Como teólogo, sacerdote y predicador, me pregunto con frecuencia: “Por qué la iglesia ya no predica más del temor de Dios? ¿Por qué no predicamos más sobre los peligros de ir al infierno? Por qué no predicamos más sobre la ira de Dios y el fuego del infierno?
No es difícil responder a eso. No predicamos mucho sobre el temor porque hacerlo así -a no ser que seamos extremadamente cuidadosos en nuestro mensaje- es simplemente disparatado. Se reconoce que el temor puede hacer a la gente cambiar su conducta, pero también pueden hacerlo la intimidación y el lavado de cerebro. El solo hecho de que algo sea efectivo no significa que sea bueno. El temor de Dios sólo puede ser predicado en un contexto de amor.
La Escritura misma nos da aparentemente un mensaje mezclado: Por una parte, nos dice que “el temor de Dios es el principio de la sabiduría”, aunque nos indica que virtualmente cada vez que Dios aparece en la historia humana, las primeras palabras de parte de Dios son siempre: “¡No tengáis miedo!” Esa frase, viniendo de la boca de Dios o de la boca del mensajero de Dios, aparece más de 300 veces en la escritura. Las primeras palabras que oímos cada vez que Dios aparece en nuestras vidas son: “¡No tengáis miedo!” Así pues, tenemos que ser cuidadosos cuando predicamos del temor de Dios. El temor del castigo no es el verdadero mensaje que oímos cuando Dios entra en nuestras vidas.
Entonces, ¿cómo se explica que el temor de Dios sea el principio de la sabiduría? En nuestra relación con Dios, como en nuestras relaciones de unos con otros, hay a la vez temores sanos e insanos. ¿Qué es un temor sano?
El temor sano es un temor de amor: Cuando amamos a alguien, nuestro amor contendrá algunos temores sanos, algunas áreas en las que estaremos sanamente cautelosos y reticentes: Tendremos miedo de ser irrespetuosos, miedo de despojar del regalo, miedo de ser egoísta, miedo de ser irreverentes.
Todo amor sano contiene el temor de no dejar a la otra persona ser totalmente libre. La reverencia, el miedo y el respeto son una forma de temor. Pero esa clase de temor no se debe confundir con estar asustado, intimidado o temiendo alguna especie de castigo. Metafóricamente, el temor de amor es el temor con el que Dios desafía a Moisés ante la zarza ardiendo: ¡Descálzate, porque la tierra que estás pisando es un terreno sagrado!
¿Cómo debemos entender el temor de Dios como el principio de la sabiduría? Somos sabios y estamos en el camino correcto cuando nos mantenemos descalzos ante el misterio de Dios (y del amor), a saber, en reverencia, en miedo, en respeto, en desconocimiento, sin indebido orgullo, humilde ante una inmensidad que nos empequeñece y abiertos a dejar que el gran misterio nos disponga para sus propios proyectos eternos. Pero eso es muy diferente -casi la antítesis- del temor que experimentamos cuando estamos aterrorizados de algo o alguien que nos amenaza, porque la persona o cosa es percibida como que está exigiendo inmerecidamente o como que es arbitrario y punitivo.
Hay también un sano temor de Dios que se siente en nuestro temor de violar lo que hay de bueno, verdadero y bello en este mundo. Algunas religiones llaman a esto temor ante la “ley del karma”. Jesús, por su parte, nos invita a esta clase de santo temor cuando nos avisa de que la medida con que midamos la usarán con nosotros. Hay una estructura moral inherente en el universo, en la vida y en cada uno de nosotros. Todo tiene un perfil moral que necesita ser respetado. Resulta sano tener miedo de violar cualquier bondad, verdad o belleza.
Necesitamos predicar esta clase de sano temor más bien que ese Dios temido a causa del castigo que podría dispensar al fin en alguna esfera legalista y exigente. Siempre que predicamos esta clase de temor, de un Dios que castiga con el fuego del infierno, estamos también casi siempre predicando un Dios que no es muy inteligente, compasivo, comprensivo y perdonador. Un Dios que tiene que ser temido por sus amenazas de castigo es un Dios con el que nunca encontraremos una cálida intimidad. La amenaza no tiene lugar en el amor, excepto si es un santo temor de hacer algo que despreciará y quitará. Predicar el fuego del infierno puede ser efectivo como una táctica para ayudar a cambiar de conducta, pero es equivocado referido al Evangelio.
El temor es un don. Es también uno de los instintos más profundos y defensores de la vida que hay en ti. Sin temor no vivirás mucho tiempo. Pero el temor es un fenómeno complejo y polifacético. Algunos temores te ayudan a permanecer vivo, mientras otros te deforman y aprisionan. Hay cosas en la vida que necesitas temer. Un acoso de patio de colegio o el tirano arbitrario pueden matarte, incluso si todos ellos están equivocados. Muchas cosas pueden matarte, y merecen ser temidas.
Pero Dios no es una de esas cosas. Dios no es ni un acoso de patio de colegio ni un tirano arbitrario. Dios es amor y una constante invitación a la intimidad. Hay mucho que ser temido en esto, pero nada de lo que estar temeroso.