Seguir a cristo
Si estás leyendo esto, casi con toda seguridad quieres seguir a Cristo. O al menos lo buscas, te lo planteas, sientes inquietud por este seguimiento. Quizá incluso hay espacios y tiempos concretos dentro de tu agenda que responden a esta llamada: quizá como voluntario o catequista o acompañando a otros o con tus propios tiempos de oración y formación…. Quizá incluso un poco de todos ellos. Quizá incluso compartes tu fe en comunidad. Quizá incluso has dedicado tu vida entera (o te lo planteas) en una vocación de "especial" consagración, como el sacerdocio o la vida consagrada.
Si eres uno o una de los que sigues a Cristo, también le habrás seguido en su Pasión. Le seguiste en sus primeros pasos de vida pública. Te emocionaste con sus palabras y sus gestos. Fijaste tus ojos en Él como si de un imán se tratara. Sin duda puedes encontrar en tu memoria y en tu corazón diversos pasajes evangélicos que te conmueven (¡te con-mueven hacia Él y su Reino!, te ponen en movimiento, han dado una dirección concreta a tu vida, van marcando tus decisiones, tus gastos, tu tiempo libre, tus amistades y amores, tu descanso, tus lecturas… ¡todo!). Si no te engañas demasiado, puedes descubrir también en ti la cantidad de límites y lagunas que te separan de Él y de su llamada, puedes ver la pobreza de tu seguimiento y la incoherencia de tantos días y tantas noches en tu vida. Pero a la vez, sabes que Dios te conoce y te quiere como eres, se fía de ti, sigue esperándolo todo de tu vida, te renueva, te recrea, te espera siempre, y eso te da fuerza para ponerte en el camino una vez más. Siempre siguiendo a Jesús. Posiblemente, como Pedro, podrías escuchar a tu corazón diciendo: Jesús, ¡yo daría mi vida por ti!, haría cualquier cosa por ti, yo no te negaré jamás… ¿a quién iremos si solo Tú tienes palabras de vida verdadera? Y es verdad. Tu corazón lo dice con toda la verdad que puede, con todas sus fuerzas, como lo dijo Pedro aquel día.
Contemplado sufriendo en Getsemaní
Solo. Asustado. No parecía Él. No parecía Dios. Pero también ahí has querido acompañarle, más cerca o más lejos. La traición de Judas, las burlas, las afrentas, el mal gratuito e innecesario que sufre siempre el más débil, esta vez de manos de los soldados. Has adorado la Cruz porque en ella estaba Él. Tu vida, tu amigo, a quien sigues, a quien rezas, a quien anuncias en tu vida cotidiana. Has sufrido al verle sufrir. No sólo a él, también a su Madre y a las pocas mujeres que quedaron cerca, junto a Juan. Has sentido en el estómago la grandeza de su entrega hasta el final, hasta la muerte en Cruz. Por ti, por ti, por ti…
Y sabes que no es el final. Sabes que el Mal no tiene la última palabra. Que Dios vence en silencio al bullicioso poder de las tinieblas. Que no es verdad que al justo le vaya mal delante de Dios. Que nada queda fuera de su amor poderoso para resucitar a quien ama. Que Cristo, el Hijo, el Mesías, ha muerto, ha descendido al Infierno del mundo y de la historia y de toda la Humanidad, pero Dios lo ha resucitado. Lo celebrarás. Lo celebraremos con toda la Iglesia, con toda la Creación que aclama en la mañana de Pascua: ¡Aleluya! Pero…. ¿y después qué?
Vivir en cristo, con-figurarnos con él
Pero quizá hoy podemos adentrarnos un poco más en el misterio de Su Muerte y Resurrección. El Resucitado-Crucificado no camina ya por la ribera del mar de Galilea. Ni puede caminar por tus calles. No lo hace. Su Presencia es otra y distinta. Más profunda, más universal, más honda y definitiva. Pero es otra. ¿Acaso podemos contentar nuestra vida de seguimiento en una repetición más o menos voluntariosa de lo que Jesús dijo e hizo, de lo que suponemos que hoy haría y diría?
