Estamos a punto de alcanzar el final de la cuarentena cuaresmal. Como si estuviéramos a las puertas de entrar en la Tierra de la Promesa, Ezequiel adelanta proféticamente la meta del camino, la celebración de la alianza de Dios con su pueblo. “Haré con ellos una alianza de paz, alianza eterna pactaré con ellos”. Lo que desde antiguo había venido siendo promesa, está a punto de consumarse, por la ofrenda de Jesús en la cruz. Desde ahora y para siempre la humanidad entera está invitada a formar parte del pueblo de Dios. Gracias a la alianza, que establece Cristo en favor de todos los hombres, se sellará el pacto perpetuo.
En el Evangelio se nos ofrece la escena que va a precipitar los acontecimientos. El Maestro se ha retirado a Betania, está en casa de sus amigos, ha devuelto la vida a Lázaro, motivo por el que muchos creyeron. Pero algunos lo denunciaron a las autoridades, que reunidas y nerviosas por el éxito de Jesús, deciden darle muerte. Caifás pronuncia la sentencia: “Os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera”.
El pacto que Dios había hecho con Noé, colgando su arco de guerrero en el firmamento y proclamándose Dios de paz, va a tener consumación y carácter perpetuo, cuando sea levantado el Hijo del Hombre sobre la tierra. El Crucificado se convierte en la señal de paz. Dios no mata, sino que muere en su Hijo, hecho hombre, por amor.
El salmista sigue rezando, lleno de confianza: “El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño”.
Por un lado el Señor dice: “Yo voy a recoger a los israelitas por las naciones adonde se marcharon”. Ya no volverán a ser dos pueblos. Por otro lado, vemos en el Evangelio que la mayoría de los que estaban en Betania creyeron, pero algunos se encargaron de denunciar a Jesús, provocando la alarma de las autoridades.
Es fácil descubrir cómo se repiten algunos comportamientos, cuando una mayoría apuesta por la vida, pero algunos más influyentes logran que impere la muerte.
No obstante, la salida es la que nos ofrece el salmista, que responde a la fe en la Palabra profética. “Convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas”.