Podría responder a tu pregunta como creyente, seguidor de Jesús y lector de la Biblia, diciendo que el Espíritu es la victoria sobre los viejos y nuevos demonios de opresión del mundo (cfMt 12,27), la palabra de verdad creadora en la persecución (Me 13,11), la libertad que el Señor Jesús me ha dado (2 Cor 3,17) o el amor donde todas las cosas y personas encuentran su plenitud (1 Cor 3,17). Añadiría, sobre todo, que el Espíritu es Paráclito, mi consuelo y voz interna, el que me gula en el camino de Jesús, recordándome aquello que el me ha dicho, ayudándome a alcanzar su gloria (Sermón de la Cena: Jn 14-16). En esa misma línea te diría que el Espíritu es la superación de todo particularismo, pues ya no debemos adorar a Dios en Jerusalén ni el Garicín, ni en Moscú, New York o Roma, sino en Espíritu y Verdad (Jn 4,21), diciéndote a la vez que es el amor de Dios que ha ungido a Jesús (Me 1,9-11) y el poder que le ha resucitado (Rom 1,3-4), para acabar afirmar que es la vida y verdad de los creyentes que se unen, dialogando, para encontrar camino en las disputas y palabra en las confusiones, según dice el Concilio Primero de la Iglesia, cuando, reunidos todos los creyentes, confiesan: nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros (Hch 15,28).
Pero me has preguntado como a teólogo. A ese plano me resulta más difícil responderte, pues le he dedicado largos años al tema, escribiendo precisamente sobre tus pregunta dos libros extensos (Dios como Espíritu y Persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989; Trinidad y Comunidad humana, Ibid. 1990). Tendría que volver allí y repetir mis argumentos, pues no veo que de entonces hasta hoy se haya avanzado mucho en el problema. Comprenderás que no lo haga, pero a modo de resumen puedo y quiero decirte en tres palabras lo que allí decía en mil razones:
- En un primer nivel, el Espíritu es Amor intradivino. Dios se muestra así como proceso vital, que se despliega en dos momentos, uno de conocimiento, otro de amor. Al conocerse, Dios genera en si lo conocido (Logos, Hijo, encarnado en Jesucristo) y al amarse suscita en sí lo amado (Amor-Espíritu, ofrecido por Jesús a los humanos); de esa forma es Padre originario.
- En un segundo nivel, el Espíritu es Amor dual, propio de dos personas. Ya no es Amor-propio de Dios por sí, conforme en línea intrapersonal, como indicaba la analogía procedente, sino el Amor mutuo (interpersonal) del Padre por el Hijo y del Hijo por el Padre. Por eso podemos definirle como «espacio de encuentro», comunión intradivina, persona que vincula a dos personas.
- En un tercer nivel, el Espíritu es ya el «tercerón, es decir, como fruto que brota del amor común del Padre y del Hijo. No es sólo Dilección o amor mutuo, sino también el Condilecto o Coamado, aquel a quien el Padre y el Hijo aman juntos, suscitándole con su entrega mutua, como culmen del proceso personalizante de la Trinidad. Así afirmamos que es la persona final y culminada, allí donde todo amor culmina y queda ya plenificado, encuentra su descanso.
Finalmente podemos definir al Espíritu como gratitud personal, es decir, como regalo de Dios hecho persona. No es que Dios nos ofrezca por su Espíritu un regalo, sino que él mismo es el regalo, la vida hecha don, es la gratuidad hecha persona frente a todos los esquemas sacrificiales de la vida, donde Dios aparece como alguien al que hay que aplacar; frente a todas las visiones impositivas de la vida como talión o mérito, lucha o juicio, el Espíritu Santo es la expresión y la verdad del Dios que puro regalo, don de sí, por Cristo.