No puedo guardar lo mejor de mi vida. No resulta fácil expresar en un puñado de palabras la vocación sacerdotal. Su origen nunca lo olvido. “El tesoro escondido” me llenó y me llena de alegría por los caminos misioneros por lo que transito en compañía de los hombres, mis hermanos.
Los inicios de esta andadura tuvieron lugar en una comunidad parroquial, en un grupo de jóvenes animados por el entusiasmo y testimonio de un misionero claretiano que se entregó a los jóvenes dando a conocer a Jesucristo y mostrándonos un camino de entrega misionera y de oración constante. Lo recuerdo y quiero como fiel amigo de todos los que tuvimos y aún tenemos el gozo de contar con él en su feliz y madura jubilación.
Aquel Tesoro me ha ido regalando nuevos tesoros, nuevos hermanos, nuevas comunidades y nuevas misiones. Sé bien que llevo este tesoro en mi frágil vasija de barro, tantas veces quebrada y tantas otras reparadas por puro toque de “gracia”. Sé que esta vocación recibida me permite ser cauce de alegría de Dios, de su bondad, de su amor, perdón y paz para los hombres y mujeres que él pone en mi camino. Sé que soy sostenido por la Palabra, por la gracia de la reconciliación y el pan que me da vida. Dejo que la “fuerza de la palabra” resuene al principio de cada día, para que Dios tenga la primera palabra y dejo que resuene en mi por la noche, para que la última palabra sea de Dios.
El sacerdocio recibido y elegido lo vivo en comunidad de hermanos de vida y misión. Sin ellos estoy seguro que todo se me haría más difícil y el camino sería más arduo, estrecho y quebradizo. Con ellos la fraternidad, las dificultades, los tropiezos, las tareas…se hacen más llevaderas.
Los demás y las realidades vividas a la luz del evangelio me han ido haciendo sacerdote desde 1987. El recorrido no ha estado exento de retrocesos y pecados. Quiero seguir siéndolo. Quiero, a pesar de todo, seguir siendo eco de la Palabra que me enamora, me hace libre y alegra mi vida de principio a fin. La victoria de la fe ha hecho posible perseverar en el don inmerecidamente recibido.
Por dos caminos ha transcurrido fundamentalmente el servicio sacerdotal : el mundo de los adolescentes y jóvenes y el mundo de las Misiones Populares. Han sido muchas las convivencias cristianas que he podido animar a lo largo de todos estos años anunciando a Jesús con todas mis ilusiones y entusiasmo a unas edades tan tempestuosas como desbordantes, tan cambiantes como apasionantes. También mi sacerdocio fue visitado gozosamente por un gran número de Misiones Populares realizadas por la geografía española y latinoamericana. La misión me regaló amigos, la misión hace amigos. Aprendí a ser enviado, a ser desprendido, a estar abierto a lo nuevo, a lo que estaba por hacer, por sembrar, por comunicar y descubrir. He aprendido de la misión a ser misionero del Padre.
Mi sacerdocio confirma haber recibido el “ciento por uno” y vivir la relación gratuita con Dios y con las personas. Procuro cada día ser antes que nada humano y recordar el barro del que estoy hecho. Me duele no dar vida y me duelen todas las amenazas contra la vida.
Termino con las palabras del apóstol Pablo que intento iluminen también mi vida día a día: “Sé de quién me he fiado” “Me amó y se entregó por mí”; y le pido a Dios que me ayude a fiarme siempre de Él y a experimentar que la confianza en Él supone sobre todo trabajar por lo que Jesús vivió y trabajó: la apuesta y la aventura por el Reino; que ese Reino no es ni más ni menos que hacer la vida feliz a los otros siendo yo feliz.