Queridos amigos:
Como podéis observar, no estoy presente físicamente en este primer encuentro, después de nuestro fin de semana. Sin embargo, sé que estoy presente para vosotros, como vosotros lo estáis para mí. Hemos vivido intensamente durante cuarenta y ocho horas inolvidables. Nuestro compartir de amor ha dejado huella en nosotros, de tal suerte que, aunque no podamos encontrarnos de nuevo, nos tenemos bien presentes.
¿Cómo estáis? ¿Cómo van vuestra relación y vuestro diálogo? Espero que poner la relación en el centro de vuestra vida os haya hecho experimentar que es posible recuperar vuestro sueño ideal. Ese que soñásteis juntos, cuando os encontrásteis. Entonces pensásteis que érais el uno para el otro el mejor regalo que habíais recibido de la vida y de Dios. Quizá con los años esta realidad se fue haciendo opaca. Pero ahora de nuevo habéis percibido que era así. No sabéis cuánto me alegro de vuestra recuperación. Me gozo inmensamente con vuestra alegría.
Y me alegro porque os quiero entrañablemente y necesito que seáis felices. Porque, como sacerdote, he entregado mi vida para que lo seáis. Poder contribuir a hacer presente el amor en el mundo vale la pena. Viene de Dios y lo hace presente en el mundo. Mi celibato tiene sentido, si vosotros os amáis y me enseñáis a amar a mi también. El amor es nuestra razón de vivir.
No os canséis de amaros y de amar a la gente. Trabajad vuestra relación para que no vuelva a ser rutinaria y ramplona. Que vuestro estilo de vida sea como el espejo donde se refleje cómo Dios ama a los hombres y cómo Cristo ama a su Iglesia. Que podamos ver, a través de vosotros, que la alegría que encuentra el esposo con la esposa la encuentra Dios con nosotros.
Sois parte de mi vida. Como los chilenos. Como los negros de Panamá. Como mi comunidad de Madrid. Sois mi gente. Os quiero un montón. Más todavía. Mucho más. Y soy vuestro.