¿Quién dice que los curas y los pastores tenemos prisa? ¿Quién dice que nuestra pastoral está toda ella imbuida de deseos de logros, de éxitos y de resultados? ¿Quién dice que andamos estresados, tristes y depresivos ante lo que vemos y captamos cada día? «Hoy ha sido un día horrible, todo va lento y no hay manera de que los de la Junta Económica agilicen los problemas que tenemos con las obras del tejado de la parroquia. Y no digo nada los tranquilos de la empresa constructora, me ponen de los nervios. He repasado con uno de mis compañeros su trabajo con el equipo de matrimonios y la verdad es que esto no funciona, no logramos nada, siempre las mismas historias y no avanzamos. No hay manera de que se comprometan y de que impliquen a sus vecinos. Por otra parte me ha provocado mucha tristeza ver que me he entregado hasta el desfallecimiento para preparar la campaña de navidad y el resultado está siendo de pena ¡Que depresión! Por la noche, cuando me he mirado en el espejo, mientras me lavaba los dientes, he visto un rictus en mis ojos y un ceño duro y arañoso que me contraría el rostro. De pronto, me he parado y me he dicho: «Con que ni tienes prisas, ni buscas éxitos, ni andas depresivo, ¿eh? Ya sé, Señor, que ‘el éxito no es ningún criterio para el cristiano’, como decía hace tiempo L. Boff, pero ¡andamos tan metidos en los asuntos del mundo! Hemos prometido servir a tu Reino y estamos entregados hasta los dientes pero, aquí, algo no acaba de funcionar». Me he sentado en la cama, con el embozo abierto y preparado para acostarme; he doblado mi cuerpo, he sujetado la cabeza con mis manos y he dejado de pensar y de torturarme: «Aquí estoy, Señor, como un pobre más, como un estresado más, como un triste más. ¡Fuera las caretas! No acabo de aprender a vivir la fe en una sociedad tan compleja como ésta. Digo pero no hago. Doy consejos pero no los cumplo. Me desgañito pero acabo haciendo como los demás. Hoy sólo te puedo ofrecer esto, ser uno más entre mis hermanos, un pobre más que no sabe ya cómo hacer». «Señor, Tú me sondeas y me conoces!¡Perdóname! Hoy sólo puedo orar en silencio. No quiero forzarte ni cansarte con mis palabras vacías. Sólo quiero escucharte. "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados", nos dices. Pues aquí me tienes. Pastor de tu pueblo y tan pobre y pecador como el más pobre y pecador de tu pueblo». Me escuchó, me consoló y me animó, a pesar de que sigo metiendo prisas y aparece alguna que otra tristeza en mi alma. Poco a poco aprenderé a saber esperar en la acción pastoral.
IV Domingo de Adviento
Lc 1,46-56. El Poderoso ha hecho obras grandes en mí