Richard “Rick” Gaillardetz – RIP

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Ninguna comunidad tendría que subestimar sus muertes. Es Mircea Eliade quien dijo eso. Lo que subraya su sabiduría aquí es la verdad de que aquello que dejamos de celebrar, pronto dejaremos de apreciar.

Contando con eso, me gustaría destacar lo que nosotros, la comunidad religiosa y también la secular, necesitamos celebrar y apreciar al lamentar la reciente muerte de Richard Gaillardetz.

Richard, conocido por “Rick”, fue esposo, padre, amigo para muchos y (en opinión de la mayoría) el mejor eclesiólogo del mundo angloparlante. Enseñó en Boston College, pero dio conferencias en otros muchos lugares, tanto como catedrático como orador popular. Más allá de su talla como académico, tenía una humanidad, una recia sensatez, un agudo entendimiento, una cordialidad natural, una afabilidad y un sentido del humor que hacían su presencia agradable y estabilizante. Traía calma y sensatez al lugar.

¿Qué hay que decir sobre el hecho de destacar lo que aportó? ¿Qué tendríamos que aprovechar al procesar su muerte? ¿Qué tenemos que celebrar de manera que continuemos su aprecio?

Muchas cosas podrían ser destacadas, todas ellas positivas, pero me gustaría fijarme en estos cuatro extraordinarios dones que nos aportó.

Primero, fue un teólogo que trabajó activamente salvando la brecha existente entre la academia y el banco de la iglesia. Rick fue un académico altamente respetado. Nadie cuestionó su alta erudición. Aun así, era muy solicitado como conferenciante popular en espiritualidad y nunca comprometió su erudición en servicio de la popularidad. Esa combinación de ser entendido y respetado en la academia y en el banco de la iglesia es cosa rara (resulta difícil ser simple sin ser simplista) y un enorme riesgo (ser orador popular generalmente te hace sospechoso entre tus colegas académicos). Rick asumió ese riesgo porque quería que su erudición sirviera a la comunidad entera y no sólo a aquellos no poco afortunados de estar en las aulas de posgrado.

Segundo, fue un eclesiólogo que usó su erudición para unir más bien que para dividir. La eclesiología trata sobre la iglesia, y es el denominacionalismo de la iglesia lo que aún nos divide como cristianos. Las divisiones que hay entre nosotros son en gran parte eclesiales. En casi todas las otras cosas, estamos juntos. Participamos de Jesús; compartimos una escritura común; participamos (en diferentes modalidades) de la Eucaristía; compartimos una lucha común al intentar ser fieles a las enseñanzas de Jesús; y participamos en muchas luchas humanas, morales y sociales comunes. La espiritualidad nos une, pero la eclesiología todavía divide. El trabajo de Rick en eclesiología en un aliento de aire fresco para ayudarnos a acabar con siglos de división. Apreciaba su propia denominación, el Catolicismo Romano, aun cuando era totalmente apreciador de otras denominaciones. ¿Su secreto? No se redujo a hacer una teología de la iglesia; también hizo una espiritualidad de la iglesia.

Tercero, era un hombre que amaba a la iglesia, a pesar de que, en ese amor, sabía ser sanamente crítico de ella cuando esta lo merecía. Asistí a su última conferencia pública, habida en Septiembre del año pasado, y empezó su intervención con estas palabras: Fui católico por nacimiento; después, por opción; y ahora, por amor. Siguió contándonos cómo la iglesia católica era el amor más grande de su vida y cómo, a la vez, le ha traído continua desilusión y dolor. Nos desafió a amar a la iglesia y, de igual modo, a ser críticos para con ella; ambas cosas al mismo tiempo. Eso pone de manifiesto un gran corazón y una gran mente. Algunos son capaces de amar a la iglesia y nunca ver sus fallos; otros son capaces de ver sus fallos pero nunca amar a la iglesia. Rick llegó a hacer ambas cosas.

Finalmente, fue un hombre que afrontó su muerte con una fe, un coraje y una dignidad que pueden servir de paradigma para el resto de nosotros, quienes algún día tendremos que afrontar -todos- lo que él afrontó. Hace alrededor de año y medio, a Rick diagnosticaron un cáncer pancreático terminal. Él sabía que, a no ser por un milagro, probablemente tenía menos de dos años de vida. Fuera lo que fuera su propia angustia y lucha interior para llegar a la paz con eso, todo lo que dijo, hizo y enseñó durante el año y medio siguiente a ese diagnóstico manifestó paz, confianza, coraje y compromiso por los demás. Mantuvo un diario de sus pensamientos durante este periodo y esos diarios van a ser publicados pronto y constituirán el último gran don de Rick a la iglesia y al mundo.

Me gustaría acabar este homenaje con una pequeña anécdota que Rick mismo -estoy seguro- apreciaría, dado que añade un poco de color a un reconocimiento que de otra manera estaría demasiado sombrío. Hace unos años, fui a oír a Rick dar una conferencia pública en una de las universidades locales de aquí, en la ciudad. Un teólogo suficientemente conocido, el marianista  Bernard J. Lee, estaba presentándolo. Después de enumerarnos la lista de realizaciones académicas de Rick a los que componíamos la audiencia, Lee se dirigió a él y le preguntó: “Richard, ¿cómo diablos llegas a pronunciar G-a-i-l-l-a-r-d-e-t-z según este deletreo?”

Cualesquiera que sean el deletreo y la pronunciación, Richard Gaillardetz fue un tesoro teológico al que perdimos excesivamente pronto.   

 


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