La pedagogía de la Iglesia, a medida que nos acercamos a los días de Navidad, nos ofrece diferentes escenas en las que se muestra cómo, a lo largo de la historia del pueblo de Israel, por gracia de Dios, en situaciones límite han sucedido hechos favorables, que han resuelto lo que parecía imposible.
La fecundidad de Sara, la mujer de Abraham; de Ana, la madre del profeta Samuel; de la madre de Sansón; de Isabel, la madre de Juan el Bautista son hechos que jalonan la historia, y su recuerdo conduce a comprender mejor la posibilidad de la maternidad virginal de María, por el poder de Dios.
La mujer estéril da a luz siete hijos, canta el salmista. La anciana se torna fecunda, mientras que la madre de muchos queda baldía.
En el contexto bíblico es muy revelador observar con quién cuenta el Señor para hacer su historia. Jesús dirá que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Hace pocos días, leíamos quiénes eran los adelantados en el reino de los cielos. Para que se vea mejor que la obra es de Dios, tantas veces los sucesos favorables se han labrado con instrumentos y mediaciones ineficaces a los ojos humanos.
La mujer extranjera, la viuda, la estéril, la abandonada, la explotada están en la lista de las mujeres bendecidas, para demostrar que para Dios nada hay imposible. ¿Tendremos reparo, entonces, en aceptar y creer que la fuerza de Dios puede hacer madre a una mujer virgen?
La Iglesia confiesa que el Hijo de Dios, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de María Virgen. ¿Crees tú esto?
Con el salmista, cantamos las maravillas del Señor:
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
El único que hace maravillas;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, Amén!