Quizás todas las invitaciones que Jesús nos hizo puedan ser resumidas en una sola palabra: rendición. Necesitamos rendirnos al amor.
Pero ¿por qué es difícil? ¿No debería resultar lo más natural del mundo? ¿No es nuestro deseo más profundo un anhelo de encontrar el amor y rendirnos a él?
Cierto, nuestro anhelo más profundo es rendirnos al amor, pero tenemos en lo más profundo algunas innatas resistencias a entregarnos rendidos. He aquí un par de ejemplos:
En la Última Cena del Evangelio de Juan, cuando Jesús trata de lavar los pies a Pedro, encuentra una firme resistencia por parte de este: ¡De ninguna manera! ¡Nunca permitiré que me laves los pies! Lo que resulta irónico aquí es que tal vez, más que cualquier otra cosa, Pedro suspiraba precisamente por esa clase de intimidad con Jesús. Aun así, cuando se la ofrece, se resiste.
Otro ejemplo podría verse en las luchas de Henri Nouwen. Nouwen, uno de los escritores espirituales más dotados de nuestra generación, gozó de inmensa popularidad. Publicó más de 50 libros. Era un profesor muy solicitado (titular en Harvard y Yale), recibía invitaciones diarias para dar charlas y conferencias por todo el mundo y tenía muchos amigos cercanos.
Y aun así, en esa popularidad y adulación, rodeado de muchos amigos que le amaban, fue incapaz de permitir que ese amor le diera alguna verdadera sensación de ser amado o de ser digno de amor. En vez de eso, durante casi toda su vida, se movió penosamente dentro de una profunda ansiedad que le llevó a creer que no era digno de amor. Alguna vez, esto incluso lo condujo a una depresión clínica. Y así, durante casi toda su vida adulta, rodeado por tanto amor, estuvo obsesionado con la sensación de que no era amado ni digno de ser amado. Además, era una persona profundamente sensible que, más que ninguna otra cosa, quería rendirse al amor. ¿Qué fue lo que le retuvo?
Según sus propias palabras, estaba seriamente afectado por una profunda herida que no podía especificar bien y de cuya dependencia no podía sacudirse. Esto fue real durante casi toda su vida adulta. Al fin, fue capaz de liberarse de su profunda herida y rendirse al amor. Con todo, supuso una traumática experiencia de muerte para que eso se diera. Una mañana, esperando junto a la autopista en una parada de autobús, recibió un golpe impactado por el espejo retrovisor de un camión que pasaba, y le hizo volar. Trasladado urgentemente a un hospital, durante algunas horas estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte. Mientras se hallaba en esa situación, tuvo una experiencia muy profunda del amor de Dios para con él. Recuperó plenamente su conciencia y vida normal como hombre profundamente renovado. Ahora, una vez que experimentó el amor de Dios para con él, finalmente pudo también rendirse al amor humano de una manera de la que había sido incapaz antes de su experiencia de “muerte”. Todos sus libros posteriores quedan marcados por esta conversión en el amor.
¿Por qué hacemos la guerra al amor? ¿Por qué no nos rendimos más fácilmente? Las razones son únicas para cada uno de nosotros. A veces se trata de una profunda herida que nos deja sintiéndonos indignos de ser amados. Pero a veces nuestra resistencia tiene que ver menos con cualquier herida de lo que tiene que ver con la manera como estamos batallando inconscientemente contra el amor mismo que buscamos tan dolorosamente. A veces, como Jacob en la Biblia, estamos luchando de manera inconsciente contra Dios (que es Amor) y, consecuentemente, estamos haciendo de manera inconsciente la guerra al amor.
En la historia bíblica donde Jacob lucha toda la noche con un hombre, vemos que, en esta lucha, no tiene la menor idea de que está luchando con Dios y con el amor. En su mente, está luchando con un adversario a quien necesita conquistar. Finalmente, cuando la oscuridad de la noche cede a más luz, ve con qué está luchando, y resulta una sorpresa y sobresalto para él. Se da cuenta de que está haciendo la guerra al amor mismo. Al verlo, cesa de luchar y, en vez de eso, se adhiere a la fuerza misma con la que había estado luchando previamente, con el ruego: “¡No te dejaré marchar hasta que me bendigas!”.
Esta es la lección final que necesitamos aprender en el amor: Luchamos por el amor con cada talento, artimaña y fuerza que hay en nosotros. Finalmente, si somos afortunados, tenemos un despertar. Alguna luz, con frecuencia una derrota paralizante, nos hace ver el auténtico rostro de aquello a lo que hemos estado haciendo la guerra, y vemos que no es algo que deba ser conquistado, sino el amor mismo al que hemos estado anhelando rendirnos.
Para muchos de nosotros, este será el gran despertar de nuestras vidas, un despertar al hecho de que, en todas nuestras ambiciones y proyectos para mostrar al mundo qué valiosos y dignos de ser amados somos, estamos de manera inconsciente haciendo la guerra al amor mismo, al que finalmente queremos rendirnos. Y, normalmente, como con Jacob en la historia bíblica, resultará la derrota de nuestra propia fuerza y una permanente cojera, antes de que veamos que aquello contra lo que estamos luchando es en realidad aquello a lo que más queremos rendirnos.
Y esto es rendición, no resignación: algo a lo que nos entregamos, más bien que algo que nos derrota.
(Tradujo al español para ciudadredonda.org Benjamín Elcano, CMF)