Dedica un tiempo de silencio hoy ante el Misterio que envuelve tu vida. Tú, que quieres seguirle, pídele que te muestre qué quiere hoy de ti y cómo lo quiere. Quizá hoy Cristo espera no sólo tu seguimiento, tu deseo, tu mejor voluntad, tu entrega por el Reino. Quizá es tiempo de que tú mismo entres en la Pasión con Él y dejes que su Pasión entre en ti para ser transformados por su Espíritu. Quizá es tiempo de pedir al Padre ser puestos con el Hijo, pues:
Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor (Jn 12,23-26)
Tú eres también ese grano de trigo que si no muere, no da fruto. Tú eres el llamado a resucitar con Cristo, si puedes decir con Pablo: ¡Vivo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí! (Ga 2, 20). Tampoco Pablo pudo seguirle literalmente como habían hecho otros y otras. En Cristo la Humanidad ya forma parte para siempre de la entraña de Dios. Nuestra carne en su carne. En Cristo, ya nadie puede comulgar con su destino sino es en la Cruz y en la Gloria de la Resurrección (cf Rm 6, 3-4). Dice Agustín al comentar el Evangelio de Juan:
Si quieres tener vida en Cristo, no temas morir por Cristo (…) El que me sirve, sígame, dice. ¿Qué quiere decir sígame, sino imíteme? Cristo padeció por nosotros, dice el apóstol Pedro, dejándonos el ejemplo para que sigamos sus huellas (1 Pe 2,21). Esto es lo que significa: El que me sirve, sígame. ¿Cuál es el fruto? ¿Cuál la recompensa y el premio? Y donde yo estoy, allí estará también mi servidor, dice. Amémosle desinteresadamente, para que el premio de ese servicio sea el estar con él. Porque ¿dónde se estará bien sin él o mal con él? Fuimos llamados a una primera elección: quiero que Tú, Señor, y tu Evangelio forme parte de mí y de todo lo mío. Y hoy, a la sombra del Misterio Pascual, somos llamados a entrar en una nueva dinámica: quiero que Tú, Señor, y tu Evangelio, con-forme mi vida entera, me haga otro Cristo con Cristo. La Pascua del Señor (su Paso) va llegando a nuestra vida en diversos momentos. Y toda nuestra vida es atravesada por su Pascua si con-sentimos ser puestos con Él. Si quieres servirle, tendrás que estar donde está Él: en la vida, en los caminos, pero también y definitivamente, en la Cruz y la Resurrección. Por su Espíritu vamos siendo incorporados al Misterio salvador de Cristo, a este perder para ganar, negarse para ser afirmado, entregar la vida entera para no perderla en bobadas y pequeñeces. Y esto no puede darse de otra forma que no sea en la Pascua: muriendo y resucitando.
Llamados a no volver la cabeza, a no quedarnos atrás, a no escondernos por miedo a nadie (ni siquiera a nosotros mismos), a no vivir en un continuo y triunfal "Domingo de Ramos"…. Y todo por vivir en Él, con Él, para Él. Entra en Su Pascua. Entra en tu propia Pascua con Él. No hay atajos.
- ¿Cómo dejarás que tu vida sea también su Pascua?
- ¿Acaso hay algo de ti que quiere seguirle a Él, centro de tu vida, pero sigues mirando de lejos la Cruz y la Pasión?
- ¿Cómo vives este misterio pascual en tu vida aquí y ahora? ¿Cómo eres llamado a vaciarte de ti, abajarte, no hacer alarde de la condición que te es propia (cf Flp 2) para que otros vivan, para que Dios sea Dios y quede claro que toda nuestra fuerza viene de él y no de nosotros (2Cor 4, 7)?
- ¿Dónde tu Getsemaní, dónde tu cálida y fraterna última Cena, dónde tus afrentas e insultos gratuitos, dónde la soledad de la Cruz -sintiendo el abandono hasta de Dios, a veces-, dónde la espera que parece no dar fruto nunca?
- ¿Dónde también tus amigos que te acompañan, dónde la relación íntima con el Padre que internamente te ayuda a decir no se haga mi voluntad, sino la tuya dónde el silencio del sábado esperando que una vez más Dios actúe con poder, dónde el Dios de tu alegría y el gozo de tu alma?
- Acoge de corazón, en las manos del Padre, lo que la vida te pone aquí y ahora. Y pídele que te haga vivirlo con Cristo y como Cristo lo vivió…
¡Señor Jesús! Mi Fuerza y mi Fracaso eres Tú. Mi Herencia y mi Pobreza. Tú, mi Justicia, Jesús. Mi Guerra y mi Paz. ¡Mi libre Libertad! Mi Muerte y Vida, Tú, Palabra de mis gritos, Silencio de mi espera, Testigo de mis sueños.
¡Cruz de mi cruz! Causa de mi Amargura, Perdón de mi egoísmo, Crimen de mi proceso, Juez de mi pobre llanto, Razón de mi esperanza, ¡Tú! Mi Tierra Prometida eres Tú…La Pascua de mi Pascua. ¡Nuestra Gloria por siempre Señor Jesús!