Sábado de Ceniza
(Is 58, 5b-14; Sal 85; Lc 5, 27-32)
Respuesta generosa
Acabamos de iniciar el tiempo de Cuaresma. En los primeros días, la Liturgia de la Palabra está desplegando el mapa de nuestro recorrido. Nos anticipa las actitudes que nos conviene mantener en la travesía y el equipaje necesario para el camino.
Este Sábado de Ceniza nos ofrece una enseñanza para tener en cuenta y un ejemplo que conviene seguir. La enseñanza nos la da el profeta. “Cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía” (Is 58, 8).
Al principio, puede parecer una recomendación engañosa. Nuestro natural se resiste a dar y a arriesgarse, prefiere tener la seguridad del poseer. Mas, si te atreves a darte sin medida, se te devolverá con creces. “Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña; reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas” (Is 58, 11). Cosa que no sucederá si te quedas atrincherado con tus bienes.
El ejemplo para imitar nos lo propone el Evangelio. El relato de la llamada de Jesús a Leví, y la pronta y generosa reacción del publicano se convierten en una indicación. “Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -«Sígueme.» Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió” (Lc 5, 28).
Santa Teresa
Si el ejemplo de Leví es paradigma de respuesta, la joven Teresa de Cepeda nos cuenta cómo hizo su opción de entrar en el convento, sintiendo el despojo del amor de su padre. “Acuérdaseme, a todo mi parecer y con verdad, que cuando salí de casa de mi padre no creo será más el sentimiento cuando me muera. Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo puse por obra” (Vida 4, 1).
Y si el momento de entrar en religión le costó tanto, no le costó menos el momento de su postrera conversión, cuando no se sufría a sí misma por verse sin darse enteramente al Señor, como nos cuenta. “Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle” (Vida 9, 1).
Siempre es momento de levantarse y de seguir a Jesucristo, como hizo Leví, como hizo Teresa de Jesús.