No hay nada como la pura objetividad, una visión que está libre de todo prejuicio.
Sin embargo esa es la demanda hecha frecuentemente por los pensadores no-religiosos y seculares en debates sobre valores y programas políticos públicos. Argumentan que sus puntos de vista, a diferencia de aquellos que admiten que sus opiniones están cimentadas en principios religiosos, son objetivos y libres de prejuicios. Su presunción fundamental es que un argumento puramente racional -una visión en realidad de ninguna parte- es objetivo que los argumentos religiosos, basados en la fe y perspectiva religiosa de alguien, nunca pueden ser, como si hubiera algo como un punto de arranque puramente objetivo. No hay.
Todos tenemos prejuicios. El último Langdon Gilkey solía poner esto de una manera amable y más atractiva. No tenemos prejuicios -dice él- sino más bien una pre-ontología, una posición subjetiva desde la cual mirar la realidad. Y esta posición incluye el lugar donde nos detenemos, fuera, cuando miramos dentro de alguna realidad, como también los datos a través de los cuales percibimos y razonamos mientras miramos alguna cosa. Está en lo cierto. No hay visión desde ninguna parte que esté libre de prejuicios y ninguna visión que sea puramente objetiva. Todos tienen prejuicios. La persona religiosa y la persona secular se detienen simplemente en diferentes lugares subjetivos y procesan las cosas a través de diferentes datos subjetivos y mentales.
Entonces, ¿significa esto que todos los puntos de vista son igualmente subjetivos y que todas cosas son relativas? ¿No podemos, por tanto, distinguir entre ciencia y superstición? No. Hay claramente grados de objetividad, aun cuando nadie pueda alegar absoluta objetividad. Admitir que incluso la más estricta investigación empírica y científica contendrá siempre un grado de subjetividad no es poner la ciencia al mismo nivel que la superstición ni siquiera de la fe. La ciencia empírica y el pensamiento racional deben pagar su deuda. Es el médico, no el sanador de fe, el que cura las enfermedades físicas. De igual manera, la teoría científica de la evolución y la creencia religiosa fundamentalista de que nuestro mundo ha sido hecho en siete días no están para dar una misma demanda. En gran manera, como los pensadores religiosos se irritan a veces por las demandas absolutistas de algunos laicistas, la ciencia y el pensamiento crítico racional deben pagar su deuda.
Pero el pensamiento religioso también debe pagar su deuda, especialmente en nuestros debates sobre valores y política. La opinión religiosa también necesita ser respetada, no lo menos con el conocimiento más explícito de que el razonamiento secular también opera fuera de una cierta fe, al igual que por el conocimiento de que, como sus homólogos científicos y filosóficos, el pensamiento religioso también trae a cualquier debate perspectivas necesarias y de valor demasiado alto como para ser medidas. Mucho del conocimiento del mundo se contiene en la ciencia y filosofía, pero la mayor parte de la sabiduría del mundo se contiene en sus perspectivas religiosas y de fe. Así como no podemos vivir sólo de religión, tampoco podemos vivir sólo de ciencia y filosofía. La sabiduría necesita el conocimiento y el conocimiento necesita la sabiduría. Ciencia y religión necesitan vivir más profundamente en amistad una con otra.
Más importante, sin embargo, que tener una apologética propia sobre el lugar de la fe y la religión dentro de los programas políticos públicos, es un conocimiento de esto para nuestra propia salud y felicidad. Necesitamos entender cómo la subjetividad da color a todo, no tanto como para que podamos convencer eventualmente a los laicistas de que las perspectivas religiosas son importantes en cualquier discusión, sino para que podamos elegir más deliberadamente la verdadera pre-ontología como para ver el mundo a través de mejores ojos y hacer mejores juicios sobre el mundo.
El místico del siglo XII Hugo de San Víctor nos da -creo yo- la verdadera pre-ontología fuera de la cual actuar: ¡El amor es el ojo! Para Hugo, vemos de la manera más clara cuando nuestra mirada se abre camino a través de las lentes del amor y el altruismo, al igual que vemos de la manera más borrosa cuando nuestra mirada está afectada por la sospecha y el auto-interés. Y esto no es una idea abstracta. La experiencia nos dice esto. Cuando miramos a alguien con amor -por supuesto más allá de esos periodos en los que el amor está demasiado obsesivo con atracción romántica- vemos correctamente. Entonces nosotros vemos al otro como es en realidad, con pleno reconocimiento de sus virtudes y defectos. Eso es tan seguro como que siempre lo veremos. Por el contrario, cuando vemos a alguien a través de los ojos de la sospecha o del auto-interés, nuestra visión está nublada y no hay una percepción clara.
Jesús dice otro tanto con las primeras palabras que salen de su boca en los Evangelios Sinópticos. En su primera intervención, nos invita, en una sola palabra, a ver el mundo como es en realidad. ¿Su primera palabra? Metanoia. Esta es una palabra griega que generalmente es traducida en las biblias inglesas como arrepentimiento, pero literalmente significa “entrar en una mentalidad diferente y más alta”. Y esa connotación es iluminada cuando la contrastamos con otra palabra griega que ya conocemos, a saber, paranoia. Metanoia es lo contrario de paranoia.
Cuando miramos el mundo a través de los ojos de la paranoia, no vemos correctamente. Por el contrario, cuando miramos el mundo a través de los ojos de la metanoia, vemos correcta, religiosa y científicamente. El amor, verdaderamente, es el ojo.