En la primera lectura de este día, se nos apremia a cumplir el mandato del Señor. Por tres veces el texto señala: “Hoy”. Esta circunstancia temporal no deja lugar a excusas o evasiones. Desde el comienzo de la Cuaresma viene siendo una llamada. En el salterio encontramos: “Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (sal 95).
“Hoy te has comprometido a aceptar lo que Dios te propone”. “Hoy se compromete el Señor a aceptar lo que tú le propones” (Dt 26,16-19). Es un pacto, una alianza de mutua fidelidad, y su cumplimiento colma de alegría: “Dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca con todo el corazón. (Sal 118)”
La señal de cumplir el pacto se descubre en los gestos de perdón y de misericordia. Los cristianos nos deberemos distinguir por la señal del amor: “Amad a vuestro enemigos, y rezad por los que os odian” (Mt 5,43). Ésta es la perfección a la que se nos llama.
A lo largo de la historia han sido muchos los que han dado testimonio de la esencia del cristianismo, a la manera de Jesús. Todos los mártires han muerto perdonando a sus verdugos, rezando por ellos.
El perdón es el tesoro que guardan los que se han sentido amados y perdonados por Dios. Gracias al perdón han remontado la tentación del desánimo y han comenzado de nuevo. El perdón disuelve los deseos de venganza y es fuente de alegría interior.
En las circunstancias actuales, tenemos buena ocasión de orar por los que son contrarios a la fe, a la religiosidad. Lo natural es la crítica, el mal por mal; y lo evangélico es: “Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?” (Mt 5, 46)
Un signo en la defensa de los derechos más fundamentales será el modo de reclamarlos ante los poderes políticos. Es muy fácil caer en las estrategias ideológicas, en las luchas partidistas, con la excusa de la defensa del bien. Miremos a los que han sabido proclamar la verdad y entregar la vida con amor.