Queridos amigos:
No sabéis cuánto me alegro de que vuestra experiencia de profundizar en vuestra relación os fuera tan bien y os ayudara tanto a la renovación del amor primero y al perdón recíproco cuanto a la disponibilidad para asumir un nuevo compromiso apostólico.
Vosotros sois, a mi juicio, una pareja estupenda y tremendamente luchadora. Dispuesta a sudar la camiseta. La lucha por llenar de calidad vuestra relación mutua y vuestro cariño hacia la comunidad son la fuente de donde dimana el crecimiento de una y de otra.
Me habláis de los miedos, dudas y reticencias que hacen frente a vuestra disponibilidad. A pesar de todo, preveo que el servicio va a ser muy positivo donde quiera que estéis ofreciéndolo. Me parece lógico que no lo asumáis de manera inconsciente. Tratar de ser realistas es la mejor manera de ser responsables. Se impone un discernimiento. Y, en este sentido, os quisiera aportar mi punto de vista.
Me parece que no tenéis que temer que ese nuevo compromiso no os deje tiempo para vosotros y para el cultivo de vuestra relación de pareja. Si así fuera, deberíais prescindir de él. Sin embargo, no me parece que éste sea el caso. El servicio lo vais a hacer en pareja y para las parejas. Esto garantiza la necesidad del cultivo de vuestra relación. No podréis vivirlo como casados-solteros. En primer lugar, porque, según me consta por lo que os conozco, no tenéis cara para proclamar lo que no vivís. En segundo lugar, porque las parejas a quienes vais a servir no os van a dejar tranquilos, si perciben que vuestras obras no coinciden con vuestras palabras.
Yo creo que el nuevo compromiso apostólico, en lugar de quitaros tiempo para vosotros, se puede convertir en estímulo permanente para que cultivéis la relación de pareja. Entre otras cosas, porque os iréis haciendo conscientes de que sólo desde la calidad de vuestra relación podréis estimular a las demás parejas. Y, cuando esto suceda, tendréis que luchar más fuertemente por la calidad de vuestra relación. Tendréis que trabajar duro y constante para ser una pareja más dialogante, que intenta crecer cada día en profundidad y en intimidad. Porque sólo seréis apostólicos viviendo lo que proclamáis y proclamando lo que vivís. Éste es el aval de la vida apostólica. De lo contrario, el brillo de pareja se convierte en falsedad. Y se trata de ser honestos. Auténticos. No perfectos. Pero sí en lucha diaria.
Estoy convencido, además, de que al amor de pareja le pasa lo mismo que al agua: que, cuando se estanca y se encierra, se corrompe. No se preserva el amor, ni la pureza del agua, encerrándola en un pequeño cuenco. No puede ser el amor de pareja un pequeño gueto de egoísmo a dúo. El amor tiene vocación de difusión, de creatividad y de expansión.
Esto me parece verdadero en todo tipo de amor. Más me lo parece aún del amor sacramental en la Iglesia. Vuestro brillo de pareja no es sólo para vuestro disfrute personal. También lo es para quien se acerque a vosotros y para la gente en cuyo camino os pongáis. Vuestro brillo de pareja es para la Iglesia. Para que la gente pueda percibir el rostro encarnado y sacramental del Dios de Jesús.
Vuestra misión apostólica no es cuestión sólo de hacer. Es, más bien, cuestión de que por los poros de vuestra relación fluya la gratuidad del amor de Dios como un signo para quien os contemple como miembros de una Iglesia, toda ella sacramento de Cristo y del Padre. Vuestra misión es la de ser la visibilidad de una Iglesia amorosa, tierna, cercana y viva, que refleje como en un espejo el amor de Dios por su Pueblo y de Cristo por su Iglesia. Vuestra misión apostólica surge de lo que sois: una pequeña iglesia y una iglesia familiar y doméstica en la que el Dios de Jesús está presente como en un templo.
Yo creo que con el nuevo compromiso apostólico no va a mermar vuestra calidad de pareja. Tampoco va a sufrir quebranto la dedicación a vuestros hijos. ¡Cuántas veces la cantidad de tiempo que se está con los hijos no es sinónimo de calidad en la dedicación a ellos! Tengo la experiencia de muchas parejas que prefieren la calidad a la cantidad en el tiempo que pasan con sus hijos. Y éstos también prefieren que sea así.
Ciertamente vuestros hijos os necesitan. Y, por vuestra parte, gustosos les dedicáis tiempo y energías. No en vano son una prolongación de la historia de vuestro amor. De todas formas, ya no son pequeños. Son adolescentes. Han emprendido la marcha del hogar. Y lo importante para ellos es que puedan crecer y madurar humanamente, para que, cuando se vayan, se lleven el instrumental necesario para afrontar la vida con entusiasmo y responsabilidad. Con compromiso consigo mismos, con la gente y con Dios.
Lo que ahora perciban en vosotros puede ser decisivo para su futuro. Si a vosotros os ven maduros, como personas y como pareja, y comprometidos humana y religiosamente con los demás, especialmente con los más pobres, será para ellos una valiosa herencia. Un ejemplo vale por mil palabras. Aprenderán a ser auténticos y honestos. Aprenderán a vivir en una Iglesia comprometida en su ser sacramental y comunitario. Podrán creer en un Dios que se les ha hecho visible a través de vosotros y de vuestra entrega y amor. Podrán decir que el Reino está en medio de ellos. Se animarán a seguir a Jesús en la búsqueda permanente de ese Reino.
Vosotros, que les llamásteis a la vida, les daréis los elementos necesarios para vivir la vida como una fiesta de fraternidad y solidaridad. Vuestro compromiso con los demás, sobre todo con los más pobres, siempre lo recordarán y les servirá de estímulo. No podrán olvidar que su casa era un hogar caldeado para quienes tiritaban de desamor, de soledad y de las mil penurias que cercaban su vida. Que a los pobres no se les cerraba la puerta en las narices, sino que se les trataba como a los preferidos del Padre Dios. Y con este recuerdo en sus vidas irán forjando un mundo más humano y fraterno. Un mundo de amor donde dé gusto vivir. ¡Justo el mundo que vosotros soñasteis para ellos, el que ellos sueñan y el que Dios quiere!
Bueno, amigos míos, quizá en el discernimiento me he centrado más en las razones a favor que en las en contra. Éstas ya me las habéis puesto vosotros. Por eso no os he insistido en ellas. Os quiero mucho. Un fuerte abrazo.