Roger Schutz

"Tú, Cristo, me abres el camino del riesgo.
Tú quieres de mí no sólo unas migajas,
sino toda mi existencia."

Querido hermano Roger:

Dicen que has sido una de las personas más carismáticas del siglo XX. Quienes te conocieron de cerca piensan que jamás se produjo un eclipse de fe en tu vida. Hasta que un día se enteran de que pasaste "un largo periodo de incredulidad". ¿Largo? Así lo verás luego, quizá porque abarca etapas tan decisivas como tu adolescencia y tu primera juventud. En ese tiempo conservas el contacto con creyentes, dialogas con ellos sobre la fe, "pero eso de que me hablaban no significaba para mí nada en absoluto". Fue la travesía del desierto, en invierno y en pura noche. Sin embargo, poco a poco, se va haciendo la luz.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Escuchas al Espíritu y él te va guiando a lo esencial. Cuando de niño te preguntaban por tu nombre, tú respondías muy serio: "Me llamo Roger Louis Schutz-Marsauche". Luego te quedaste en Roger Schutz. Por último, no eras más que el hermano Roger. Lo mismo ocurrió con tus proyectos. Optas por Jesucristo y dejas de lado todo lo demás. Enseguida te cuestionas el núcleo de su mensaje. No hay duda alguna: ¡el amor! Y por tanto, la unión de los hermanos. Lo dice Jesús mismo en su oración sacerdotal: "Que sean uno como tú, Padre, y yo somos uno".

Cuando a tus 25 años -verano de1940- pasas por Cluny, sientes un calambrazo que recorre todo tu cuerpo: ¿será posible que el mayor monasterio benedictino de la historia haya quedado reducido a estas ruinas? Tu espíritu sintoniza con el del gran apóstol de Europa. Pero, claro, tampoco ibas a gastar la vida en restaurar materialmente un edificio. Y más, cuando a pocos kilómetros, en la aldea de Taizé, donde apenas quedaban ya 50 habitantes, lees a la puerta de una modesta casa: "Cómprela y quédese aquí. ¡Estamos muy solos!". Te veo comentarlo con el pastor luterano Carlos Schutz, tu padre, y absorber sus palabras: "Muy a menudo, Cristo habla a través de los pobres y es bueno que los escuchemos". Cómo no, si es la apertura al Cristo de los pobres lo que preserva a la fe de volverse etérea e irreal…

Poco a poco va perfilándose la gran aspiración de tu vida: formar una pequeña comunidad que se convierta en "parábola de comunión". ¿Y eso? Lo expresarás más adelante: "Somos un cúmulo de debilidades en persona, pero al mismo tiempo una comunidad habitada por alguien distinto de nosotros mismos." O también: "Una pequeña y frágil comunidad que se aferra a una esperanza insensata: la esperanza de la reconciliación de todos los bautizados y además de todos los hombres entre sí". No era empresa fácil, lo sé; pero había que intentarlo porque venía de más allá de ti mismo: "Tú, Cristo, me abres el camino del riesgo. La nada que hay en mí la transformas día tras día en un sí. Tú quieres de mí no sólo unas migajas, sino toda mi existencia."

No es fácil seguir la senda, tan simple y a la vez tan rica y sorprendente, que recorre tu vida. Pero algunas fechas son como piedras blancas que van marcando el camino. El 20 de agosto de 1940 compartes con Madame Brie, dueña de aquel edificio de Taizé, un plato de alubias y un sorbo de vino, compras la casa y te instalas en ella.

Vivirás allí, solo, durante dos años, anhelando crear la soñada "parábola de comunión" que llevas tan dentro. Entretanto, haces cosas tan importantes como cultivar una tierra, ordeñar una vaca y levantar una pequeña capilla. Como la madre que espera un hijo y prepara con amor los pequeños detalles. ¿Otra fecha? "Jamás olvidaré una noche de verano de 1942. Yo estaba todavía solo en Taizé, escribía sobre una pequeña mesa. Estábamos en guerra… Aquella noche, enfrentándome al miedo que roía mis entrañas, en una oración de confianza dije a Dios: “Aunque me quiten la vida, sé que tú, Dios vivo, continuarás lo que se ha iniciado aquí' ". ¿Habías sospechado que tres meses después aquel pobre edificio iba a ser ocupado por la Gestapo? Te salvaste milagrosamente ayudando a un fugitivo a ganar la frontera suiza. La Providencia se te iba mostrando de forma descarada. Porque fue allí, precisamente, donde comenzó la comunidad con tres hermanos del grupo que tiempo atrás habías formado en Lausana.

A veces la luz profunda del Espíritu permite descubrir la ceguera de los propios ojos. Pensabais: Nada de votos definitivos; ninguna autoridad eclesiástica tiene derecho a coartar con un voto permanente la libertad del Espíritu Santo. Hasta que veis a plena luz que no es ése el lenguaje de los enamorados y que, esperando a darse sólo en la evidencia total, "muy bien podría ocurrir que al fin sólo pudiéramos ofrecer despojos". Por eso, en la Pascua de 1949 los siete primeros hacéis la profesión con un compromiso perpetuo. Es la fecha que marcará para ti el verdadero nacimiento de la comunidad.

El tiempo pasa lento y rápido a la vez, con consolaciones y desolaciones, con luces y tinieblas, como ocurre en todas las obras de Dios. Pero el ideal sigue siendo el mismo: construir una Iglesia y un mundo reconciliados. Y os ponéis a levantar el signo visible: la iglesia de la Reconciliación. Cuando los días 5 y 6 de agosto de 1962 era bendecida e inaugurada la iglesia, todos podían leer en sus puertas y en varios idiomas este letrero: "Vosotros, los que entráis, reconciliaos. El padre con su hijo; el marido con su esposa; el creyente con el que no cree; el cristiano con su hermano separado".

Luego, todo consistirá en vivir con el corazón abierto y las manos dispuestas. En la ’provisionalidad’ de quien ama (en la Pascua de 1971 derribáis parte de la fachada porque hay que acoger a 6.500 jóvenes); la ‘renuncia a la seguridad’, que os impulsa a vivir sólo del propio trabajo, sin admitir donaciones; la ‘hospitalidad’, que os lleva a recibir a Cristo en la persona del huésped; la ‘apertura a los jóvenes’, que acuden por decenas de miles a 'su concilio' o a los encuentros en tantos países; la ‘fundación en lugares que reúnen todas las pobrezas’ para aprender de aquella gente y ser entre ellos testigos de esperanza; el afán de "mantener un estilo de vida sencillo y rechazar todo lo que pueda parecerse al éxito."; el empeño por “derribar muros y construir puentes”, en un ecumenismo que arranca de las raíces más evangélicas. Cuando, invitados al Concilio Vaticano II, preguntas a Juan XXIII por qué se fía tanto de vosotros, el buen Papa os responderá sonriendo: "Porque tenéis ojos inocentes de niños".

El 16 de agosto de 2005, martes, Luminita Socan, de 36 años, mujer rumana, te clava un cuchillo en la garganta ante 2.500 jóvenes en la iglesia de la Reconciliación. Aquella comunidad cristiana no la juzga. Reza por ella en comunión contigo. Reza, y llora en silencio. También canta. Porque tu misión, tu preciosa misión, sigue viva…