Renovación – adaptación

    Es preciso recordar -porque, en no pocas ocasiones, se ha desconocido u olvidado lamentablemente-, el verdadero sentido y la autentica significación conciliar de las palabras renovación-adaptación. Por de pronto, se ha dado, muchas veces, a las dos palabras el mismo valor y la misma importancia, olvidando que no se trata de dos sustantivos, sino de un sustantivo (=renovación) y de un adjetivo (=adaptada); y que, por eso mismo, nunca pueden equipararse. Más aún -como antes ya insinuaba-, en muchos casos, se ha dado más importancia práctica al adjetivo que al sustantivo, porque se ha puesto más el acento y se han gastado más energías en la adaptación que en la renovación, contradiciendo la intención y el propósito, y hasta la misma letra, del Concilio.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.    Renovar, en el sentido conciliar, es re-descubrir y  restaurar los valores esenciales primitivos. No es una mirada al pasado en cuanto pasado; ni, menos todavía, un gusto por las ‘antigüedades’, sino la búsqueda sincera de aquellos valores que, por encontrar su ultima fundamentación y su más viva raíz en la Persona de Jesucristo, son imperecederos e irrenunciables y, por eso mismo, perennemente validos y, en consecuencia, siempre actuales; suprimiendo los elementos anticuados1. Adaptar, en cambio, es buscar aquellas formas, que sean verdaderamente capaces de expresar, de modo inteligible y adecuado al hombre de hoy -al hombre de cada época y de cada circunstancia histórica-, esos valores y contenidos redescubiertos en el ejercicio de renovación. Por eso, ambas operaciones, sin tener la misma importancia, se exigen mutuamente y son entre sí complementarias; y no se puede descuidar una en aras de la otra.

    La renovación, en sentido conciliar, supone "el retorno a las fuentes" (PC 2). Pero no se identifica simplemente con la búsqueda de lo ‘antiguo’ ni es un culto al pasado. La adaptación exige tomar en serio las nuevas circunstancias para buscar los modos y formas que mejor respondan a esas circunstancias nuevas. Pero no es propiamente la búsqueda de lo ‘nuevo’ -y, menos todavía, de lo ‘novedoso’- ni puede convertirse en una forma de snobismo. La renovación conciliar es el redescubrimiento de los valores primitivos esenciales. Mientras que la adaptación es el redescubrimiento de las formas actuales que pueden expresar adecuadamente, en cada circunstancia de tiempo y lugar, esos valores esenciales redescubiertos.

    Ni lo antiguo ni lo nuevo son necesariamente valores, ni tienen -por sí mismos- garantía de autenticidad evangélica o de valiosidad cristiana. Tampoco se les puede mirar, ya en principio, con recelo o con desdén. En cada caso habrá que cumplir el consejo-exhortación del Apóstol: "Examinadlo todo y quedaos con lo bueno" (1 Tes 5, 21).

    Con gran acierto y con profundo sentido, escribía ya en el siglo XVI Fray Luis de Granada (1504-1588):

    "Regla es también de prudencia no mirar a la antigüedad y novedad de las cosas para aprobarlas o condenarlas; porque muchas cosas hay muy acostumbradas y muy malas, y otras hay muy nuevas y muy buenas; y ni la vejez es parte para justificar lo malo, ni la novedad lo debe ser para condenar lo bueno, sino en todo y por todo hinca los ojos en los méritos de las cosas, y no en los años. Porque el vicio ninguna cosa gana por ser antiguo, sino ser más incurable, y la virtud ninguna cosa pierde por ser nueva, sino ser menos conoscida"2.

    Y añadía: "Y por la mesma razón se dice que la memoria de lo pasado es muy familiar ayudadora y maestra de la prudencia, y que el día presente es discípulo del pasado… Y por esto, por lo pasado podremos juzgar lo presente, y por lo presente, lo pasado"3.

    Conviene tener muy en cuenta, aunque lo hayamos dicho ya, que, para que algo sea verdaderamente actual, no tiene que ser necesariamente ‘nuevo’. Basta con que sea apto para expresar hoy -en el lenguaje de la palabra o de la vida- de manera comprensible y adecuada lo que hoy se debe vivir. Por eso, una cosa -un modo de vida, una tradición, un método, etc.- puede ser, a la vez, antiguo y actual. Ni todo lo nuevo es actual, ni todo lo actual es nuevo.

    La renovación es una mirada al pasado, en busca de lo permanente. Y lo permanente es siempre actual. La adaptación es una mirada al presente para encontrar el modo mas adecuado de responder a las necesidades, aspiraciones y urgencias de los hombres de hoy. Renovación y adaptación son expresiones complementarias de un mismo proceso y exigencias ineludibles de una misma fidelidad.

    Hay que mantener siempre una postura y una actitud vital de equilibrio o, si se quiere, de integración -nunca de ‘integrismo’-. Sin rendir culto a lo antiguo ni caer en la idolatría de lo nuevo. Intentando ‘integrar’ lucida y responsablemente lo mejor de cada postura o de cada tendencia. Sin condenas fáciles y sin exaltaciones iluministas. A igual distancia del ‘eclecticismo’ que de cualquier forma de extremismo ideológico del signo que sea. En equilibrio dinámico, que es el único equilibrio verdadero y vital.

    Pablo VI se refería a este equilibrio dinámico, que es la única forma de la verdadera fidelidad, cuando decía: "Renovación, sí; cambio arbitrario, no. Historia siempre viva y nueva de la Iglesia, sí; historicismo disolvente del compromiso dogmático tradicional, no. Integración teológica, según las enseñanzas del Concilio, sí; teología conforma a libres teorías subjetivas, a menudo tomadas de fuentes adversarias, no. Iglesia abierta a la caridad ecuménica, al diálogo responsable y al reconocimiento de los valores cristianos entre los hermanos separados, sí, irenismo que renuncia a las verdades de fe o proclive a identificarse con ciertos principios negativos que han favorecido el distanciamiento de tantos hermanos cristianos del centro de la unidad de la comunión católica, no"4.

    Con frecuencia, se vive no sólo bajo el signo del cambio, sino también de la ruptura y de la absoluta novedad. No se rechaza sólo el estéril ‘continuismo’, sino incluso la misma continuidad. Se pierde, así, la memoria y se olvidan las propias raíces. Por eso, el hombre moderno ‑posmoderno‑ vive muchas veces desarraigado. Y el mundo ha dejado de ser hogar, para convertirse en estadio de competición.

    Sin embargo, sólo desde el recuerdo se puede forjar el futuro, sin peligro de desviaciones. Mirar, de vez en cuando, hacia atrás es condición para seguir hacia adelante con tesón y coherencia. Sólo quien tiene raíces  profundas, puede crecer vigorosamente. Sólo quien tiene memoria puede apostar decididamente y con garantía por el futuro.


  • ES II, 17: "Deben considerarse anticuadas aquellas cosas que, habiendo perdido su significación y su fuerza, no ayudan ya de hecho a la vida religiosa". Cf ET 5: "Ciertamente, no poco elementos exteriores, reconocidos por los fundadores de Ordenes y de Congregaciones religiosas, aparecen hoy día superados".
  • Fray Luis de Granada, Guía de pecadores, Apostolado de la Prensa, Madrid, 1935, 6ª ed., lib. II, cap. XV, & IX, pp. 594-595.
  • Id., ibíd., & X, p. 596.
  • Pablo VI, Alocución general, 25 de abril de 1968.