Escribo estas líneas el día de San Valentín Hoy es la fiesta de la amistad. Hoy es el día de los enamorados. “Te amo más que ayer, pero menos que mañana”, reza la medalla. La celebración de la fiesta está sazonada con algún signo especial: un regalo, unas flores, una cena romántica… Los más lúcidos se escriben una carta de amor, como en el tiempo del noviazgo (el de antes). Aprovechan para expresar la ternura. Se dicen la alegría de seguir enamorados a través del tiempo. Se comunican la gratitud de seguir diciéndose sí cada día, la maravilla de seguir aceptándose y tocando el sueño profundo que soñaron en los primeros años de casados. Las palabras son aquí eficaces. Dejan huella. Las palabras son amores.
¡Qué contraste! Cuando la mayoría de las parejas están celebrando y alimentando su relación de amor, has muerto tú, Sagrario. Digámoslo directamente: Te ha matado a cuchilladas. Te ha matado tu marido José. El contraste hace más dura e inconcebible la realidad de tu muerte. Hoy debería estar prohibido morir. ¡Prohibido matar! Prohibido odiar. Hoy es el día de los enamorados. El día de los casados. Vuestro día.
Yo me pregunto en mis adentros: ¿os habéis enamorado? ¿Habéis “hecho el amor” como expresión de amor? ¿Os habéis abandonado el uno en brazos del otro incondicionalmente? Me imagino que os habéis escuchado, mimado, acariciado, besado, tapado, destapado, abrazado, alabado, reconocido, apoyado, ayudado, saludado, despedido, mirado con ternura, herido, reconciliado, perdonado… tantas y tantas veces…
¡Cómo es posible esta muerte! ¡Cómo ha crecido el resentimiento, la agresividad, la violencia! Ha empezado por humillar, dominar, anular, destruir…!
¿Por qué el amor se ha convertido en muerte? ¿Ha sido por envidia, por machismo, por celos, por venganza ante la separación, por enfermedad?
¡Quien lo sabe! Y para ti, Sagrario, ya poco importa conocer la causa. El efecto es que estás muerta a la mitad de la vida. Yo no he tenido el gusto de conocerte. Pero tu muerte me produce una gran indignación y compasión al mismo tiempo. ¡No hay derecho! ¡Yo me apunto a cambiar este mundo!