-Soy lo más importante -dijo el fuego-; sin mí, todos morirían de frío. -Lo siento -intervino el agua-, pero lo más importante soy yo; sin mí todos moriría de sed. -No lo diréis en serio -replicó el aire-: ?o es que pretendéis compararos conmigo? Sin mí todos morirían asfixiados; más aún, ni siquiera podrían nacer. Entonces vieron que Dios pasaba en silencio por aquel lugar. Y desde aquel momento, ni el agua, ni el fuego ni el aire han vuelto a pronunciar una palabra.
XIII Domingo del Tiempo Ordinario
Mc 5, 21-43. Contigo hablo, niña, levántate.