En este año sacerdotal, el Papa nos invita a mirar a San Juan María Vianney, entre otros, como modelo de virtudes para los sacerdotes del s. XXI.
Además de esto, yo he encontrado en mi camino a otro tipo de personas, concretamente a matrimonios cristianos, que me han ayudado a encontrarme con mi vocación y me han estimulado a ser sacerdote de Cristo en la Iglesia.
Gran parte de mi vida sacerdotal la he vivido en el Movimiento de Encuentro Matrimonial, formando equipo con bastantes matrimonios. Juntos hemos programado, sufrido y soñado, animado y acompañado, a la comunidad cristiana. De ellos y de su forma de vivir su sacramento he aprendido a vivir de forma nueva mi sacramento. Resumiendo diría que me han ayudado:
- A encontrarme con mi identidad y ser sacerdotal, sobre todo en la dimensión humana y existencial.
- A vivir mi celibato y afectividad sacerdotal.
- A constatar el paralelismo que existe entre los dos sacramentos.
MI IDENTIDAD SACERDOTAL
Junto a ellos, me he hecho esta pregunta concreta: ¿Quién soy yo, sacerdote?
Y me he respondido: yo soy un hombre, llamado a amar a la gente, a involucrarme en una relación con ellos, abierto a sus alegrías y enfrentamientos, capacitado para sanar y reconciliar. Un sacerdocio en clave de relación más que de servicio.
Entiendo ahora claramente que ser sacerdote no es tanto hacer cosas buenas por y para los demás. Más que involucrarme en actividades como: administrar los sacramentos, celebrar la misa, predicar, es más bien establecer una relación íntima y profunda con mi gente que es la Iglesia, fomentando las relaciones de amor entre ellos.
A la vez, he descubierto que soy un hombre que se debe dejar amar. Esto significa: dejarme interpelar como persona y como sacerdote. Significa también: estar en contacto con la persona que soy realmente, con mis sentimientos, siendo abierto y vulnerable.
He aprendido, junto a ellos, que debo ser sacerdote dejando de protegerme detrás de mis seguridades. Ser capaz de afrontar riesgos, dejando un sistema clerical que no me gusta, pero en el que me siento seguro para elegir construir la Iglesiacomunidad. Ser compañero de la gente al mismo nivel, sacerdote con ellos, no sólo para ellos.
Ellos me han enseñado que el sacerdote está llamado, no a dirigir, o cumplir una función, sino a pertenecer a una Comunidad real en la que cada uno tiene un sitio, sin superioridades, a caminar juntos con un mismo sueño. Con ellos y junto a ellos he experimentado a una Iglesia de hermanos, iguales por el Bautismo, con carismas distintos. Ellos me ha desclericalizado, y ayudado a vivir mi sacramento no en clave jerárquica sino en clave fraterna.
Me han ayudado a dialogar a nivel profundo y a compartir mi vida, no sólo a escucharlos y aconsejarlos, en la clásica dinámica de enseñantediscípulo.
Yo he aprendido, también, de los matrimonios lo que significa de verdad para mí estar casado con la comunidad. Observando sus vidas, he visto cómo se casan cada día, cómo se confrontan, cómo se escuchan …
MI AFECTIVIDAD Y TERNURA
Los sacerdotes somos personas sexuadas. Necesitamos desarrollar nuestra afectividad y nuestra ternura. Estamos llamados a vivir en relación de amor tan intensa como en el matrimonio pero de forma distinta (Mt 19; I Cor 7, 7). Hemos renunciado a formar una familia pero no al amor.
El sacerdocio, como el matrimonio, es una aventura de amor con su gente y, en especial, con los más faltos de amor, con los solos y abandonados.
Esto significa que no debo retraerme en un comportamiento distante, inaccesible, de simple funcionario y de "solterón". Que debo tener una madurez afectiva.
"La madurez afectiva del sacerdote, -dice Juan Pablo II, supone ser consciente del puesto central del amor en la existencia humana. Su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente. Se trata de un amor que compromete a toda la persona, a nivel físico, psíquico y espiritual, y que se expresa mediante el significado "esponsal" del cuerpo humano, gracias al cual una persona se entrega a otra y la acoge" (Pastores dabo vobis, 44).
Antes de entrar en contacto con Encuentro Matrimonial, mi trato con la gente como sacerdote era bastante formalista y superficial, de funcionario y dispensador de sacramentos. Vivía guardando escrupulosamente las distancias, debido a la educación recibida en el seminario.
Después, en el caminar con este Movimiento, sí que he entrado en relación más íntima, abriéndome al cariño de muchos matrimonios, compartiendo mi vida con ellos, sobre todo con los que he formado equipo eclesial.
A estos, les he dejado entrar en mi vida, les he amado con ternura y me he sentido amado por ellos. Me he hecho vulnerable para ellos, les he abierto mi corazón herido de soledad, de dudas, de insatisfacciones; he encontrado acogida, comprensión y cariño.
Puedo decir que ha surgido entre nosotros un cariño inmenso, una confianza y complicidad insospechadas. En ellos he encontrado ternura y un techo afectivo para mi vida personal y sacerdotal, como lo encontró S. Pablo en Aquila y Priscila.
Me ha sido fácil mostrarme tierno con ellos, a pesar de mi timidez, porque les he encontrado cercanos y me han dado confianza. Sus muestras de cariño las he recibido con alegría, agradecimiento y emoción.
Todo esto no ha sido ni es fácil. Hay en mi interior ciertos miedos que acompañan mi vida afectiva: miedo a que, al abrirme a ellos, descubran mi pobreza y superficialidad. Miedo a manifestar mis emociones, a ser invadido por la ternura y a perder el control.
Al mismo tiempo tengo miedo a caminar solo en la vida y a envejecer como un "solterón".
Pero el consejo evangélico de la castidad me está ayudando a ser más libre porque me lleva a ser honesto conmigo mismo viviendo en la verdad, sinceridad, limpieza y autenticidad en lo que doy, recibo, pido y rechazo; en lo que pienso, digo y hago. Me ayuda a crear lazos de unión con ellos sin dominarlos ni utilizarlos, a amarlos desde la gratuidad, sin pasar factura, sin serun mendigo de cariño y sin crear dependencia; a mostrarme ante ellos como soy, con mis limitaciones, sin falsedades ni máscaras, sin miedo a hacerme vulnerable.
Alguien ha dicho que vivir la castidad, ayuda a "pedir con claridad, dar con generosidad, recibir con gratitud y rechazar con responsabilidad''.
Tiene razón. Yo lo he experimentado en mi vida.
DOS SACRAMENTOS COMPLEMENTARIOS
En contacto con estos matrimonios he tomado conciencia del gran paralelismo que existe entre el sacramento del Matrimonio y el del Orden. He constatado que los dos son sacramentos relaciónales, que se fecundan mutuamente, sin superioridades ni dependencias de uno sobre otro. Son dos modos de hacer visible el amor de Cristo a su Iglesia.
He visto en los Matrimonios un compromiso de entrega mutua, de fidelidad, de fecundidad y de ser signo de la Alianza del amor de Dios. Y me han recordado que también debo vivir mi sacramento como un compromiso de entrega a la Iglesia mi esposa, de fidelidad, de fecundidad (dando vida, haciendo crecer a mi pueblo) y de ser signo y testigo de la Alianza de Dios como nosotros.
Al recordar mi vida junto a tantos matrimonios comprometidos en su vida de relación, me siento tremendamente agradecido a ellos; me siento feliz y afortunado porque me han ayudado a vivir, de forma plenamente humana, mi sacerdocio; me siento liberado y realizado en mi afectividad sacerdotal.