aparentemente sin sentido para los que les rodeaban, preguntándose por qué Dios y la naturaleza parecían mantenerlos con vida tan cruelmente, otros con una salud física robusta y con aparentemente todo por vivir se quitaron la vida, algunos murieron llenos de fe y esperanza, otros murieron sintiendo sólo oscuridad y desesperación, algunos murieron exhalando gratitud, y otros murieron exhalando resentimiento, algunos murieron adheridos a la religión y a sus iglesias, otros murieron completamente fuera, y algunos murieron como la Madre Teresa, mientras que otros murieron como Hitler. Sin embargo cada uno de ellos, de una manera u otra, se las arreglaron ante lo más desconocido, ante la más grande de todas las incógnitas. Pareciera que es algo que se puede controlar. Y nadie ha vuelto del otro mundo con historias de horror acerca de morir (ya que todas nuestras películas de terror, de fantasmas y casas encantadas son pura ficción, de cabo a rabo).

La mayoría de la gente, sospecho yo, tiene la misma experiencia que yo  cuando pienso en la muerte, particularmente acerca de las personas que he conocido y que ya murieron.  El dolor inicial y la tristeza de su pérdida desaparecen con el tiempo y es sustituido por una incipiente sensación de que está bien, y que la muerte de alguna manera extraña lavó y limpió las cosas.  Al final, nos queda una sensación bastante buena acerca de nuestros seres queridos muertos y de los muertos en general, aunque su partida de este mundo estuviera lejos de ser ideal, como por ejemplo si murieron enojados, o por inmadurez, ó porque cometieron un delito, ó por suicidio.  De alguna manera, con el tiempo todo se aclara y lo que queda es esa incipiente sensación, esa intuición sólida de que donde quiera que ellos estén ahora están en mejores manos y más seguras que las nuestras.

Cuando yo era un joven seminarista, una vez tuvimos que traducir del latín al inglés el tratado de Cicerón sobre el envejecimiento y la muerte.  Yo tenía dieciocho años de edad en ese momento, sin embargo asumí los pensamientos de Cicerón sobre por qué no debemos temer a la muerte.  Él era estoico, sin embargo, al final, su falta de miedo a la muerte fue un poco como el enfoque de mi amiga a dar a luz: ¡Teniendo en cuenta lo universal que es esto, seguro que somos capaces de pasarlo!

Hace mucho tiempo  perdí mis notas sobre Cicerón, así que recientemente busqué el tratado en Internet. Aquí transcribo una frase de ese tratado: "¡La muerte debe ser tomada sin darle importancia!  Porque claramente el impacto de la muerte es insignificante si aniquila al alma por completo, ó incluso deseable, si  lleva al alma a un lugar donde se va a vivir para siempre.  Entonces, ¿qué he de temer, si después de la muerte  estoy destinado o  no  ser infeliz ó a ser feliz?”

Nuestra fe afirma, dada la benevolencia del Dios en quien creemos, sólo la segunda opción, la felicidad  nos espera.  Y nosotros intuimos eso ya.