Sábado de la segunda semana de Cuaresma

(JPG) La parábola del “hijo pródigo” es muy conocida y por ello es fácil creer que su mensaje no nos dirá nada nuevo. Nunca deberíamos pensar que nos sabemos la Palabra de Dios, porque es viva, y siempre ofrece un sentido nuevo o contiene una enseñanza que sólo después de leerla, meditarla, orarla y contemplarla puede gustarse.

Dentro de todo el texto, que desvela el autorretrato de Jesús y la invitación a emular el comportamiento del padre de la parábola, la reflexión que hace el hijo menor es el punto de partida de una nueva forma de vivir reconciliada. Rembrandt, El hijo pródigo

“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo, aquí, me muero de hambre.” Esta consideración del hijo emancipado, hundido en la miseria, a punto de destruirse, le da fuerza para retornar al hogar familiar.

En la experiencia cristiana es muy importante haber probado el amor de Dios, conocer a quien se nos ha revelado compasivo y misericordioso, que “no está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo” (Sal 102).

La memoria del amor entrañable, del recinto más afirmativo y personalizador, como es el saberse amado, es el secreto que mueve a retornar, y también a permanecer fiel. Jesús, en la noche más recia de su vida, cuando su naturaleza humana se echaba atrás al ver lo que se le aproximaba, pidió quedar libre de la prueba, pero en ese instante la relación con su Padre, a quien clamó de la manera más íntima y confiada, “Abbá”, le dio valor y le movió a la entrega total de sí mismo, hasta llegar a decir: “Que no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres”.

El Evangelio nos desvela la forma más plena y feliz de vivir. “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies, traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete”. En cada una de estas expresiones se nos muestra la delicadeza del amor divino, que nos ha revestido con la túnica del primogénito, con el vestido de bodas, con la naturaleza del Hijo de María, y nos ha puesto sandalias nuevas en los pies, como quien conserva toda su capacidad amorosa, amor esponsal, con alianza y banquete.

“¿Qué Dios como tú, que perdona el pecado y absuelve de la culpa al resto de tu heredad?” (Mi 7,18) Da tristeza, por un lado, que renunciemos a vivir en plenitud cuando preferimos marchar de la casa y de la presencia de Dios; y por otro, que no apreciemos la capacidad de amor del padre de la parábola.

“El Señor es compasivo y misericordioso”.